Saludos, caminantes. Un año después de que
Pedro Santamaría sorprendiera a propios y extraños con su primera y
arriesgada novela «Okela. Espartanos en Cantabria», el autor
santanderino vuelve a las librerías con la adaptación literaria de
otro episodio histórico de la antigüedad. «El águila y la lambda»
(Ediciones Pàmies), dedicada a un momento muy específico de la
Primera Guerra Púnica, es su nueva oferta al lector. Veamos qué nos
cuenta.

—La eterna pregunta
¿Cuánto desvelar para que resulte interesante pero sin dar
demasiadas pistas? El Águila y la Lambda relata la primera invasión
de África por parte de los romanos desde cuatro puntos de vista
diferentes: el de Marco Atilio Régulo, Cónsul de Roma, quien está
al mando de la expedición; Arishat, una bellísima cortesana
cartaginesa; Aulo Porcio Bíbulo, un remero en la flota de la
república y Jantipo, general mercenario de origen espartano al
servicio de Cartago. Los destinos de estos cuatro personajes se
solapan y entrelazan en una narración que abarca desde la batalla
naval de Ecnomo (256 adC) hasta la de Bagradas (255 adC) momento
álgido de la campaña.
—¿Qué tiene esta
época para que hayas decidido hablar sobre ella?
—Pues yo diría que los
suficientes ingredientes históricos como para poder trabajar con las
fuentes, pero no demasiados, para así poder echar a volar la
imaginación sobre cómo pudieron ser aquellos días. Es un momento
en el que la suerte de Cartago parece estar echada, en el que la
tensión ante su inminente caída es, por decirlo de algún modo,
eléctrica. Y, lo que más me llama la atención, es que nadie se
haya lanzado a novelar este episodio antes. De hecho, la primera
guerra púnica es una gran olvidada en la novela histórica, en
primer lugar porque sabemos bastante menos de ella de lo que sabemos
sobre la segunda y quizá también porque figuras como los dos
grandes antagonistas, Anibal y Escipión, y sus grandiosas campañas
y batallas eclipsan a otros personajes relevantes y carismáticos
tanto anteriores como posteriores. El simple hecho de que fuese un
general espartano en quien Cartago deposita su confianza es
extremadamente evocador. Al fin y al cabo, la Esparta de la época
era ya poco más que un pueblo grande, una entidad política
insignificante y, no obstante, parece que aún mantenía cierto
prestigio en lo militar como parte de un pasado glorioso. Por otro
lado, Marco Atilio Régulo debió ser un general muy capaz y, por lo
que trasciende de su personalidad y por la leyenda que se creó
alrededor de él años después, un romano que serviría de ejemplo a
generaciones posteriores. ¿Cómo no dejarse llevar por estos dos
personajes de tintes, para mí, homéricos?
—Resulta llamativo que
hayas elegido precisamente a un espartano como motor de la historia,
aunque el protagonismo sea compartido con otros tres personajes. ¿Por
qué Jantipo? ¿Tienes debilidad por los espartanos? Porque en tu
anterior novela ellos eran los protagonistas absolutos.
—Muchos escritores
dicen que no son ellos los que eligen las historias que cuentan sino
que, más bien, es al revés; que son las historias las que les
eligen a ellos para ser contadas. Aunque pueda parecer una
observación un tanto mística, creo que hay algo de verdad. Es
cierto que me apasiona la historia antigua en general, que dentro de
la historia antigua es la Grecia clásica la que más me fascina y,
sin duda, dentro de lo que es la historia clásica la sociedad
espartana, con sus luces y sus sombras, resulta muy evocadora. Creo
que sí tengo cierta debilidad por los espartanos, pero ¿Hubiera
escrito el “Águila y la Lambda” de no haber habido un espartano
por medio? Yo creo que sí. Aunque también es cierto que me he
sentido muy cómodo con el personaje al poder dotarle de una
personalidad lacónica y, a mi entender, realista, que pude explorar
en profundidad mientras escribía Okela.
—Dices en la
contraportada que tu principal fuente histórica ha sido Polibio.
Imagino que no ha sido la única. Por experiencia propia sé lo
complicado que es documentarse sobre esta época en concreto.
Cuéntanos un poco sobre el proceso de documentación.
—Lo cierto es que la
creación de “El Águila y la Lambda” fue un tanto extraña. No
soy ningún erudito, pero dado que más o menos me desenvuelvo en la
época en cuestión, el aspecto documental no fue difícil.
Sencillamente me puse a escribir y cuando me encontraba con alguna
duda consultaba libros que ya he leído. El proceso de escritura fue
vertiginoso. Se desarrolló a lo largo de Agosto de 2011, un mes que
me pasé prácticamente pegado al teclado, aporreándolo sin parar y
exprimiendo de él una historia que parecía ir escribiéndose sola.
Tuve que consultar principalmente a Polibio para poder relatar el
proceso de la campaña, aunque en ocasiones me aparto de sus
“Historias”. No obstante, hay otros que dieron cuenta de aquel
episodio, Dion Casio, Zonaras o Diodoro de Sicilia. En los casos en
los que estos historiadores difieren en lo que cuentan sobre la
campaña, me he decantado por la explicación que mejor se adaptaba a
la trama de la novela. Por ejemplo, Polibio afirma que fue el propio
Régulo el que envió emisarios a Cartago para tratar la paz, por el
contrario, el resto de historiadores afirma que fue al contrario.
También Polibio nos cuenta que la batalla de Adis ocurrió al
amanecer y Zonaras que fue de noche (según él muchos cartagineses
murieron mientras dormían). Polibio suele ser el más fiable de
ellos, por eso me he basado en su versión aunque en ocasiones me
desvíe y en otras supla alguna laguna con las consabidas licencias.
—A nivel narrativo tu
prosa es rápida y directa, y sobre todo poseedora de un ritmo muy
visual. Ayuda mucho que los capítulos sean cortos. Sin embargo,
huyes generalmente de descripciones más profundas. ¿Es
intencionado?
—Lo cierto es que no lo
sé. Escribo tal y como sale. No tengo un esquema hecho y no suelo
plantearme si esto o aquello es más o menos efectivo. Sí es cierto
que en ocasiones prefiero abandonar partes de la narración a la
imaginación del lector, no contarlo todo sino más bien dar alguna
pincelada. Por ejemplo, en la novela, sabemos que Jantipo ha sufrido
en su pasado, pero dado que el personaje es reticente a hablar de
ello, no llegamos a saber nunca que le pasó en realidad, lo
intuimos, percibimos que fue algo traumático y que le marcó, pero
si él no lo cuenta, yo, como narrador, tampoco debo hacerlo. De
igual forma, no conocemos el pasado de Arishat, la cortesana, pero
podemos intuirlo. Utilizar todo un capítulo para hacer una regresión
o “flash-back” en mi opinión hubiera restado intensidad a este
relato que debía ser ágil y en el que la tensión debía ir “in
crescendo”, casi sin pausas, hasta llegar al punto álgido que es
la batalla de Bagradas.
Pedro Santamaría y Javier Pellicer |
(Continúa la entrevista la semana que viene)