___
Lo prometido es deuda. Aquí os dejo la segunda parte de la interesante entrevista con Isabel Barceló, autora de "Dido, reina de Cartago". Desde aquí agradecer lo mucho que Isabel compartió conmigo, pues como podéis comprobar, desveló con gran detalle todos los aspectos de su novela.
___
—¿Qué es más de tu agrado, Historia o Mitología?
— La historia y la mitología tratan del ser humano: la primera relata los hechos de una manera científica; la segunda refleja la condición humana de una manera simbólica y profunda. Ambas son materia literaria y me interesan por igual.
—La etapa en la que está ambientada la novela es muy antigua. ¿Ha sido complicado conseguir documentación?
— Como muy bien dices, se trata de una época muy remota – hace aproximadamente 3.000 años – y las fronteras entre la historia y el mito están muy difuminadas. Sin embargo, hay una serie de hechos que nos han sido transmitidos como históricos y, si recuerdas, existe en matemáticas el llamado “problema de Dido” que hubo de esperar a ser demostrado mediante una fórmula matemática hasta mitad del siglo XIX y que ella había resuelto de manera intuitiva para delimitar el territorio de su nueva ciudad. Dido dejó una huella profunda en el Mediterráneo, aun cuando su historia esté entremezclada de leyenda. Para la historia general de la reina Dido me he basado en las noticias que han llegado hasta nosotros a través del historiador latino Justino. Para la historia de los amores de Dido y Eneas, como ya he dicho, en lo narrado en La Eneida.
En cualquier caso, a mí me gusta cerrar los libros una vez los he consultado. Escribo como novelista, no como historiadora. Lo que a mí me motiva no es repetir al pie de la letra, novelándolo, lo que dicen las fuentes – que tampoco son del todo fiables –, sino entender al personaje, dilucidar por qué actuó de tal o cual manera, reconstruir una personalidad que encaje con los hechos que conocemos, indagar en los motivos por los que en un momento determinado esa persona tomó una decisión que cambiaría radicalmente su vida. Quiero comprender al personaje y, a través de él, comprendernos mejor como seres humanos. Por tanto, una vez me he formado una idea acerca de su personalidad y su experiencia vital, trato de transmitirla recurriendo a los instrumentos y recursos literarios. Mi objetivo no es propiamente hablar de historia, sino contar la vivencia de un ser humano en su momento histórico.
—En “Dido, reina de Cartago”, priman los personajes y la relación entre cada uno de ellos. El centro de todas éstas es, sin duda, el romance que mantuvieron Dido y Eneas. ¿Los ves como los primeros Romeo y Julieta? ¿Por qué estas historias de amor trágicas nos atraen tanto?
— Creo que tienen el atractivo de lo prohibido. Se nos permite sentir amor, pero tenemos absolutamente vedado entregarnos a la pasión amorosa entendida como ese amor tan intenso que todo lo trastoca, que no teme ir más allá de lo considerado socialmente razonable, que niega límites e ignora las prohibiciones, que utiliza cualquier recurso para imponerse, arriesgándose incluso a terminar en muerte. La intensidad de esos amores nos admira y nos conmueve, nos identificamos con ellos e incluso nos gustaría vivirlos, pero o no surge la oportunidad o, si surge, no nos atrevemos. La ficción nos permite aproximarnos intelectual y emocionalmente a esa experiencia prohibida.
Shakespeare, cualquiera que fuera su intención al escribir Romeo y Julieta, puso en evidencia que salirse de las normas y vulnerar prohibiciones conduce a la muerte. Básicamente es el mismo mensaje que repitieron una y otra vez los romanos. En cuanto a Dido y Eneas, la suya es la gran historia de amor de la cultura romana. Muchos estudiosos, críticos y lectores (entre los que me cuento) consideran que es la parte más conmovedora de La Eneida. Y, desde luego, sus amores produjeron muchas obras de arte a lo largo de la historia y han sido interpretados de maneras diversas.
En cuanto a las razones por las que está prohibida la pasión amorosa:
Los romanos (y otras civilizaciones antiguas) pensaban que la pasión amorosa tal como la hemos definido subvierte el orden social y sólo puede atraer la desgracia a quienes se entregan a ella, una desgracia que arrastrará consigo a sus familiares, sus ciudades y sus pueblos, con efectos a menudo prolongados en el tiempo y perdurables. De hecho, Virgilio señala la ruptura amorosa entre Dido y Eneas como el origen de la enemistad brutal entre cartagineses y romanos que, ya en su tiempo y tras haberse librado tres guerras (las guerras púnicas), se había saldado con la destrucción de Cartago hasta los cimientos. No cabe una consecuencia más terrorífica que esa. El que la de Virgilio fuera una justificación poética no menoscaba la fuerza del mensaje. Varios mitos romanos anteriores insistían en ese peligro.
Por otra parte, Virgilio presenta a Eneas como el modelo de ciudadano romano – conviene aclarar que los romanos se consideraban descendientes de los troyanos a través del príncipe Eneas –. Su conducta frente al amor es la que debe tener todo buen ciudadano. El amor a una mujer siempre estará subordinado a las exigencias y deberes cívicos y, desde luego, a la voluntad de los dioses. Nosotros somos herederos de ese modelo, estamos atañidos por él y lo reconocemos perfectamente. Por eso nos sigue conmoviendo: la pasión intensa en el amor, aunque individualmente deseada, se sigue considerando socialmente intolerable y peligrosa.
—No podíamos dejar de hacer referencia a tu exitoso blog, “Mujeres de Roma”, en el que las grandes mujeres de la Historia son las protagonistas. ¿Por qué dedicarles un espacio?
—El olvido sistemático al que nos hemos visto sometidas las mujeres es muy dañino para la sociedad. Primero porque es, evidentemente, injusto: las mujeres, para bien y para mal, estamos en el mundo desde su origen y no hay ninguna razón objetiva para que se nos otorgue un valor social inferior al de los varones. La injusticia no es un buen clima para el desarrollo de una sociedad. Segundo, porque esa minusvaloración histórica tiene efectos actuales. El desprecio, el maltrato, la falta de consideración hacia las mujeres o las dificultades que encontramos para acceder a puestos de responsabilidad en todos los ámbitos, laborales, sociales, políticos, no son fruto de la casualidad, sino de ese ninguneo histórico, esa persistente negativa a reconocer todo lo que las mujeres han venido aportando a la humanidad. El olvido nos ha impedido acumular prestigio y cada vez que pedimos algo, parece que hemos de partir de cero, volver a demostrar que nos lo merecemos, que seremos capaces de gestionar lo que exigimos, etc. etc. Es una traba muy importante para progresar, cuando media humanidad está constituida por mujeres.
Mi minúscula contribución a esa lucha de las mujeres por alcanzar el respeto y el trato digno que nos merecemos, es recordar a las mujeres del pasado. He elegido a las romanas porque me fascinan y porque nosotros pertenecemos a esa civilización, estamos impregnados de ella. Así en mi blog hablo de mujeres que han descollado por diversos motivos en la historia, pero también creo personajes de ficción para mostrar cómo era su vida y, a través de ella, sus reivindicaciones, sus aspiraciones, sus creencias, el origen de sus fiestas, etc., siempre desde esa óptica y punto de vista de la mujer. Un punto de vista que jamás excluye a los varones.
—¿Crees que estamos en un mundo de hombres? ¿Qué podemos aprender de las antiguas civilizaciones matriarcales?
——Creo que el mundo es de todos, pero está dominado por los más fuertes. Quien tiene la fuerza, tiene el poder. Los varones son más fuertes y se refuerzan continuamente dominando las instituciones, las reglas del juego social, la economía… a través de todo ello se imponen a las mujeres y les vetan de todas las maneras posibles el acceso a esos instrumentos. Los países ricos dominan a los pobres, los amos a los siervos, las jerarquías religiosas a los fieles, los que tienen autoridad abusan de los menores… Se diría que la fuerza y/o el poder de una persona sólo pueden medirse por su capacidad de aplastar al débil.
No me atrevo a decir qué podríamos aprender de las sociedades matriarcales antiguas, no las conozco suficientemente bien, pero tengo la seguridad de que si hubieran librado grandes guerras, si hubieran vivido en una escalada de dominio de unas sobre otras, tendríamos noticias de ello. El acrecentamiento del poder no es una obsesión para la mayoría de las mujeres, no es su móvil, ni su prestigio reside en él. Su autoridad descansa más bien en el ejercicio equilibrado de ese poder. Tengo la convicción de que una sociedad con un reparto equitativo del poder entre hombres y mujeres sería considerablemente mejor, porque se complementarían las virtudes de ambos géneros y cada uno pondría freno a los defectos del otro.
—¿Cual es la figura femenina de la antigüedad que más te ha influenciado?
—No hablaría tanto de influencia como de fascinación. Y son muchas las mujeres fascinantes que encontramos en la antigüedad, bien por sus virtudes excelsas, como es el caso de Cornelia, la madre de los Graco, bien por su refinadísima (y cruel) astucia, como Livia; por su personalidad y capacidad de seducción, como Cleopatra; por su lucha y su fracaso en la conquista del poder político, como Fulvia o Agripina. En fin, la lista sería interminable. Con todo, la reina Dido es el personaje femenino al que me he sentido más próxima, por razones obvias. A diferencia de otras mujeres, ella entró en la historia por derecho propio, por ser ella misma y no por su relación con un varón, ni siquiera Eneas. A mi parecer, ella refleja esa posibilidad cierta de gobernar sin violencia, de conseguir sus objetivos prescindiendo de las armas. Fue una mujer extraordinaria.
—¿Tienes nuevos proyectos en marcha?
—Siempre tengo proyectos. Tengo textos en cartera que me gustaría ver publicados, y tengo también intención de escribir una nueva novela, probablemente en Internet.
—Por último, dime un aspecto de “Dido, reina de Cartago” que te haga sentir especialmente orgullosa.
—En general los lectores coinciden en señalar que Dido les ha dejado huella, que no la olvidarán. Eso satisface con creces mi aspiración de recobrar la memoria histórica de las mujeres y mi trabajo como escritora. Más que orgullosa, me hace sentirme feliz.
—Isabel, ha sido un placer acercarnos a ti y a tu obra. Un abrazo de parte de todos los lectores de Ilike Magazine.
-Muchas gracias a vosotros por darme esta oportunidad. Me ha encantado esta charla.