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Alcander, de Luisa Fernández

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domingo, 19 de octubre de 2008

La Ciudad de los Monstruos (Final)

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¡Al fin! Exclamaréis algunos al advertir que este es el capítulo final del relato largo. Ha sido un largo recorrido, aunque espero que no se os haya hecho muy pesado. Y espero asímismo que la conclusión sea de vuestro agrado y haya valido la pena toda la lectura anterior. Una vez más, gracias a los incondicionales que habéis seguido la historia.


Y ahora, sin más preambulos (sonido de trompetas y fanfarria diversa), el final de La Ciudad de los Monstruos.


PD: Espero poder anunciar pronto una pequeña buena noticia.
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RECORDATORIO: Gregg se había plantado en la mansión de Stockell para rescatar a Ellen de las intenciones de su padre. En la puerta del salón donde se halla reunida la plana mayor de la mafia de la ciudad, el antiguo policía decide que no hay mejor modo de entrar al lugar que llamando a la puerta.


***


Mi primera mirada es, lógicamente, para Ellen. A espaldas de su padre, atentamente vigilada por el gigante bestial que casi me mata, sus ojos habían pasado de chispear ante la esperanza de ser rescatada, al dolor de verme en manos de su padre.
El resto de presentes.... bueno, por sus caras anonadadas deben creerme un loco, y quizás lo sea. En aquella sala se encuentran reunidos diez de los más grandes capos de la mafia de la costa este. Algunos de ellos son delincuentes declarados, como El Santo- aunque jamás ningún juez ha tenido el valor de buscar pruebas contra él-, pero la mayoría pasan, a ojos de la sociedad, como respetables filántropos. Nadie podría creer que el respetable Douglas McHenzall, por ejemplo, empresario de la construcción volcado con la causa ecológica, esconde al segundo traficante de armas en ganancias. Sus pistolitas y fusiles siguen armando a movimientos terroristas y ejércitos insurgentes a lo largo y ancho del planeta; o el reverendo Bottom, que tanto se llena la boca, en público, defendiendo a las minorías étnicas. El plantel de personajes que me rodea es sin duda digno del mismísimo infierno.
Pero la rata más grande del nido no es otra que el propio Stockell, el paradigma del patriótico político comprometido con su país y su ciudad. En sus campañas promocionales alega una y otra vez su juramento de acabar con el crimen en la ciudad, en el país entero… todo mentira. La realidad es bien distinta a la del agradable tipo que se fotografía con adorables niños, siempre sonriente. Aquel hombre, de aspecto tan gallardo y absorbente, colabora con sus “socios en la sombra” en todos los asuntos sucios que uno puede imaginarse: tráfico de drogas y armas, prostitución, blanqueo de dinero, juego ilegal… su campañas están teñidas con el sufrimiento y la decadencia de muchos…
…con la sangre de muchos.
Ahora, sin embargo, no parece muy agradable a la vista. La rata se ha quitado el disfraz y, aunque sonriente a pesar del desconcierto de verme allí, con las manos en la nuca, rendido, se muestra tal y como es. Me mira con desprecio, mientras decenas de armas me apuntan, pero con la media sonrisa del que se cree ganador, cuando un segundo antes se creía perdedor. Basta un solo gesto por mi parte, un simple movimiento que puedan malinterpretar, y vaciarían sus cargadores sobre mí. Ya lo habrían hecho, pero el mismo Stockell los ha contenido. Quiere saber porqué, tras causar tal caos en su mansión, me he entregado pacíficamente.
-Señor Wingarth, sea bienvenido- se mofa-. Confieso que no esperaba verlo aquí. Y sin embargo, cuando han comenzado las explosiones, he imaginado que sólo un loco como usted podría causar todo esto. Lo que me sorprende es el modo que ha elegido para entrar.
-Bueno, usted y yo tenemos deudas pendientes, y me gusta pagar lo que debo.
La risa de Stockell resuena en la inmensa sala. Al fondo, sobre la chimenea, un retrato al óleo del político parece reírse al unísono.
-Pobre Wingarth… ¿De verdad creías que iría a por ti en cuanto salieras de la cárcel?- pregunta, continuando con la sorna- Amigo mío, no eres tan importante. Aunque la verdad es que sí que me habría divertido jodiéndote un poco más la vida, si no hubiera tenido otras preocupaciones.
No me pasa inadvertida la mirada fugaz que el cabrón dirige a Ellen. Pero la joven ni lo advierte. Sólo tiene ojos para mí, pero su mirada es un pozo de angustia y tristeza, como si creyera que pronto ya no volvería a verme con vida. Pero, en ese fugaz instante en que su padre deja de observarme, le hago un guiño. Sus ojos se agrandan, sus finas cejas acompañan el movimiento.
Chica lista. Ha comprendido que el juego no ha acabado.
-Sin embargo- continúa su padre-, estás aquí. De todos los perdedores con los que podía toparse esta hija mía desagradecida, ha tenido que dar contigo. Has entrado en mi propiedad y desatado un infierno. Has tratado de humillarme delante de mis socios, y eso me temo que no puedo permitírtelo.
Me apunta con su Smith & Wesson, una pistola que me da por el modo en que la sostiene que ya ha utilizado antes.
-En realidad, he venido a ofrecerte un trato- le digo, y consigo una vez más despertar su hilaridad… pero también su curiosidad.
-¿Un trato? ¿Y qué puede ofrecerme el aspirante a cadáver del día?
-Oh, algo muy sencillo. Mi trato es el siguiente: deja que me marche con Ellen, tranquilamente, por la puerta. Por supuesto, nadie nos seguirá. Sencillamente nos dejaréis en paz para siempre. A cambio, todos los que estáis aquí podréis seguir con vida.
La risa se extiende, contagiosa, a todos los presentes. Todos se carcajean, excepto Ellen. Incluso yo sonrío. Aunque mis motivos son bien distintos: sé lo que se avecina.
-Casi me da pena matarte, Wingarth. Has resultado ser un bufón de lo más entretenido- dice Stockell.
-Sí, un bufón… pero un bufón precavido.
Y entonces, les dejo ver al fin lo que porto en la mano derecha, y que había permanecido oculto gracias a mi cabeza. Un aparato que todos reconocen al instante.
-Esto, señores, es un transmisor, o mejor dicho, un detonador. Está accionado, en cuanto pulse el botón, estallarán las varias cargas de sem-tex que he alojado en ciertos puntos del edificio, aprovechando el caos que he causado. Y no temáis, no he escatimado en explosivos, hay suficientes para convertir toda la zona en un cráter como el de Arizona. Sabéis lo que significa… ¿verdad? Que incluso aunque me acribilléis a balazos tendré las fuerzas suficientes para hacer “clic”.
Sus rostros desencajados, el miedo reflejado en los ojos, todo me demostró que lo habían entendido.
-Sí, amigos, estáis a una simple decisión de saltar en pedazos. Así pues, Stockell… ¿qué será? ¿Por las buenas o por las malas?



***



-Es un farol. Quizás te sacrificarías a ti mismo, pero nunca permitirías que Ellen muriera de ese modo. Te conozco bien, Wingarth, eres un puto boy-scout- me dice Stockell, aparentando serenidad.
-Y yo conozco bien a Ellen. Sé que preferirá morir a ser vendida como una mercancía al hijo de un miserable mafioso gordo.
El Santo, realmente un saco de sebo andante, amaga un insulto, pero me hago oídos sordos. Lo he conseguido, los tengo a todos acojonados, y Stockell, aunque trata de simular seguridad ante sus socios, es quien más los tiene por corbata. Me conoce, sabe que lo haría.
Ellen me sonríe, me dice que sí con la cabeza, que lo haga sin dudarlo. Es el camino seguro. Un “clic” y me cargaría a la mayor concentración de delincuentes sarnosos de la historia de esta ciudad y quizás del país entero. Un “clic” y el mundo del crimen organizado quedaría convulsionado. A saber cuantas vidas salvaría, en el intervalo de tiempo que tardarían otros en ocupar el hueco de estos capullos.
Un “clic” y una muchacha no tendría que vivir una vida de esclavitud.
Levanto el brazo, lentamente. Todos lo ven. Estoy a punto de darle al botón.
-¡Espera!- grita entonces Stockell- ¡Tú ganas, maldita seas!
Con malos modos, aferra a Ellen, la aparta del gigante y de un empujón me la envía. Ella se abraza a mí, y aunque la sensación es inenarrable, mi vista sigue fija en Stockell. El muy cerdo no estaría tan calmado si no tuviera planeado jugármela.
-Dame el detonador- exige.
-¡No, te matará en cuanto lo hagas!- me dice Ellen.
-Lo sé- susurro, y vuelvo a guiñarle el ojo.
Lanzo el detonador por el aire, hacia Stockell. Ocupado en cogerlo- sabe que si cae en el suelo podría accionarse-, no grita la esperada orden de matarme que sabía que estaba dispuesto a dar en cuanto se supiera a salvo. No era tan imbécil como para creer que los matones de la sala no se me echarían encima a poco que él lo pidiera. No dispararían, claro, para no herir a Ellen, pero me caerían encima como una avalancha.
El detonador cae en su mano, mansamente. Y es entonces, al sentir lo liviano del objeto, cuando lo entiende. Después de todo, sí que era un farol.
O tal vez no del todo.
-Debiste registrarme las manos- y muestro otro pulsador en mi otra mano-. Las dos.
Y, ante la mirada desencajada de Stockell, lo acciono, al mismo tiempo que cierro mis ojos y me lanzo sobre Ellen con un abrazo protector. La obligo con mi peso a caer, mientras el cacharro de Michell, una minúscula bomba de cloroacetofenona camuflada dentro de la carcasa del supuesto detonador, estalla justo en la cara de Stockell. El placer de oírle gritar no tiene precio.
La confusión es total. Lo rápido e inesperado de mi acción, los aullidos de dolor de Stockell, pero sobre todo el gas lacrimógeno que pronto se extiende por gran parte de la sala, convierten la escena en un caos total. Desde el suelo, a salvo de la nube cegadora, tengo vía libre para actuar. O mejor dicho, el monstruo tiene vía libre.
La Taurus 9 mm, al estilo de aquella película en donde el prota se cargaba a todos los malos de un edificio, se desliza ligera desde mi espalda, donde los muy imbéciles no me han cacheado. Apunto, no necesito ver los cuerpos, me basta con atender las piernas de los matones que se muestran visibles por debajo de la nube. Cegados y lagrimeando, siguen sin saber cómo actuar. Un disparo, dos, tres… la pistola dicta su certera sentencia mientras regala pólvora y humo al son de sus gritos desgarrados; vacío el cargador, caen los suficientes matones para que esto sea una lucha más justa.
Pero el monstruo dentro de mí no quiere una lucha justa.
Y no la voy a tener.
El humo se disipa, veo a mis enemigos otra vez. Ya quedan pocos, pero suficientes para que todo se vaya al garete… si no fuera por el monstruo. Me refugio con Ellen tras un sofá de los torpes disparos de quienes se han recuperado lo suficiente para respirar. Pero siguen afectados por el gas lacrimógeno, o es que su puntería es lamentable. Idiotas gilipollas de gatillo fácil, disparan como si estuvieran en una serie de televisión barata.
Lo aprovecho, me dejo llevar ya definitivamente por el monstruo. Salto del refugio, cojo la mágnum de uno de los imbéciles que ya me he cargado. Disparo a uno de los gorilas de El Santo, y luego utilizo al mismísimo gordo henchido como escudo humano. Tal y como esperaba, se lo piensan dos veces antes de volver a disparar, justo el tiempo que necesito para cargarme a McHenzall y a otros tres más.
-¡Eres un demonio!- grita el “honrado” reverendo Bottom, y sale corriendo como si hubiera visto al mismo Satanás. No me extraña que mi expresión, rendida al monstruo, y la locura en mis ojos, le hagan pensar en el Señor de los Infiernos- ¡El Ángel de la Muerte!
Le dejo marchar, mi guerra es con Stockell. Junto a él ya sólo quedan dos, además de un Stockell con el rostro quemado y la mano rota en ampollas, dos tipos que por lo visto tienen más cerebro que el resto, pues tiran las armas y se dejan caer al suelo, casi pidiendo clemencia.
Y es ahí donde cometo el error.
Porque he olvidado al gigante. Surge con la furia de un oso salvaje, abalanzándose sobre mí con rapidez. Sé que nunca llegaré a saber de donde sacó Stockell a esta mole, poderosa como un titán pero a la vez ligera como un silbido al oído. Y no lo sabré porque uno de los dos morirá esta noche.
Un disparo no basta para detener su embestida, y no me da la oportunidad de un segundo. Sin atender a la seguridad de El Santo, me arrolla. Me quita el arma de la mano, me levanta de un puñetazo y en pleno vuelo me coge de la garganta. Me ahogo, pero sé que no moriré de ese modo. El gigante me romperá el cuello antes… o no.
Porque entonces llega la caballería. Sonido de cristales rotos y una figura estilizada y elegante se descuelga desde la enorme claraboya en el techo. Sally, la silenciosa Sally, se mueve con la destreza de una bailarina de ballet. No se entretiene con los otros matones, va directamente a por el gorila que me tiene a su merced. Una patada, una sola patada a la altura de la espalda del gigante y suena un crujido. Los ojos del gigante se desorbitan, por primera vez veo un signo de dolor en su rostro. Su presa se afloja, me deja libre mientras sus piernas, destrozada ahora su espalda, comienzan a doblarse al no poder soportar su propio peso. Cae al suelo, y a pesar del insufrible dolor, el tipo sigue sin decir nada, ni el más leve gemido. Sin embargo, me hace una súplica con la mirada. “Mátame”, leo en sus ojos. Y lo entiendo. Le hago el favor, a pesar de todo, una bala en la cabeza y le evito la tortura de toda una vida tumbado en una cama sin poder siquiera alimentarse por sí mismo.
¿Todo ha acabado? Por desgracia no. Suena un nuevo disparo. Sin duda, iba dirigido a mí, pero una veloz Sally, una heroica Sally, se interpone en el último momento. Pobre y hermosa Sally, la recojo en mis brazos, contemplo cómo la luz de sus ojos huye. Maldita sea, me maldigo una y mil veces en el tiempo en que tardo en dejar el cuerpo de la exánime Sally en el suelo.
Mi pobre Sally, esto es lo que pasa cuando uno se alía con un monstruo.
Cuando levanto la vista y ésta se pone sobre el asesino de Sally, ya no existe nada de Gregg Wingarth en mí. El monstruo ha enterrado toda conciencia del hombre que fui. Stockell lo sabe, sabe que estoy a punto de matarle. Me apunta con la zurda- la otra, echa un amasijo de carne quemada, sigue inútil-, pero su mano torpe tiembla ante el horror de la certeza de que ya no queda nada humano en mí, más allá de mi cuerpo.
-¡Detente! ¡Te mataré!- me grita.
No respondo, sigo avanzando. Un disparo, que me da en el hombro izquierdo. Sigo avanzando. Otro disparo, esta vez a la altura de la clavícula. Sigo avanzando. Stockell retrocede, y apunta esta vez a mi cabeza.
-¡Se acabó para ti!- aúlla.
Pero la pistola no le acompaña, salvo en el seco sonido del percutor al golpear con el vacío.
-Ha llegado tu momento, cerdo- le digo.
Saco una navaja extensible. Me regodearé con su muerte, le haré pagar la muerte de Sally, mis años en la cárcel, el dolor causado a Ellen… Sí, lo voy a disfrutar.
-¡Alto, Gregg!
No lo puedo creer. Tan anonadado estoy, que el monstruo desaparece por completo. Ellen, la dulce Ellen, mi hermoso ángel… apuntándome con una pistola. No, debe ser un error, una alucinación producida por esta locura que, tal y como temía, al fin me ha poseído. El monstruo convierte a todo el mundo en enemigos. Sólo quiere odiar, sólo quiere matar.
Pero, alucinación o no, Ellen está allí, al menos para mis ojos es así. ¿Cómo reaccionar ante aquello?
-N-no… no puedo dejar que lo hagas… a pesar de todo, es mi padre- me dice ella.
-¡Muy bien, hija mía!- sonríe entonces Stockell. Se le ha hecho la luz cuando ya se creía muerto- ¡Llevas mi sangre, y eso no puede obviarse!
-Ellen, por Dios…- pero no se me ocurre qué más decir.
Ya nada importa. Todo lo que he hecho, todo lo que he arriesgado, incluso la vida de mis amigos… nada importa si ella ya no me ama.
-No puedo dejar que lo hagas- me vuelve a decir-… porque debo hacerlo yo.
Stockell ni siquiera tiene tiempo de digerir aquella sentencia. Ellen dirige la pistola y al instante aprieta el gatillo. La bala es certera, directa a la cabeza. Quien lo iba a decir. La pequeña Ellen sabía manejar un arma, aunque aborreciera hacerlo.
-Esto es por mamá- le dice al cadáver-… Y puedes dar gracias, ella sufrió mucho más.
Todo odio que contuviera la muchacha desaparece al decir aquello, toda rabia contenida, todo miedo residente en lo más profundo de su alma, se desvanece junto con la vida de su padre.
Esta vez sí.
Todo ha acabado.



***



La muerte de Stockell y los otros jefes de la mafia, portada en todos los periódicos y noticiarios del país, se atribuyó a una rencilla entre socios mal avenidos. El reverendo, el único de los peces gordos supervivientes de la matanza, pronto se ocupó de los negocios vacantes en la ciudad. Sin embargo, durante las semanas que tardó en dominar la nueva situación, las calles se convirtieron en una locura de proporciones casi bíblicas. Puede parecer increíble, pero con la desaparición de unos capos que los organizaran, los delincuentes se tornaron más osados, más temerarios. Hubo una auténtica guerra por ocupar los puestos de los muertos. Se derramó mucha sangre.
Al fin, todo volvió a la normalidad. Porque en una ciudad como aquella, la normalidad no era ni más ni menos que la corrupción controlada, la tormenta constante pero domeñada. Era mejor, para la policía, incluso para los ciudadanos comunes, mirar para otro lado que tratar de cambiar una costumbre por otras que los sumirían en un período de caos sin igual. Era preferible el mal menor que la incertidumbre de la anarquía. Aquella ciudad había permanecido tanto tiempo sumergida en la mierda, que no conocía, ni quería, otra forma de vida.
Ellen y yo no hemos vivido nada de eso, de hecho no hemos vuelto a hablar de la ciudad desde entonces. Nos marchamos, asqueados de tanta violencia, en cuanto enterramos a Sally. Ahora vivimos en el sur del país, anónimos individuos cualesquiera- bueno, excepto para Benett, a quien no se le puede esconder nada-. Aquí los días son soleados y no grises, y las noches claras y no sofocantes. Se ven las estrellas, se respira aire limpio... se vive en paz.
El monstruo ha desaparecido. Es la presencia de Ellen, ella lo ha desterrado. Junto a la muchacha no puede concebirse el odio, y sin odio el monstruo no puede alimentarse, y muere. Al fin, tengo una vida apacible, al fin soy una persona entera, y no fragmentada. He renacido.
El monstruo se quedó donde debía.
En una ciudad de monstruos.

6 comentarios:

Víctor Morata Cortado dijo...

Bravo Javier. Has dominado desde el primer momento hasta el último este thriller de mafias al más puro estilo del cine negro. Los experimentos te salen bien, amigo. Y es que, y aquí lo digo públicamente, me encanta la manera que tienes de engarzar la prosa. Hubo momentos en los cuales sentí predecible esta historia y hubo quiebros que me hicieron ver lo errado de esa intuición, sobre todo el de Ellen, un giro en el cual, por un instante, el lector siente la traición, la confusión... ¿cómo es posible que Ellen haga esto? Y luego te despierta una sonrisa al ver cómo se desenvuelve. Bueno, qué más decir. Espero tu siguiente proyecto en esta Tierra de Bardos, aunque ya sabes que nuestra comunicación, al margen de los blogs y publicaciones, es bastante fluida. Un fuerte abrazo, amigo.

4nigami dijo...

Cielo, lo siento muchísimo, pero es que no puedo leerlo ahora mismo porque me tengo que ir... Siento no haberme pasado por aquí muy a menudo, pero mi padre estubo ingresado y falleció la noche del Domingo al Lunes, así que no tuve muchos ánimos de venir...

Mañana o incluso hoy a la tarde si tengo un rato vengo a leer el final, que sabes que estoy deseando saber qué pasa finalmente ;)

Besos

4nigami dijo...

¡Hola!
Por fin tuve un poquillo de tiempo libre y ya vine a leer el final ;)

¡Como siempre me ha encantado! ¡¡Qué susto me llevé cuando Ellen está con la pistola al final!! =P

En fin cielo, perfecto =)

Espero que dentro de poco nos regales otro de tus relatos.

Por cierto, ya actualicé.

¡Besos!

ojoS iNfiNito dijo...

Estaba vagando por este mundo de irrealidades, de pronto encontre mi cara, y abri el portal ke la contenía y encontré tu blog. La parte donde estaba esa imagen decía: " para Sandra y su otro mundo", sentí un vuelco en la pancita (por que yo me llamo Sandra, Sandra Nallely) y comence a leer lo que escribiste en esa parte, sin duda hablabas de mi, weno, eso me gustó pensar, y ahora tienes una admiradora mas, eres re bueno escribiendo, todo lo ´leído lo pude ver. Me encanto, yo apenas soy una amateur, pero me gusta plasmar lo ke mi cabeza va pensando.

Ana Vázquez dijo...

Me ha encantado, un final magnífico. A veces hace falta algo especial para que lo malo se olvide y si formamos una realidad nueva tan bella mucho mejor.

Sigue así con tu misterio y tus historias PER-FEC-TO!

Un besazo, cuídate!

make dijo...

nuestro común amigo Víctor Morata me recomendó tus relatos y vaya si me ha gustado, esplendido. He disfrutado mucho con la lectura y por criticar diré que el final es bastante feliz para ser una historia tan negra. Seguiré leyendo cosas tuyas. Y si no te importa me declaro seguidor tuyo.

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"