TIERRA DE BARDOS, CIERRA.
Pero yo no desaparezco. A partir de ahora podrás encontrarme en mi WEB OFICIAL DE AUTOR pinchando en la imagen inferior. Allí os ofreceré más artículos, noticias, reseñas y todo el contenido habitual en este blog.
¡Muchas gracias a todos por estos años juntos! Os espero en mi nuevo rincón:

A PARTIR DE AHORA PODRÁS ENCONTRARME EN MI WEB DE AUTOR

Alcander, de Luisa Fernández

Ya está aquí... Legados

jueves, 19 de junio de 2008

El fotógrafo

_____________

La casa de William Ridge era, en sí misma, un museo como pocos podrían encontrarse. Obviamente, un museo de fotografía. Las paredes se veían atestadas de miles de fotos, el fruto de sesenta años de incansable carrera. Las observé con admiración, como no podía ser de otro modo. Entre aquellas imágenes se congregaban más de seis Pulitzer de fotoperiodismo, y un sinfín más de premios del más alto nivel internacional.
-Encantado de conocerle, señor Bequett- me dijo el anciano, en tanto tomaba mi abrigo y lo colgaba en el perchero junto a la puerta, con la humildad de un servicial mayordomo.
-Oh, no, el placer es todo mío, sin duda- respondí yo rápidamente, pues realmente así era-. No todos los días se conoce a una leyenda.
-No sea tan generoso conmigo, ya me convenció hace unos días para que le concediera la entrevista- rió él, y yo acompañé su pequeña broma con una sonrisa.
Era cierto que había resultado toda una odisea conseguir aquella entrevista, pues Ridge era ante todo un hombre que gustaba de pasar desapercibido. Enfrentado por ello al fiero estilo de los papparazi de hoy en día, los periodistas de siempre no dudaban en apuntar que dicho carácter introvertido, ese hacer las cosas sin pretender notoriedad, le había valido siempre ser el primero en llegar a una noticia. Algunos decían que sencillamente Ridge intuía la noticia antes de que ésta aconteciera. Yo era joven, apenas había traspasado el umbral de los treinta, un periodista agresivo de la nueva escuela, que sin embargo admiraba los logros conseguidos por aquel anciano.
-Son buenas- dijo de repente Ridge.
-¿Cómo?- pregunté yo, por instinto.
-Las fotos, digo.
-Ah, sí, claro…- balbuceé, y deduje que había permanecido en ese estado mío tan particular cuando algo me encandilaba.
-Las fotos, si se sabe cómo lograrlo, contienen la fuerza de los plasmados- comentó el anciano.
Su mirada fue, entonces, de una intensidad abrumadora, electrizante.
Volví a observar un momento las fotografías. Sí, él tenía razón… había una gran carga de emociones en cada una de ellas: miedo, odio, desesperación, horror, miseria… todo cuanto podía encontrarse podrido en el mundo había sido fotografiado por Ridge. Corresponsal en más de veinte conflictos armados y luego reportero gráfico en los suburbios de una Manhattan siempre peligrosa, aquel hombre sabía bien lo que era caminar por la cuerda floja.
Obtuve mi entrevista durante una agradable cena. Ridge me narró mil y una anécdotas en un tono cordial y ameno, más propio de dos viejos amigos que de un periodista y su entrevistado. Su rostro de anciano, su aparente fragilidad, invitaba a la confianza. En él se veía reflejado ese abuelo encantador que todos hemos tenido. Terminamos el café que él mismo había preparado, y durante unos pocos minutos seguimos charlando. Hasta que, en un momento dado, el anciano me sorprendió con una mirada intrigante y una sonrisa no menos enigmática.
-Poseo más fotos, señor Bequett. Éstas, sin embargo, no son precisamente adecuadas para el dominio público. Son demasiado… escabrosas.
-¿Más que la de las incursiones en Ia Dang, en Vietnam?- dije yo- Resulta difícil de creer.
-Compruébelo usted mismo, si quiere.
Ridge se levantó lentamente. Le crujieron los huesos, y lanzó un pequeño gemido en tanto dibujaba un gesto agrio en el arrugado rostro. Apoyado en su inseparable bastón, se dirigió a la escalera que daba al piso superior con paso cansino, y abrió una portezuela que daba a alguna dependencia debajo de los escalones.
-Este era mi cuarto oscuro, de la época en que aún se revelaban las fotos a mano- rió-. La verdad, todas esos nuevos métodos digitales están pervirtiendo la esencia de este bello arte.
Lo seguí al interior del habitáculo, que en principio era un pasillo escalonado que bajaba a un sótano. Estaba parcamente iluminado con bombillas que colgaban del techo. La luz amarillenta de las susodichas aumentaba el efecto de sofoco y angostura. Además, en aquel lugar el aire parecía estar estancado, tenía un cierto regusto acre. No, no era un lugar muy agradable.
Me sentí entonces intranquilo. Lo atajé al ambiente opresivo, pero me resultó extraño porque jamás me había caracterizado por ninguna fobia a los espacios cerrados.
-No tema, señor Bequett- dijo Ridge.
Por algún motivo, su voz ya no me sonó alentadora como momentos antes. Entre aquellas paredes todo parecía más… tétrico. En mi mente me burlé de mí mismo, me tildé de estúpido y niño asustadizo de las sombras. Por Dios, pensé, ni que Ridge fuera un asesino o algo así. Si ni siquiera tiene casi fuerzas para caminar.
Unos segundos después habíamos llegado al verdadero cuarto oscuro de Ridge. Resultaba inconfundible: luz roja, fotos colgando de cordeles mediante pinzas, cubetas. Nada que se saliera de lo común…
…excepto las propias fotos.
-Aquí las tiene, señor Bequett.
Al principio no advertí de qué trataban las fotografías allí colgadas. A través de la escasa luz del lugar, parecían retratos de personas, primeros planos. Fue al acercarme cuando entendí que eran más, mucho más. Observé que algunas imágenes eran muy antiguas, aunque todas estaban bien conservadas. Mostraban una Manhattan desconocida para mí, una Manhattan que, en buena medida, también debiera serlo para Ridge: en una de las fotos, reconocí la fábrica Triangle Shirwaist, un edificio que había quedado arrasado por un gran incendio en 1911. Lo extraño del caso, lo realmente desconcertante, es que estábamos en el año 2012. Y Ridge, según su documentación, tenía por aquel entonces setenta y cinco años.
Y sin embargo aquello que realmente desgarró toda mi entereza, aquello que desgajó mi corazón como quien trocea una naranja… fueron los rostros de los fotografiados. ¡Dios Santo, jamás podría encontrar las palabras adecuadas! No existen para describir tanto horror. Todo eran personas jóvenes, no mayores de treinta años: mujeres hermosas, hombres lozanos, incluso niños. Todos sin embargo, mostraban un una expresión terrorífica. Algo surgía de ellos, de sus bocas y miradas, algo que había sido captado por la cámara: un hálito tenue, casi insignificante, un vaho inmaterial pero no obstante presente.
Comencé a respirar exageradamente. Miré mis manos, temblaban, como el resto de mi cuerpo, y sudaban. De repente, el aire rehuía mis pulmones, un horror intenso se había apoderado de mí. Me sentí enloquecer, y quise gritar, pero ni un gemido pudo surgir de mi boca.
-Se lo dije. Las fotos contienen la fuerza de los plasmados… y su vida.
Reculé preso de un pánico sin sentido hasta tropezar con la mesa de revelado. Había perdido toda coherencia en el pensar, sólo sentía pavor hacia aquel anciano que en buena lógica bien podría haber apartado de un simple manotazo. Sin embargo, algo supuraba de su interior al mío que impedía mi razonamiento y excitaba mi terror.
-Verá, en algunas sociedades se cree que la fotografía hace mucho más que inmortalizar una escena. Algunos creen que las fotos roban el alma del fotografiado.
Vi ahora que Ridge portaba una cámara en su mano libre, una de esas pequeñas analógicas con carrete que ya no se usaban. La levantó hasta la altura de su rostro, apuntándome.
-He conocido tres siglos distintos, tantos años como hace que nació la fotografía. ¿Cómo cree que he logrado algo así, señor Bequett? La fotografía, como bien comprenderá, fue para mí el mejor de los inventos en la historia de la humanidad.
Vi el brillo de la maldad pura en la sonrisa de Ridge antes de que éste accionara el botón, y luego el destello del flash, que arrancó violentamente algo de lo más profundo de mi ser. De repente, mi cuerpo había sido vaciado, pero aún escuché unas últimas palabras, una sentencia que consiguió que mi rostro, como el de las anteriores víctimas, quedara deformado por el más indefinible de los horrores.
-Un espíritu delicioso, señor Bequett.

3 comentarios:

4nigami dijo...

Ala...



















...















Me estoy planteando dejar la fotografía retratística (auqnue no hago mucha, la verdad) Jejeje!!


Me encantó el relatooo!!!! =D

Con respecto a lo de tu libro me parece bien! ^^ Intentaré ahorrarlo o sino lo quito del banco.. eso sí... molaría que me lo firmaras xDDD




En fin!! Me voy ya que tengo el último examen de selectividad y estoy ya entre nerviosa y dormida! Jeje!!



Besazos!!!








[Sigo pensando en el relato... la última frase me recordó a Hannibal... jum...]

Anónimo dijo...

Realmente muy bueno el relato de hoy, enhorabuena!!

No será un guiño al famoso escritor irlandés Samuel Barclay Beckett no? :P jaja!

Me ha gustado mucho la idea de robar parte del ser de una persona con una fotografía, así piensan los indios y por ello nunca se hacen fotos, porque creen que les roban el alma :S

Saludos y buen día!
Luis Tolkien

Ana Vázquez dijo...

Me ha gustado muchiiisimo el relato, está plagado de misterio, incluso de miedo. Me ha encantado el final y la importancia que le das a la fotografía. Las fotos estupendas. Un beso!

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"