TIERRA DE BARDOS, CIERRA.
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Alcander, de Luisa Fernández

Ya está aquí... Legados

domingo, 1 de junio de 2008

La Encantadora de Dragones IV

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A pié, Phiore no tardó más que un puñado de minutos en llegar hasta la empalizada. Ya para entonces la conciencia de Zallan era apenas un susurro inapreciable en su cabeza y en el pecho.
Pocos, muy pocos, sabían que entre el dragón y la muchacha había una conexión que sobrepasaba lo sentimental. Era una cuestión que ni uno ni otro comprendían, pero cuando ambos estaban juntos, o cercanos, sencillamente se sentían, más incluso. Como si uno alimentara mágicamente a otro, la presencia de Zallan proporcionaba a Phiore una fuerza que no podía tildarse más que de sobrenatural, y su resistencia a cualquier daño o fatiga se incrementaba hasta lo indecible en un ser humano. Al mismo tiempo, los sentidos de Zallan se veían potenciados con la proximidad de su hermana, siendo por ello el dragón más agudo en percepción de toda su raza.
Pero al mismo tiempo aquella relación íntima tenía también un punto débil: una dolencia en cualquiera de ambos era padecida también por el otro. De hecho, tanto el dragón como la joven sintieron la cercanía de la muerte en tiempos pasados, cuando la pequeña Phiore padeció unas intensas fiebres que la tuvieron al borde de la fatalidad. No resultaba complicado entender pues porqué ambos hermanos no se habían separado prácticamente nunca. En la distancia, ambos se sentían más débiles, más huérfanos.
Aquella ocasión no fue distinta, pero Phiore tenía razón en plantear un plan como aquel. Necesitaban información de primera mano para encontrar a los asesinos de sus hermanos, y quizás también ayuda material, y en Beniam había quien les podía apoyar.
Sin embargo, y aunque Phiore se negaba a reconocerlo, había más motivos para acudir a la ciudad.
La puerta sur de la empalizada estaba abierta, como era común durante el día, aunque también como siempre era vigilada por sendos alabarderos de la guardia local. Ambos vigías estaban allí más como simples adornos que para impedir la entrada a nadie. Pasaban las horas charlando entre ellos, sin apenas prestar atención a quien entraba y quien salía. En consecuencia no repararon en la menuda joven que, envuelta en un manto que le ensombrecía el rostro, se coló entre varios viajeros más.
Caminó entre las calles de tierra sin detenerse, y nadie le prestó mayor atención, ya que era jornada de mercado y la gente prefería fijar su atención en los productos de los tenderetes. Ayudó que la muchacha no solía frecuentar poblados; nadie la conocía, a pesar de que había estado en Beniam en al menos cuatro ocasiones.
Phiore se detuvo al fin frente a una casa de fachada desvencijada, como tantas otras. Tenía un cobertizo abierto de par en par, desde donde se escuchaba el repiqueteo de un martillo, y los cantos de una voz quizás no tan melodiosa como la de un bardo, pero sí de cadencia agradable.
Y varonil.
La joven se adentró en principio decidida, pero una vez dentro del lugar, y al contemplar la escena, se sintió de repente débil, y asaltada por una miríada de dudas. Contuvo un ahogo, y durante unos instantes permaneció en silencio tras una columna de madera, admirando cuanto ocurría frente a ella.
Había un grupo de chiquillos sentados en el centro de la estancia, todos alrededor de un hombre que, entre golpe y golpe de martillo en una pieza de cuero- parecía un jubón a medio tachonar-, recitaba un relato.
-…y yo tomé entonces mi arco, y con la flecha apunté a la mantícora que amenazaba a aquel niño que, recordadlo, podría haber sido cualquiera de vosotros- los muchachitos estaban tan embelesados que miraban con los ojos bien abiertos al curtidor y cuenta-cuentos, sin osar respirar siquiera. Como Phiore-. Un disparo me bastaba para matar a la criatura que, aunque no era malvada por naturaleza, había confundido al pequeño con un intruso. Pero me confié, y entonces me atacaron desde la derecha un par más de aquellas bestias. Me volví y con gran rapidez abatí a una de ellas desde corta distancia, sabiendo no obstante que no lograría recargar el arco a tiempo para acabar con el segundo de mis atacantes. Cuando la criatura se disponía a atacarme, entonces… ¡ZAS!- y los chiquillos saltaron cuando el hombre de cabellos rubios, a la altura del mentón, acompañó su exclamación con un golpe de su martillo sobre la palma de su mano izquierda- Entonces una gran zarpa oscura golpeó a la mantícora que me amenazaba, apartándola de mí, y así pude disparar a la criatura que amenazaba al niño y salvarlo. ¿Y adivináis de quien era aquella zarpa? ¡Sí! ¡De un magnífico dragón oscuro! ¡El más impresionante que pudiérais encontraros!
-Pero los dragones son malvados, lo dice el padre Cabaldo- le interrumpió un niño de tez encarnada.
-Oh, no creáis todo lo que se dice por ahí- rió bien alto el hombre-. Yo os aseguro que los dragones son criaturas magníficas y honorables, incluso.
Phiore ya había oído bastante. A desgana no obstante, salió de su escondrijo en tanto carraspeaba para hacer notar su presencia. Ya antes de ello el hombre la había percibido, pero fue entonces cuando el curtidor posó su miraba directamente en los ojos de Phiore, como siempre hacía. Y como siempre, aunque asombrado, aunque atrapado por el brillo de aquellos ojos, fue el único que logró soportar su glauca mirada sin apartar la vista.
-Vaya...- dijo, y luego se dirigió de nuevo a los muchachos-. Bien, chicos, creo que por hoy ya basta. Tengo visita, pero si venís mañana os contaré cómo es volar a lomos de un dragón. ¡Y ahora a casa, a ayudar a vuestros padres!- les apremió el hombre.
La marabunta de niños se puso en pie y en tropel salieron a la calle, sin apenas reparar en Phiore, que seguía plantada con la mirada fija en el curtidor, así como éste permanecía observándola largamente, como si no creyera que estuviera allí.
-Has vuelto…- dijo el curtidor- Perdona que te mire así, pero sabes que tus ojos… bueno… ya sabes cuanto me alteran- carraspeó- ¿Cómo está Zallan? ¿Sigo cayéndole mal?
Phiore trató de disimular el escalofrío que recorría su piel manteniéndose fría y distante, como acostumbraba a hacer cuando trataba con hombres comunes. Sin embargo... sin embargo aquel no era un hombre corriente.
-Sí- fue la lacónica respuesta de la muchacha a la pregunta del curtidor, y luego cambió de tema-. Un día te buscarás un problema con todos esos cuentos de dragones. Si llegan a oídos de los inquisidores…
-No ocurrirá. La gente del pueblo sabe guardar el secreto. Me aprecian, y los niños más. ¿Sabes que nuestro segundo encuentro es el cuento que más les gusta?- bromeó el hombre
-No es así como yo lo recuerdo. Juraría que aquel día había más de tres mantícoras, y que tú sólo abatiste a muchas antes de que Zallan y yo apareciéramos…- comentó Phiore, permitiéndose algo que no era muy común en ella: una sonrisa.
El hombre la acompañó con una risita.
-Cierto, pero si lo cuento tal y como fue, todos en la aldea tardarían poco en sumar dos y dos… ¿no crees? Así sólo soy un joven curtidor al que le gusta contar cuentos y con un poco de habilidad en el arco.
-Algún día tu pasado saldrá a flote, Ingwë. Eres demasiado valioso para el mundo- adujo Phiore.
-No creo que hayas venido aquí para echarme lisonjas, aunque sean bien recibidas. Dime, Phiore… ¿qué ha ocurrido para que te veas obligada a entrar en una ciudad?- le preguntó él.
-Sí, estás en lo cierto, algo ha pasado…
Y la joven pasó a exponerle cuanto había sucedido. Ingwë escuchó con expresión torva y verdaderamente afligido. Cuando Phiore se puso a temblar, amenazando con derrumbarse al recordar la carnicería perpetrada con Schervilla, el curtidor no dudó un instante. La rodeó con sus brazos, la dejó arrebujarse en su pecho mientras Phiore, que al cabo era una muchacha joven, muy joven, desahogaba sus penas. Ella se dejó llevar, permitió el abrazo y las caricias en su oscura cabellera, porque acaso la muchacha necesitaba descargar todo aquel llanto reprimido. Quería y confiaba en Zallan hasta más allá de la muerte, pero ante el dragón no deseaba mostrarse débil, porque era como reconocer la que por otra parte era su auténtica naturaleza.
Pero con Ingwë era distinto, porque también él lo era. Le llamaba amigo, el único que tenía, porque podía mostrarle esa parte de ella que no se atrevía a poner a los ojos de Zallan. Y, a pesar de las ausencias de Phiore, Ingwë siempre estaba ahí para ella, siempre. No se veían mucho, pero desde que lo conociera había sentido la necesidad de encontrarse con él cada cierto tiempo.
Phiore no tardó mucho en reponerse. Su parte dragona volvió a tomar el control, y de nuevo se mostró dura como el ébano, y fría como un témpano. Ingwë suspiró, pero como amigo aceptó el cambio.
-Perdona esto, Ingwë…
-¿Cuándo aprenderás que no hay nada que perdonar?- y el hombre le apartó un mechón que se le había quedado pegado a la húmeda mejilla.
-¿Me ayudarás a encontrar a esos desgraciados?- preguntó Phiore.
-Conoces la respuesta a esa pregunta- sonrió el curtidor-. Permíteme que tome mi arco y me ponga ropas más adecuadas, y veremos qué podemos hacer.

***

Merced al carisma de Ingwë, y al afecto que le profesaban los aldeanos, ambos indagaron en busca de la presencia de Arghan y sus mata-dragones. Sus pesquisas les llevaron, al fin, a la conclusión de que el grupo de mercenarios no había entrado en el poblado, extremo éste que confirmó las sospechas de la joven.
-Están por los alrededores, Zallan los olió- balbuceó.
-Resulta extraño, muy extraño, que no hayan entrado en la ciudad. Luego de cada caza es costumbre para esa gente fanfarronear en las tabernas y, sobre todo, entregar la prueba de su “hazaña”- dijo en franco tono sarcástico Ingwë- a la primera iglesia que encuentren en su camino. Eso les suele reportar un buen saco de monedas. Es extraño… a no ser que…
El hombre abrió los ojos de repente. Ingwë era inteligente, sagaz e intuitivo, y al fin se había hecho la luz en su mente.
-¿Dónde está Zallan?- preguntó, alarmado.
-En el Bosque de los Pinos…- y entonces Phiore comprendió-. ¡Oh, no! ¡Nos han engañado!
-¡Sí!- y el arquero, curtidor y cuenta-cuentos salió a la carrera, y tras él la joven- ¡Rápido, tengo un caballo en la parte trasera de mi cobertizo!
Montaron ambos en el alazán de Ingwë, un ejemplar robusto, que bien podía portar al hombre y a la chica sin demérito en su cabalgata, al menos durante un buen puñado de leguas. El arquero espoleó con gana al jamelgo, y éste respondió con verdadero ahínco.
Pero, cuando estaban a punto de llegar al Bosque de los Pinos, Phiore lanzó un agudo grito de dolor y cayó del caballo.
-¡Phiore! ¿Qué ocurre?- demandó Ingwë, en tanto bajaba de su montura y tomaba en brazos a la muchacha de verdes ojos.
-¡Lo tienen!- gimió ella- ¡Y lo han herido! ¡Le han roto la pata izquierda!
La mirada de Ingwë reflejó el espanto que sentía en su corazón. Él era el único ser, o al menos así lo creían tanto Phiore como el propio arquero, que conocía aquel secreto. Y ahora veía cómo aquella a quien amaba, aunque jamás se lo hubiera dicho, no podía siquiera mover su brazo zurdo.
-Así no puedes luchar, Phiore. Quédate junto a mi caballo- le pidió, en tanto con dedos diestros y expertos le procuraba un cabestrillo para el brazo con un pañuelo-, yo salvaré a Zallan. No estamos muy lejos de donde me dijiste que se escondía.
-¡No, Ingwë! ¡Es mi hermano! ¡Debo estar a su lado!
-¡Escúchame por una vez en tu vida, maldita sea!- le gritó el hombre, en un tono que jamás había utilizado con ella, mezcla de enfado y preocupación- ¡No estás en condiciones de luchar! Sólo conseguirás estorbarme, y eso no le hará ningún bien a Zallan. A mí no me esperan, puedo sorprenderlos uno a uno desde lejos. Sabes que tengo razón, sabes que soy capaz de hacerlo.
Ahora Phiore lloraba. Sí, sabía que Ingwë era capaz de ello, porque del mismo modo que él conocía su secreto, también la joven tenía en su poder el del arquero. Ingwë era en realidad Ojo de Águila, uno de los héroes humanos más grandes de todos los tiempos; de él se decía que era el Arquero Supremo, pues su habilidad con dicha arma era inigualable. Aunque joven, ya había conocido la guerra, a pesar de que la aborrecía, y por ello se había retirado a un pueblo tan tranquilo como Beniam, donde era un anónimo curtidor y cuenta-cuentos. Pero Phiore sabía la verdad.
Y ahora tenía un doble motivo para el sufrimiento. Por una parte, su hermano, Zallan, con quien había crecido, y a quien se sentía unido por un vínculo como jamás otro; y luego estaba Ingwë, su único amigo, al cual lo unía otro tipo de vínculo, no reconocido por la propia muchacha.
Ahora, viendo el peligro al que se iba a someter por ella, una inusitada claridad le reveló la realidad en su corazón. Ni pudo ni quiso reprimir el impulso.
Lo besó en los labios, y luego del aturdimiento inicial, Ingwë devolvió el gesto con fuerza y pasión.
-Sálvalo, pero vuelve con él- le dijo la joven.
Ojo de Águila sonrió.
-Lo haré.
Un momento después, Ingwë se perdía entre las pináceas.


Concluirá...


Imagen creada con HeroMachine 2.5

2 comentarios:

Eva dijo...

:)
Hola, guapo. Lo que debería es comentarte más a menudo, porque pasar sí que paso por aquí jajaja. Tú eres de esos que me gusta leer despacio.
Tengo pendiente algo contigo: agradecerte el premio. El caso es que pasé por aquí en su momento, y yo juraría que te lo había puesto, pero ahora veo que no lo hice (mi neurona, que a veces patina). No soy mucho de seguir cadenas y de ahí que no continuara con lo que proponías, pero me siento igualmente muy halagada con lo que dijiste.
Ixmu anda que no para, como siempre jajaja. Entre los estudios y el curro... Le hará mucha ilusión que le mande recuerdos tuyos, seguro (se le va a poner una sonrisa de esas grandes, grandes).
Sí que me he enterado del ataque. Hacía tiempo que había retirado mis relatos de la web, porque si casi no tengo ni tiempo para el blog... Elegí y me quedé con lo que llevaba más tiempo: el blog de marras. Pero aún así, de vez en cuando, entraba a leer. Lo tenía algo abandonado últimamente y hace unos días me encontré con la desagradable sorpresa al intentar acceder a la web. Lamentable. Lo siento por Gonzalo, el administrador, y por las pérdidas que ocasione esto a los participantes (esperemos que sean mínimas). Ha sido una putada. Suena mal, pero creo que lo define bien ;)
Un besote, niño.

Ana Vázquez dijo...

Me ha gustado mucho leerte de nuevo, ya hacía tiempo que no escribías y estaba esperando la continuación la verdad. Me encantan los cuentos de dragones además tú le añades esos ingredientes tan particulares que lo hacen realmente interesante. Un besazo!

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"