TIERRA DE BARDOS, CIERRA.
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Alcander, de Luisa Fernández

Ya está aquí... Legados

domingo, 8 de junio de 2008

La Encantadora de Dragones- final


***


Pasó largo rato, pero ni Ingwë ni Zallan regresaron. Y Phiore no pudo soportarlo más. De repente, un nuevo dolor, esta vez en las costillas. Habían golpeado a su hermano una vez más, lo cual sólo podía significar que Ingwë no lo había logrado.
Ya no tenía más opción. Herida o no, tenía que acudir y luchar.
Se adentró en la espesura del Bosque de los Pinos, y mal que bien fue avanzando, El brazo seguía doliéndole como si la hubiesen agredido a ella, y las costillas le ardían hasta lo insufrible, pero su parte de dragón hizo callar a la quejicosa muchacha humana. Apretó la mandíbula y siguió caminando.
Pronto encontró los primeros signos de lucha: tres cuerpos echados en el suelo, perforados por otras tantas flechas, certeras al corazón cada una de ellas. Buen Ingwë, pensó Phiore, valiente incluso ante inferioridad numérica. Uno de los cadáveres era el de un hombre delgaducho. Por la posición en la que había caído, sin duda no había visto venir la flecha. El que yacía a su lado, un tipo de túnica oscura y faz tétrica, y que por la cantidad de raíces, hojas y polvos esparcidos de su bolsa debía tratarse de un brujo, parecía haber advertido la presencia de Ingwë. Sin embargo, ni tal echo ni su condición le habían salvado de la certera puntería del arquero.
Sin embargo el tercer cuerpo, el de un hombre de edad mediana, ya entrado en la madurez, denotaba un combate de refriega. Ingwën era diestro con la daga o la espada, pero no al nivel de su habilidad con el arco. El combate se había saldado al parecer con la victoria de Ingwën, pero sólo un triunfo parcial. Hundido en el pecho del hombre, aún estaba el puñal de su amigo.
Y él jamás lo hubiera dejado atrás.
-Lo tienen a él también…- sollozó Phiore.
Se impuso calma, haciendo suyo el consejo que siempre le daba Ingwën. Tomó la daga del arquero, aun cuando ella tenía sus propios sables, y siguió caminando.
Al fin llegó al claro donde Zallan se había refugiado, y tuvo así una imagen de cuanto había acontecido. Al fondo se hallaba la destacable figura de su hermano; una gran red de hebras de acero lo aprisionaba, impidiéndole escapar a pesar de su gran fuerza. Con tiempo lograría soltarse, pero a buen seguro no dispondría de ese tiempo.
Por lo visto Zallan había logrado plantar cara, pues varios árboles aparecían arrancados de cuajo, sin duda producto de la ira del dragón. Pero sin Phiore cerca era tan vulnerable a las trampas y estrategias de los cazadores como cualquier otro dragón, y al fin había caído. El lugar apestaba a raggia, una potente hierba especialmente indicada para aturdir y debilitar a los dragones. De haber estado ella a su lado, habría sido insuficiente para detenerlo. Ahora la criatura alada ya no forcejeaba. Herido, maltratado y drogado, no tenía fuerzas para mucho más.
Junto al gran dragón negro había tres individuos, uno de ellos arrodillado y claramente maniatado a la espalda. Ingwën también había recibido lo suyo, tenía el rostro roto por los moratones y varias heridas sangrante, pero al menos estaba vivo, lo cual alivió un poco a Phiore. Sin embargo, el saber que existía un enemigo capaz de derrotar al diestro Ojo de Águila era toda una evidencia de, sin duda, un rival temible.
Uno de los dos mercenarios que esperaba en pié era un hombre grandote como un roble, un gigantón de grandes proporciones que sostenía una gran lanza mata-dragones, llamada así porque era más grande y gruesa de lo habitual. A Phiore no le llamó la atención, pues al instante le resultó obvio que aquel al que tanto odiaba era el otro individuo. Sólo precisaba contemplar los malditos cachivaches que portaba, todos arrebatados ignominiosamente de los cadáveres de decenas de dragones.
Al fin tenía ante ella a Arghan, el mejor cazador de dragones del mundo.
Y al fin éste tenía ante él a su presa más codiciada, la Encantadora de Dragones.
***
-Bienvenida, querida- dijo el hombre, al advertir la presencia de la muchacha-. Hace ya bastante que te esperamos.
-Monstruo… asesino…- gimió Phiore- Pagarás cuanto has hecho.
-Me temo, pequeña, que tu posición no te da opción a proferir ningún tipo de amenaza. Y no hablo sólo de tus amigos, cuyas vidas penden de un hilo, sino de tus propias posibilidades. Apenas puedes tenerte en pie, mucho menos luchar con el brazo en cabestrillo.
-Ponme a prueba, necio, pero en un combate sólo entre tú y yo. Déjalos de lado a ellos- dijo la joven.
-Ah, no sería muy buen mata-dragones si no matara al dragón… ¿no crees, querida?- se mofó Arghan
-¡Déjame acabar con ella, patrón!- espetó Borioch.
-Tú ocúpate de vigilar al dragón, idiota. Si mueve aunque sólo sea un ala lo atraviesas. Y yo mientras, me ocuparé de la muchacha- y Arghan centró ya toda su atención en Phiore-. Eres un esperpento, niña. Un ser humano criado por dragones- y el hombre escupió al suelo-. Según la Iglesia, te espera el infierno una vez acabe contigo. Ah… pero haré que tu dragón sea un espectador privilegiado de tu caída.
El cazador y la muchacha comenzaron a dar vueltas el uno en torno al otro, estudiándose. Phiore blandía su daga larga, aun a sabiendas que, herida como estaba, sus posibilidades ante tan hábil guerrero eran escasas.
-¿Cómo sabes tanto de mí?- preguntó ella.
-El mejor cazador es aquel que conoce a su presa y sus debilidades. ¿Por qué crees que vine precisamente hacia éste poblado? Sabía bien que acudirías en ayuda de Ingwë… perdón, Ojo de Águila… para buscar ayuda, y que siendo así el dragón esperaría en los alrededores. Sólo cometí un error, infravaloré al arquero. A punto estuvo él sólo de acabar con todos mis hombres, pero me ocupé de él- Phiore contempló de soslayo a Ingwë, y de repente le pareció que parecía más pálido de lo que en él era común. Sin embargo, atenta como debía estar a su enemigo, no pensó mucho en ello- Sé más de ti que tú misma. Sé incluso quienes fueron tus padres, y porqué te abandonaron.
Phiore abrió los ojos cuanto podía.
-¿Interesada?- y Arghan rió bien alto- Quizás te lo susurre al oído antes de que expires. Y tengo más sorpresas para ti.
Henchida de ira, Phiore atacó al fin. Mucho, a pesar de no habérselo confesado a nadie, ni siquiera a Zallan o Ingwë, había pensado en sus orígenes. Muchas noches había tratado de evocar el recuerdo imposible de unos padres que no había conocido más que durante unas escasas semanas, de las que no guardaba recuerdo alguno. Ahora aquello no le importaba ya, no si el precio era la muerte de su hermano y del hombre que amaba, y de cuantos dragones quedaban en el mundo.
Su movimiento fue lento, falto de fuerza y desviado. Arghan no tuvo problemas en evitar el golpe con un simple giro de muñeca de su espada de hueso de dragón. Jugó con la muchacha durante varios embates de ésta, riendo al tiempo que esquivaba o desviaba cada estoque de ella. Con el brazo en cabestrillo, Phiore había perdido en equilibrio y agilidad, habitualmente sus grandes virtudes.
No tenía opción alguna.
Arghan se había cansado, al fin, de jugar. Lanzó un tajo desde abajo, y desarmó a la debilitada muchacha. Un suspiro después, le propinó un fuerte golpe con la empuñadura de la espada de hueso.
Phiore cayó al suelo con un sordo gemido de dolor dar con su peso sobre el brazo herido. Quedó con la boca mordiendo la hierba, y en dirección a Zallan. Y fue al alzar la cabeza cuando sus ojos, verdes como esmeraldas, coincidieron con las doradas pupilas de su hermano.
Levántate, hermana, sintió en su cabeza. Me tienes a tu lado, usa mi ahora escasa fuerza. Acaba con el asesino de nuestros hermanos.
En aquella mirada el dragón le transmitió mucho más que un mensaje. De repente, Phiore se sintió no sólo fuerte, sino más poderosa que nunca. Volvía a sentir a Zallan en su interior, sin embargo con más intensidad que nunca. Verdaderamente, y en virtud no supo de qué, podía decirse que a efectos prácticos ambos eran uno sólo.
Arghan jamás habría esperado aquello, pues se había asegurado bien de herir y debilitar al dragón. Phiore se alzó, y se presentó ante el cazador como si estuviera en plenitud de sus fuerzas, más aún, si acaso. El hombre dudó, fue la primera vez en su vida. La muchacha lo aprovechó entonces, se movió con una ligereza y una seguridad más allá de lo común, esquivando la defensa de Arghan, que ahora parecía moverse con parsimonia. Se coló dejando la espada de hueso a su zurda, y descargó su puño con tanta rabia en el pecho del hombre que hasta Ingwë escuchó cómo se rompían las costillas del cazador. Con un movimiento fugaz, Phiore atrapó la muñeca de Arghan, y tanta fue la fuerza de su mano, que el hombre soltó la espada. De un tirón, la muchacha lanzó al cazador al suelo.
Un suspiro después, Phiore amenazaba a Arghan con la misma Espada de Hueso de Dragón.
-Ahora morirás con la hoja que utilizaste para asesinar a tantos de mis hermanos dragones.
-Oh… ¿de veras que sí, muchacha?- gimió Arghan- ¿Perderás la oportunidad de saber cuáles son tus orígenes?
Phiore sonrió.
-Esa información no merece la muerte de mi hermano. Además, no importa de donde venga, ya no. Los hombres me dieron la espalda. Ahora soy un dragón- sentenció.
Arghan, constreñido de pura rabia, abrió entonces la boca para impartir sus últimas órdenes.
-¡Mata al dragón, Borioch!
La espada de hueso descendió, al tiempo que Zallan gritaba en la mente de Phiore que contuviera su mano. Pero ya era demasiado tarde, la hoja atravesó la garganta del matador de dragones, justo en el mismo instante en que Borioch tomaba impulso para asestar un golpe mortal a Zallan.
-No si yo puedo evitarlo- dijo Ingwë.
El arquero, que había estado forcejeando largo rato con sus ataduras, logró al fin desatarse. Con gran agilidad tomó una pequeña daga que siempre portaba escondida en su bota izquierda, apenas un cortaplumas, y en un suspiro demostró porqué era el mejor tirador del mundo.
El enorme Borioch cayó a plomo, con un puñal perforándole el cuello, sin haber tenido oportunidad de soltar la lanza.
-Todo ha acabado- dijo Phiore.
-Sí…- jadeó Ingwë, que seguía extrañamente tirado en el suelo.
-¡Ayúdalo, Phiore!- bramó entonces Zallan, de nuevo en voz alta, pero con un tono de clara alarma-. Arghan lo ha envenenado.
Phiore se sintió morir, y se lanzó en pos de Ingwë, y al verlo, ahora sí, comprendió la palidez del arquero.
-Oh, no… no por favor…- medio sollozó la muchacha.
Recostó a Ingwë sobre un tocón de pino. El hombre respiraba pesadamente, su piel tenía ahora un matiz grisáceo, poco halagüeño, y sus ojos también verdes, pero de un tono mucho más claro que los de Phiore, parecían velados por una niebla.
-No te preocupes, Phiore… estaba escrito que así debía suceder…- susurró el arquero.
Zallan, al fin libre, se acercó cojeando a causa de su pata rota. Su mirada era de profunda tristeza, lo cual era desconocido en él. Jamás había sentido pena por un humano que no fuera Phiore.
-Traté de advertírtelo, pero fue demasiado tarde- dijo el dragón-. El Brujo le hirió con unos dardos envenenados. Sólo Arghan conocía el antídoto.
-No… os preocupéis tanto… igualmente…- balbuceó Ingwën- no hubierais podido… prepararlo a tiempo…
-No puedes marcharte, Ingwën- y ahora Phiore lloraba a viva voz-. No ahora que al fin sé lo que siento por ti. Te amo.
-Ahh, mi vida, también yo te amo… pero descuida… a pesar de lo que diga la Iglesia, nos encontraremos allí arriba, algún día… además, no hay forma más maravillosa… de morir que contemplando… tus maravillosos ojos verdes…- el arquero tosió- aquellos que me cautivaron desde el primer día…
Phiore se abrazó a él. Lo besó, lo acarició, susurrándole que no se fuera, que se quedara con ella. Pero Ingwën cada vez estaba más débil.
Estaba presto para marchar.
Y, entonces, una de las lágrimas de Phiore, nacida de aquellos ojos verdes, cayó resbalando desde su mejilla. La gota se posó justo en los labios del arquero, colándose en su boca.
La lágrima de un dragón, al menos en espíritu.
Ingwë de repente inspiró una ahogada bocanada de aire, y sintió nueva vida en él. Phiore lo contempló maravillada, el color volvía a su faz, el veneno goteaba desde su nariz, expulsado por su cuerpo en virtud de una fuerza como ninguna otra.
Resultó pues que era cierto. Las lágrimas de un dragón tenían la potestad de sanar a aquellos por las que eran derramadas.
La muchacha abrazó de nuevo a Ingwë, y esta vez reía mientras lloraba. Y el arquero hizo lo propio.
Zallan bramó, esta vez de satisfacción.
***
Apenas necesitó Zallan- y por tanto Phiore-, para recuperarse de su pata rota, pues era natural en los dragones sanar con extraordinaria rapidez. Ahora bien, pasó mucho de ese tiempo sólo en el claro- ya no había peligro-, pues luego de que Ingwë cazara un par de ciervos para que el dragón se alimentara, el arquero y Phiore desaparecieron, “misteriosamente”, durante largos períodos, en especial una vez caída la noche.
A Zallan, que comprendía, no le importó. Ya no.
Luego de la recuperación, se imponía la partida. Phiore ya sabía que Ingwë no les acompañaría, a pesar de los recién admitidos sentimientos entre ambos, y por ello aparecía con rostro triste, aunque decidida a no llorar.
-Tenías razón, Phiore, he estado escondiéndome de lo que soy- le dijo Ingwë, entretanto la abrazaba y se dejaba atrapar por aquellos maravillosos ojos verdes, de donde partiera la lágrima que salvara su vida-. Es hora de que descubra si aún soy valioso para el mundo.
-Ven entonces con nosotros- insistió una vez más la muchacha.
-Dudó que Zallan quiera cargar conmigo- rió el arquero.
Increíblemente, el imponente dragón de negras y brillantes escamas rió con él.
-No, Phiore, tu misión está clara, debes ayudar a tus hermanos- y Ojo de Águila acarició el rostro de la Encantadora de Dragones-. Yo aún tengo que encontrar mi camino. Pero esto no es un adiós. Nos volveremos a encontrar. El mundo es demasiado pequeño para nosotros.
Una vez más, se fundieron en un abrazo, y luego en un apasionado y largo beso. Concluido esto, ella montó sobre Zallan, en aquella silla que confeccionara el propio Ingwë. Éste quedó mirando al dragón.
-Huelga decirlo, Zallan, pero cuida de ella- le pidió el arquero.
-Con mi vida- repuso el reptil alado.
Zallan desplegó sus alas, las batió, levantando una gran ventisca que no obstante Ingwë soportó, pues era fuerte. Se dio impulso con sus patas traseras, y de un salto se elevó.
Era la más fascinante de las escenas: la Encantadora de Dragones, en su maravillosa montura.
Ingwë quedó largo rato plantado en aquel lugar, pensando en los ojos verdes de la mujer que amaba.
Mientras, con el recuerdo de los besos, caricias y momentos de intimidad, Phiore se encaramó a las nubes, libre. A un dragón nada puede retenerlo más que la muerte.
O, tal vez, el amor.


FIN

domingo, 1 de junio de 2008

La Encantadora de Dragones IV

____________

A pié, Phiore no tardó más que un puñado de minutos en llegar hasta la empalizada. Ya para entonces la conciencia de Zallan era apenas un susurro inapreciable en su cabeza y en el pecho.
Pocos, muy pocos, sabían que entre el dragón y la muchacha había una conexión que sobrepasaba lo sentimental. Era una cuestión que ni uno ni otro comprendían, pero cuando ambos estaban juntos, o cercanos, sencillamente se sentían, más incluso. Como si uno alimentara mágicamente a otro, la presencia de Zallan proporcionaba a Phiore una fuerza que no podía tildarse más que de sobrenatural, y su resistencia a cualquier daño o fatiga se incrementaba hasta lo indecible en un ser humano. Al mismo tiempo, los sentidos de Zallan se veían potenciados con la proximidad de su hermana, siendo por ello el dragón más agudo en percepción de toda su raza.
Pero al mismo tiempo aquella relación íntima tenía también un punto débil: una dolencia en cualquiera de ambos era padecida también por el otro. De hecho, tanto el dragón como la joven sintieron la cercanía de la muerte en tiempos pasados, cuando la pequeña Phiore padeció unas intensas fiebres que la tuvieron al borde de la fatalidad. No resultaba complicado entender pues porqué ambos hermanos no se habían separado prácticamente nunca. En la distancia, ambos se sentían más débiles, más huérfanos.
Aquella ocasión no fue distinta, pero Phiore tenía razón en plantear un plan como aquel. Necesitaban información de primera mano para encontrar a los asesinos de sus hermanos, y quizás también ayuda material, y en Beniam había quien les podía apoyar.
Sin embargo, y aunque Phiore se negaba a reconocerlo, había más motivos para acudir a la ciudad.
La puerta sur de la empalizada estaba abierta, como era común durante el día, aunque también como siempre era vigilada por sendos alabarderos de la guardia local. Ambos vigías estaban allí más como simples adornos que para impedir la entrada a nadie. Pasaban las horas charlando entre ellos, sin apenas prestar atención a quien entraba y quien salía. En consecuencia no repararon en la menuda joven que, envuelta en un manto que le ensombrecía el rostro, se coló entre varios viajeros más.
Caminó entre las calles de tierra sin detenerse, y nadie le prestó mayor atención, ya que era jornada de mercado y la gente prefería fijar su atención en los productos de los tenderetes. Ayudó que la muchacha no solía frecuentar poblados; nadie la conocía, a pesar de que había estado en Beniam en al menos cuatro ocasiones.
Phiore se detuvo al fin frente a una casa de fachada desvencijada, como tantas otras. Tenía un cobertizo abierto de par en par, desde donde se escuchaba el repiqueteo de un martillo, y los cantos de una voz quizás no tan melodiosa como la de un bardo, pero sí de cadencia agradable.
Y varonil.
La joven se adentró en principio decidida, pero una vez dentro del lugar, y al contemplar la escena, se sintió de repente débil, y asaltada por una miríada de dudas. Contuvo un ahogo, y durante unos instantes permaneció en silencio tras una columna de madera, admirando cuanto ocurría frente a ella.
Había un grupo de chiquillos sentados en el centro de la estancia, todos alrededor de un hombre que, entre golpe y golpe de martillo en una pieza de cuero- parecía un jubón a medio tachonar-, recitaba un relato.
-…y yo tomé entonces mi arco, y con la flecha apunté a la mantícora que amenazaba a aquel niño que, recordadlo, podría haber sido cualquiera de vosotros- los muchachitos estaban tan embelesados que miraban con los ojos bien abiertos al curtidor y cuenta-cuentos, sin osar respirar siquiera. Como Phiore-. Un disparo me bastaba para matar a la criatura que, aunque no era malvada por naturaleza, había confundido al pequeño con un intruso. Pero me confié, y entonces me atacaron desde la derecha un par más de aquellas bestias. Me volví y con gran rapidez abatí a una de ellas desde corta distancia, sabiendo no obstante que no lograría recargar el arco a tiempo para acabar con el segundo de mis atacantes. Cuando la criatura se disponía a atacarme, entonces… ¡ZAS!- y los chiquillos saltaron cuando el hombre de cabellos rubios, a la altura del mentón, acompañó su exclamación con un golpe de su martillo sobre la palma de su mano izquierda- Entonces una gran zarpa oscura golpeó a la mantícora que me amenazaba, apartándola de mí, y así pude disparar a la criatura que amenazaba al niño y salvarlo. ¿Y adivináis de quien era aquella zarpa? ¡Sí! ¡De un magnífico dragón oscuro! ¡El más impresionante que pudiérais encontraros!
-Pero los dragones son malvados, lo dice el padre Cabaldo- le interrumpió un niño de tez encarnada.
-Oh, no creáis todo lo que se dice por ahí- rió bien alto el hombre-. Yo os aseguro que los dragones son criaturas magníficas y honorables, incluso.
Phiore ya había oído bastante. A desgana no obstante, salió de su escondrijo en tanto carraspeaba para hacer notar su presencia. Ya antes de ello el hombre la había percibido, pero fue entonces cuando el curtidor posó su miraba directamente en los ojos de Phiore, como siempre hacía. Y como siempre, aunque asombrado, aunque atrapado por el brillo de aquellos ojos, fue el único que logró soportar su glauca mirada sin apartar la vista.
-Vaya...- dijo, y luego se dirigió de nuevo a los muchachos-. Bien, chicos, creo que por hoy ya basta. Tengo visita, pero si venís mañana os contaré cómo es volar a lomos de un dragón. ¡Y ahora a casa, a ayudar a vuestros padres!- les apremió el hombre.
La marabunta de niños se puso en pie y en tropel salieron a la calle, sin apenas reparar en Phiore, que seguía plantada con la mirada fija en el curtidor, así como éste permanecía observándola largamente, como si no creyera que estuviera allí.
-Has vuelto…- dijo el curtidor- Perdona que te mire así, pero sabes que tus ojos… bueno… ya sabes cuanto me alteran- carraspeó- ¿Cómo está Zallan? ¿Sigo cayéndole mal?
Phiore trató de disimular el escalofrío que recorría su piel manteniéndose fría y distante, como acostumbraba a hacer cuando trataba con hombres comunes. Sin embargo... sin embargo aquel no era un hombre corriente.
-Sí- fue la lacónica respuesta de la muchacha a la pregunta del curtidor, y luego cambió de tema-. Un día te buscarás un problema con todos esos cuentos de dragones. Si llegan a oídos de los inquisidores…
-No ocurrirá. La gente del pueblo sabe guardar el secreto. Me aprecian, y los niños más. ¿Sabes que nuestro segundo encuentro es el cuento que más les gusta?- bromeó el hombre
-No es así como yo lo recuerdo. Juraría que aquel día había más de tres mantícoras, y que tú sólo abatiste a muchas antes de que Zallan y yo apareciéramos…- comentó Phiore, permitiéndose algo que no era muy común en ella: una sonrisa.
El hombre la acompañó con una risita.
-Cierto, pero si lo cuento tal y como fue, todos en la aldea tardarían poco en sumar dos y dos… ¿no crees? Así sólo soy un joven curtidor al que le gusta contar cuentos y con un poco de habilidad en el arco.
-Algún día tu pasado saldrá a flote, Ingwë. Eres demasiado valioso para el mundo- adujo Phiore.
-No creo que hayas venido aquí para echarme lisonjas, aunque sean bien recibidas. Dime, Phiore… ¿qué ha ocurrido para que te veas obligada a entrar en una ciudad?- le preguntó él.
-Sí, estás en lo cierto, algo ha pasado…
Y la joven pasó a exponerle cuanto había sucedido. Ingwë escuchó con expresión torva y verdaderamente afligido. Cuando Phiore se puso a temblar, amenazando con derrumbarse al recordar la carnicería perpetrada con Schervilla, el curtidor no dudó un instante. La rodeó con sus brazos, la dejó arrebujarse en su pecho mientras Phiore, que al cabo era una muchacha joven, muy joven, desahogaba sus penas. Ella se dejó llevar, permitió el abrazo y las caricias en su oscura cabellera, porque acaso la muchacha necesitaba descargar todo aquel llanto reprimido. Quería y confiaba en Zallan hasta más allá de la muerte, pero ante el dragón no deseaba mostrarse débil, porque era como reconocer la que por otra parte era su auténtica naturaleza.
Pero con Ingwë era distinto, porque también él lo era. Le llamaba amigo, el único que tenía, porque podía mostrarle esa parte de ella que no se atrevía a poner a los ojos de Zallan. Y, a pesar de las ausencias de Phiore, Ingwë siempre estaba ahí para ella, siempre. No se veían mucho, pero desde que lo conociera había sentido la necesidad de encontrarse con él cada cierto tiempo.
Phiore no tardó mucho en reponerse. Su parte dragona volvió a tomar el control, y de nuevo se mostró dura como el ébano, y fría como un témpano. Ingwë suspiró, pero como amigo aceptó el cambio.
-Perdona esto, Ingwë…
-¿Cuándo aprenderás que no hay nada que perdonar?- y el hombre le apartó un mechón que se le había quedado pegado a la húmeda mejilla.
-¿Me ayudarás a encontrar a esos desgraciados?- preguntó Phiore.
-Conoces la respuesta a esa pregunta- sonrió el curtidor-. Permíteme que tome mi arco y me ponga ropas más adecuadas, y veremos qué podemos hacer.

***

Merced al carisma de Ingwë, y al afecto que le profesaban los aldeanos, ambos indagaron en busca de la presencia de Arghan y sus mata-dragones. Sus pesquisas les llevaron, al fin, a la conclusión de que el grupo de mercenarios no había entrado en el poblado, extremo éste que confirmó las sospechas de la joven.
-Están por los alrededores, Zallan los olió- balbuceó.
-Resulta extraño, muy extraño, que no hayan entrado en la ciudad. Luego de cada caza es costumbre para esa gente fanfarronear en las tabernas y, sobre todo, entregar la prueba de su “hazaña”- dijo en franco tono sarcástico Ingwë- a la primera iglesia que encuentren en su camino. Eso les suele reportar un buen saco de monedas. Es extraño… a no ser que…
El hombre abrió los ojos de repente. Ingwë era inteligente, sagaz e intuitivo, y al fin se había hecho la luz en su mente.
-¿Dónde está Zallan?- preguntó, alarmado.
-En el Bosque de los Pinos…- y entonces Phiore comprendió-. ¡Oh, no! ¡Nos han engañado!
-¡Sí!- y el arquero, curtidor y cuenta-cuentos salió a la carrera, y tras él la joven- ¡Rápido, tengo un caballo en la parte trasera de mi cobertizo!
Montaron ambos en el alazán de Ingwë, un ejemplar robusto, que bien podía portar al hombre y a la chica sin demérito en su cabalgata, al menos durante un buen puñado de leguas. El arquero espoleó con gana al jamelgo, y éste respondió con verdadero ahínco.
Pero, cuando estaban a punto de llegar al Bosque de los Pinos, Phiore lanzó un agudo grito de dolor y cayó del caballo.
-¡Phiore! ¿Qué ocurre?- demandó Ingwë, en tanto bajaba de su montura y tomaba en brazos a la muchacha de verdes ojos.
-¡Lo tienen!- gimió ella- ¡Y lo han herido! ¡Le han roto la pata izquierda!
La mirada de Ingwë reflejó el espanto que sentía en su corazón. Él era el único ser, o al menos así lo creían tanto Phiore como el propio arquero, que conocía aquel secreto. Y ahora veía cómo aquella a quien amaba, aunque jamás se lo hubiera dicho, no podía siquiera mover su brazo zurdo.
-Así no puedes luchar, Phiore. Quédate junto a mi caballo- le pidió, en tanto con dedos diestros y expertos le procuraba un cabestrillo para el brazo con un pañuelo-, yo salvaré a Zallan. No estamos muy lejos de donde me dijiste que se escondía.
-¡No, Ingwë! ¡Es mi hermano! ¡Debo estar a su lado!
-¡Escúchame por una vez en tu vida, maldita sea!- le gritó el hombre, en un tono que jamás había utilizado con ella, mezcla de enfado y preocupación- ¡No estás en condiciones de luchar! Sólo conseguirás estorbarme, y eso no le hará ningún bien a Zallan. A mí no me esperan, puedo sorprenderlos uno a uno desde lejos. Sabes que tengo razón, sabes que soy capaz de hacerlo.
Ahora Phiore lloraba. Sí, sabía que Ingwë era capaz de ello, porque del mismo modo que él conocía su secreto, también la joven tenía en su poder el del arquero. Ingwë era en realidad Ojo de Águila, uno de los héroes humanos más grandes de todos los tiempos; de él se decía que era el Arquero Supremo, pues su habilidad con dicha arma era inigualable. Aunque joven, ya había conocido la guerra, a pesar de que la aborrecía, y por ello se había retirado a un pueblo tan tranquilo como Beniam, donde era un anónimo curtidor y cuenta-cuentos. Pero Phiore sabía la verdad.
Y ahora tenía un doble motivo para el sufrimiento. Por una parte, su hermano, Zallan, con quien había crecido, y a quien se sentía unido por un vínculo como jamás otro; y luego estaba Ingwë, su único amigo, al cual lo unía otro tipo de vínculo, no reconocido por la propia muchacha.
Ahora, viendo el peligro al que se iba a someter por ella, una inusitada claridad le reveló la realidad en su corazón. Ni pudo ni quiso reprimir el impulso.
Lo besó en los labios, y luego del aturdimiento inicial, Ingwë devolvió el gesto con fuerza y pasión.
-Sálvalo, pero vuelve con él- le dijo la joven.
Ojo de Águila sonrió.
-Lo haré.
Un momento después, Ingwë se perdía entre las pináceas.


Concluirá...


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domingo, 11 de mayo de 2008

La encantadora de dragones III

_____________


A algunos podría parecerle arrogancia, pero Arghan no alardeaba un ápice cuando ofrecía sus servicios al señor feudal de turno, o al obispo correspondiente, presentándose como el mejor caza-dragones de todo el mundo conocido. Surcado el rostro de mil y una cicatrices y varias arrugas, su aspecto se veía duro, rocalloso, y por supuesto intimidante, daba la razón a sus palabras. Pero ante cualquier aparente bravuconada, bastaba con observar atentamente la indumentaria del cazador: su coraza y los brazales estaban confeccionados con duras escamas de dragón, y de su cuello pendía un colgante con numerosos colmillos de una de sus más jóvenes presas, apenas una cría; de la misma procedencia era su casco, que en tiempos fue el cráneo de uno de tales dragones jóvenes.
Sin embargo, su más preciada posesión, y la más imponente, era sin duda su espada. No existía ninguna igual en el mundo, que el propio Arghan supiera. El herrero que la confeccionó creyó enloquecer cuando el cazador puso en sus manos el largo hueso de la pata de la más complicada de sus víctimas, una hembra de tono caoba que a punto estuvo de matarle. Pero Arghan sabía bien lo que quería, sus instrucciones fueron claras, y la bolsa de dinero todo aliciente que necesitó el herrero para acometer su mejor trabajo. De aquel férreo hueso logró forjar una tizona fuerte como ninguna, la Espada de Hueso de Dragón, más dura que el acero, pues era capaz de cortar éste sin oposición. Huelga decir que el herrero fue el primero en probarla. Arghan no deseaba que nadie más pudiera, algún día, blandir un arma similar.
Y era el mejor caza-dragones porque llevaba toda una vida haciendo aquel trabajo. Su primer dragón no fue más que una cría, cuando él no era mucho más que un muchacho, y desde entonces habían pasado más de treinta años. En todo ese tiempo, Arghan había matado veinte bestias, auspiciado por las creencias impartidas por la Iglesia de Nuestro Señor Dios. La Fe dictaba claramente que los dragones eran una más de las manifestaciones del mal, y recompensaba generosamente a los valientes caballeros que, emulando a San Jorge, libraban al mundo de semejantes aberraciones demoníacas.
A Arghan, sin embargo, le importaban bien poco las pláticas religiosas de los párrocos. Él sólo buscaba dos cosas. Oro ya poseía en abundancia. Ahora sólo deseaba pasar a la historia como aquel que exterminara al último de los dragones.
Arghan apuró la pinta de cerveza que el tabernero había puesto frente a él. A su lado, sus “socios” en el negocio hacían tres cuartos de lo mismo. Hubo un tiempo en que no necesitó ayuda, pero cierto era que los tiempos habían cambiado. En aquellos días eran pocos los cazadores de dragones, y grande la cantidad de tales bestias. Él fue uno de los primeros, y sin duda el único superviviente de aquellos primigenios mercenarios, pero ahora había mil y un imitadores. Para más colmo, ya pocos eran los dragones que quedaban con vida, y era complicado dar con alguno. Sabedores de cuan codiciados eran sus huesos y sus corazones, los reptiles se escondían como las lagartijas rastreras que eran- al menos para Arghan- en cuevas y regiones boscosas de difícil acceso.
Siendo así, y muy a su pesar, el experimentado cazador se vio en la obligación de contratar toda una red de ayudantes. Contaba con ojos en todas las aldeas de la región, y con él viajaban los cuatro mercenarios más preparados que había logrado encontrar durante aquellos últimos años: Jillen, enjuto como una caña pero ágil y sigiloso como los elfos de las leyendas; Borioch, rastrero y palurdo gigantón, pesado y lento, sin embargo con una fuerza que podía rivalizar con la de un oso; Agon, el más hábil de los tramperos que Arghan había conocido, y que llevaba con él más tiempo que nadie; y por último, Brujo, llamado así por su sapiencia con los venenos y, se rumoreaba, con el odioso arte de la nigromancia.
-Bien, patrón- dijo Borioch, luego de un sonoro eructo al que sin embargo nadie prestó atención-. Respóndeme a algo. Si sabíamos que iban a acudir… ¿Por qué no nos quedamos a sorprenderles en la cueva? Podríamos haberles tendido una emboscada.
Arghan levantó su jarra para que el posadero advirtiera que debía traer otra pinta.
-Explícaselo tú a este idiota, Agon. No quiero gastar saliva- dijo el cazador.
-Ciertamente eres un estúpido, Borioch- el grandullón puso gesto airado, pero si algo sabía con certeza era quienes eran sus superiores en las armas, y Agon era uno de ellos. Podía abrirle la garganta antes de que advirtiera que sostenía una daga-. El patrón lleva años tras esa extraña pareja, si hubiese sido tan fácil como utilizar la fuerza bruta hace tiempo que los habría abatido.
-Y no sería tan gratificante su captura- apuntó Brujo, que comprendía bien las motivaciones de quien le pagaba, pues era hábil en leer a las personas.
-Cierto- volvió a decir Agon-. A esos dos no se les puede sorprender como a los otros. Son especiales. Puede decirse que son casi un solo ser.
Borioch movió la cabeza. Obviamente no entendía nada.
-Bah, para mí sólo es una estúpida chiquilla con su mascota- y se rió bien alto, pues era de carácter escandaloso cuando no estaba de caza, y siempre arrogante.
-Cree así- intervino entonces Arghan-, y tú serás el primero en caer ante ella, si se presenta el combate.
El grandullón gruñó, pero no osó replicar al cazador.
-Y dime, Arghan… ¿cómo has planeado su caída?- preguntó Jillen.
El cazador de dragones sonrió, mientras tomaba la nueva jarra de cerveza.
-Su unión es su fuerza, así que volveremos eso en nuestro provecho- dijo.
Todos excepto Borioch, que seguía sin comprender, asintieron.
-Los separaremos.
***
Ni el más locuaz de los juglares poseería palabras adecuadas para describir las sensaciones que siempre experimentaba Phiore en momentos como aquellos. Volar a lomos de un dragón era sin duda una experiencia única, comúnmente inalcanzable para cualquier ser humano. Incluso la muchacha, que había montado en Zallan desde que el dragón había aprendido a volar, seguía maravillándose con el rozar del viento en su rostro, y la humedad de las nubes que se adhería a su blanquecino rostro cada vez que su hermano se adentraba en algún banco; el mundo se veía muy abajo, diminuto e insignificante, e incapaz de provocarles un solo disgusto; los caminos eran meras surcos en la superficie, y los campos, colinas y promontorios meras cicatrices. Era en tales momentos cuando la muchacha se sentía más libre que nunca, más cerca de la perfección que nunca… más dragón que nunca.
Gracias al extraordinario olfato de Zallan, acrecentado más allá de lo común en cualquier dragón, Phiore y su hermano lograron encontrar el rastro de los asesinos de Schervilla, a pesar de las distancias. Eso les llevó a recorrer buena parte de la región, desde el sur hacia el norte, hasta que el rastro los atrajo a tierras que hacía meses por las que no transitaban.
-El olor no llega más allá de Beniam- le dijo Zallan a la joven.
-Lo sé. Eso quiere decir que están o en la ciudad o en los alrededores- fue la escueta respuesta de Phiore.
El dragón no tenía que mirarla directamente para saber qué gesto dibujaba en aquellos momentos: resignación, porque Phiore, como cualquier dragón verdadero, no gustaba de la cercanía de los humanos. Pero por encima de todo ello, sabía que en esos instantes estaba esgrimiendo una media sonrisa. La palabra Beniam era siempre un revulsivo en su ánimo.
-¿Contactarás con él?- preguntó el dragón.
-Si tengo que entrar en la ciudad, me vendrá bien su ayuda- dijo ella.
-No me fío- balbuceó Zallan.
Phiore, sentada en la silla especial que le permitía cabalgar sobre el dragón cómodamente, acarició el lomo de su hermano.
-Nunca nos ha fallado en el pasado. Fue él quien nos construyó esta silla, mucho más resistente y cómoda que cualquier otra de las que confeccioné yo antes. Y me salvó la vida, no lo olvides.
-Y luego tú saldaste la cuenta salvándole a él, así que no comprendo qué le debes- gruñó el dragón.
Nada, quiso decir Phiore, pero las palabras quedaron en su mente.
Beniam, en la región conocida como Valle de Allbhaydda, era, luego de Onnttenienn y junto a la población que daba nombre a aquellas tierras, la ciudad más importante por aquellos lugares. En realidad, era excesivo llamarlo ciudad, más bien podía decirse que era un poblado de tamaño medio. Pero la empalizada que rodeaba la urbe le otorgaba, además de una protección evidente ante bestias y cuadrillas de bandidos, un cierto estatus. La ciudad, en la que por entonces debían habitar un par de miles de individuos, estaba situada en un verdadero valle de barrancos cortados y bancales ondulados; bordeando la cara oeste de la empalizada culebreaba un río que, en tiempos de esta historia, aún rebosaba de caudal y peces.
Tomaron tierra en una zona arbolada, el Bosque de Pinos, justo al lado del río pero a cierta distancia del poblado, escondida por una loma baja, con la intención de no ser detectados. Obviamente Zallan no podía acercarse a ninguna población sin armar un revuelo extraordinario y poner sobre aviso a todos los cazadores de dragones del Reino. Quedaba claro entonces que debía esperar en las cercanías, mientras Phiore indagaba en la ciudad.
-No me gusta que nos separemos- rezongó una vez más Zallan-. Ambos somos más débiles así.
-Lo sé, hermano, tampoco a mí me agrada la idea, pero no tenemos elección. Con el rastro perdido, necesitamos información y ayuda para indagar- respondió la muchacha. Además, no tardaré más que unas horas. Si esos asesinos están en la ciudad, les atraeré hasta aquí. Esta vez serán ellos los emboscados.
Zallan no dijo nada, sencillamente arrimó su angulosa cabeza y con una suavidad imposible de imaginar en una criatura tan titánica, acarició a su hermana. La joven, como siempre enternecida, besó la frente del dragón.
-No pasará nada, hermano.
-Ve con cuidado.


Continuará

viernes, 25 de abril de 2008

La Encantadora de Dragones II

***


NOTA DEL AUTOR: Esta historia corta es sencillamente una simple aventura, como las de antaño, sin ningún tipo de ambición en especial más que el puro entretenimiento y el desfogue personal. A veces se agradece este tipo de historias poco profundas, ligeras. No busquéis por tanto, visitantes, grandes dilemas ni mensajes ocultos.

Sólo es una aventura de fantasía, que a mi modo de ver no es poco.


***
Zallan aulló al cielo. Quien no haya escuchado jamás el sentido lamento de un dragón no puede imaginar el dolor que subsiste en dicha criatura al proferirlo.
Se dice que las lágrimas de un dragón tienen la potestad de sanar a aquellos por las que son derramadas. Fuera o no realidad, el llanto no devolvió a la vida a la hermana de Zallan, sencillamente porque su alma ya había volado lejos. Tampoco sirvieron los cabeceos delicados con que el imponente dragón negro trataba de despertar a quien ya no era más que un cadáver. Los dragones no eran tan sagaces como los hombres, pero poseían una inequívoca inteligencia. Sin embargo, en momentos de extrema furia o pena, solían perder toda razón, ya fuera para estallar en pura ira y convertirse en fuerzas desatadas de la naturaleza, o para, como era el caso, sumirse en el desconsuelo más hondo.
Zallan no era el único que lloraba junto al cadáver de la dragona gris. Había con él una joven, lo cual era muy extraño, pues los dragones no gustaban de los hombres, y éstos a su vez odiaban, cada vez con más ahínco, a los reptiles alados.
La muchacha no tendría más de dieciocho primaveras. Era hermosa, extraordinariamente hermosa, con sus radiantes ojos de un esmeralda casi imposible y su larga cabellera del tono del azabache más intenso que cabía imaginar, en claro contraste con una piel pálida como el alabastro. Vestía una capa encapuchada y ropas ceñidas igualmente negras, por lo que sólo el brillo metálico de las escamas del dragón evitaba que ambos cuerpos se confundieran.
Sí, era hermosa, como sólo podía serlo la noche.
Su nombre era Phiore. Escasos eran cuantos amigos tenía entre los hombres, y poco o nada moraba entre ellos. No obstante, para éstos era también conocida como la Encantadora de Dragones. Curioso nombre, pero con un claro significado.
Phiore no había crecido entre hombre o mujer. Sus hermanos jamás habían sido en aspecto como ella, y sus juegos de infancia resultaron muy distintos a aquellos con los que disfrutaban los niños humanos. Y era así porque Phiore había sido criada por dragones. Abandonada en pleno bosque, quien sabe por quién y porqué motivo, el bebé hubiera fenecido sin remedio de no haber pasado junto al insignificante bulto un acosado ciervo.
Un ciervo que estaba siendo perseguido por un dragón.
Aquella criatura, que muchos llamaban bestia, respondía al nombre, entre los suyos, de Llathlan. Era un inmenso dragón caoba, una hembra, y estaba cazando. Quiso el azar que el olor de su presa la llevara a encontrarse con una captura que sin duda no había esperado: una criatura humana. Olisqueó al lloroso bebé, y tentada estuvo de sencillamente engullir aquel bulto de carne; pero fue prestar atención a los, incluso por entonces, poderosos ojos verdes de la criatura, y perder toda ansia de alimentarse. Aconteció entonces lo que jamás antes había ocurrido.
Un dragón adoptó a una criatura humana.
Así, la pequeña, nombrada por su extraña madre como Phiore, que en el idioma de los dragones significa “aquella con el poder en su mirada”, creció como una más de una camada de dos docenas de crías de dragón. Su crecimiento fue obviamente más lento que el de sus “hermanos”, pero no fue hasta varios años después de ser hallada por Llathlan que comenzó a comprender, aún en su ingenuidad infantil, que no era como sus hermanos.
No le importó, al cabo. Quizás su aspecto no fuera el de un dragón, quizás no pudiera volar como un dragón, ni poseyera la fuerza de éstos, pero ella se sentía como un dragón.
Y ahora yacía frente a ella el cuerpo sin vida de una de sus hermanas. Junto con Zallan, Schervilla había sido uno de sus parientes más amados. Había muerto, y no era la primera muerte.
Su naturaleza humana logró que la desesperación no se cebara en ella así como lo había hecho con Zallan. Aún con las lágrimas recorriendo sus mejillas, examinó con la vista la terrible carnicería. Schervilla había sido empalada con dos enormes saetas provenientes, sin duda, de sendas ballestas de guerra. La piel de los dragones era férrea, pero tenía límites, y ciertamente no era la zona del corazón la más protegida. No contentos con aquello, los asesinos habían destripado al reptil, y le habían arrancado el herido corazón, sin duda para venderlo como componente para algún hechicero loco. En el colmo de su sadismo, habían cercenado el cuello de Schervilla, como si temieran que incluso sin corazón pudiera volver a alzarse.
-Monstruos asesinos…- gimió Phiore.
Y entonces se alzó un rugido monumental. Al fin, Zallan había pasado de la pena a la ira más horrible. El bramido espantó a cuanta criatura pululaba por la zona, aves y bestias de tierra, y se escuchó en todo el bosque.
-¿Y nos llaman a nosotros bestias sin corazón? ¿Quiénes son los desalmados?- tronó el dragón negro, en una pregunta que no buscaba respuesta, en realidad- ¡Morirán por esto! ¡Los perseguiré y los descuartizaré como ellos han hecho!
Así era, los dragones hablaban. No solían hacerlo con asiduidad, menos aún usando el idioma de los hombres, pero resultaba que su propio lenguaje era complicado de pronunciar por cualquiera que no fuera dragón y poseyera la lengua bífida y las fauces profundas de éstos. Siendo así, tanto Llathlan como toda su camada se habían visto obligados a relacionarse con Phiore haciendo uso del habla humano.
Phiore palmeó el lomo de Zallan, no como haría con un caballo o un perro, sino como si el dragón fuera un igual. El contacto de su hermana calmó, como siempre ocurría, los exaltados ánimos de la criatura alada. La Encantadora de Dragones era una mujer dura, los últimos años le habían obligado a serlo. Pero debajo de aquella coraza, y bien lo sabía Zallan, había una muchacha dulce y de corazón tan hermoso como aquellos ojos tan radiantes. Y era así porque, al contrario de lo que la mayoría de hombres creían, los dragones no eran bestias despiadadas y sanguinarias. No, los grandes reptiles, como cualquier individuo que caminaba sobre dos piernas, podían tanto ser de alma bondadosa como perversa. Si se habían vuelto ariscos, al igual que ahora lo era Phiore, se debía únicamente a la agobiante persecución de la que, aún, estaban siendo objeto.
-El mismo grupo de mercenarios, otra vez- dijo la joven-. Observa la rúbrica en la saeta. Es idéntica a aquella que mató a nuestra amada madre.
Zallan volvió a bramar.
-Son sin duda los caza-dragones más diestros, y los comanda ese al que llaman Arghan, el Gran Caza-dragones. ¿Lo adviertes? Han utilizado ajedrea blanca, abundante en este bosque, para camuflar su olor. Por eso Schervilla no los percibió.
-Eso no les salvará de nosotros- gruñó Zallan.
-Cierto. Ya llevan sobre sus espaldas más de cinco de nuestros hermanos- maldijo Phiore-, y Arghan sólo muchos más. Es hora de que lo acabemos. No volverán a hacerlo. Ese monstruo tiene los días contados.
Y contempló a su hermano con aquella mirada profunda, con aquellos ojos verdes que ni siquiera un dragón podía resistir. Una fuerza inconcebible residía sin duda en aquellos orbes glaucos.
Su mirada le dijo a Zallan cuanto debía y cuanto deseaba.
Acabarían con quienes estaban masacrando a sus hermanos y hermanas.


(Continuará)

lunes, 21 de abril de 2008

PREMIO BRILLANTE WEBLOG 2008

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Orgulloso y agradecido os comunico que mi blog ha sido premiado con el galardón Brillante Weblog 2008, que me ha concedido Luis Tolkien desde su Leprechaun's Hole, un gran blog dedicado a nuestra común adorada Irlanda y nuestro no menos admirado J.R.R Tolkien. Gracias, Luis, espero que mis relatos sigan agradándote y agradando a todos mis visitantes (los de siempre y los nuevos), a quienes también doy las gracias y hago cómplices de este galardón.

Y así como dictaminan las bases del premio, quien recibe éste debe a su vez nombrar otros siete de su elección. Ahí van los míos:

-Víctor Morata, por Mente Creativa. Grandísimo escritor en ciernes, no olvidéis su nombre, seguro que en breve lo veréis en las bibliotecas adornando alguna gran novela que espero que se convierta en bestseller.

-Eva, por Injuriosa. Otra gran escritora aficionada, toda sencillez y delicadeza, una delicia leer cuanto tiene que decir.

-Lyra, por When the stars go blue. Hermoso lugar, hermosa música, y más hermosos los pensamientos en voz alta de Lyra.

-Carlos Azaustre, por Diario y dibujos de un tonto del lapiz. Gran creador de tiras cómicas, un paseo por su blog garantiza una carcajada diaria, como poco.

-4nigami, por 4nigami's World. Una fotografa en formación. Fotos del día a día, cargadas de sentimiento y realismo.

-Cristina, por Historias de Diván. Elegantes historias con un toque de glamour.

-Sybila, por El Blog de Sibyla. Si buscas empaparte en la cultura de este y otros siglos, aquí encontrarás todo un universo de grandes figuras y genios. ¡Por que la cultura no tiene fronteras ni entiende de géneros!

Me ha costado decidirme, pues mucha otra gente merecía los premios, pero al final me he decidido por estos 7 grandes blogs. ¡Espero que os gusten!

Bases del concurso:
· Al recibir el premio, se ha de escribir un post mostrando el premio y se ha de citar el nombre del blog o web que te lo regala y enlazarlo al post de ese blog o web que te nombra ganador.
· Elegir un mínimo de siete blogs (pueden ser más) que creas que brillan por su temática y/o su diseño. Escribir sus nombres y los enlaces a ellos.
· Avisarles de que han sido premiados con el premio "Brillante Weblog".
*Opcional. Exhibir el premio con orgullo en tu blog haciendo enlace al post que tú escribes sobre él.

sábado, 12 de abril de 2008

La Encantadora de Dragones I

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Para Fiore
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El enorme guerrero afianzó sus pies y blandió con ahínco la espada, sirviéndose de su diestra, mientras con su zurda sostenía el escudo. De esa guisa, plantó cara a la bestia.
El dragón rebufó. Era su modo de reír ante aquel patético hombrecillo que osaba desafiarle alzando un mísero mondadientes de acero y un rondel de madera que no soportaría ni su embate más débil. ¿Qué tenía aquel individuo en la cabeza? A buen seguro se trataba de algún demente que ansiaba la muerte, o tal vez uno de aquellos estúpidos paladines que marchaban en busca de gloria, pero que tenían más músculo que cerebro.
Aunque no era dado a la violencia extrema, por mucho que fuera tal la creencia entre los hombres, el dragón gris- grande como la más vetusta de las encinas- se encaró con el guerrero. En otras circunstancias habría levantado el vuelo y sencillamente se habría marchado. Tarde o temprano el guerrero hubiera abandonado las cercanías de su hogar.
Pero la situación era especial. El dragón, que en realidad era una hembra, cargaba sobre su lomo con una responsabilidad. En las entrañas de la cueva a sus espaldas reposaban los huevos producto de su último apareamiento. Como toda madre, la dragona defendería a sus futuras crías con toda su fuerza, que no era poca.
El guerrero no atacó, sencillamente se quedó allí plantado, como una estatua. Era extraño, pensó el reptil alado, que no desprendiera olor alguno, más que el propio de aquel bosque. Habitualmente los humanos apestaban a sudor y cerveza, pero éste parecía no ser el caso. De todos modos, la criatura no sostuvo aquel pensamiento durante mucho. Fuese como fuese, la dragona no quería en verdad matar a aquel individuo, y en su ingenuidad pensó en asustarlo, y si ello no funcionaba, apresarlo con la garra y lanzarlo al río cercano, donde la corriente lo llevaría lejos. Si moría ahogado, sería problema del propio guerrero. Al menos ella le habría dado una oportunidad de salir con vida, que era más de lo que él se disponía a hacer con sus huevos y con ella misma.
Avanzó pues una zancada. El guerrero ya temblaba todo él, y durante un momento la dragona creyó que se daría la vuelta y echaría a correr.
Pero no lo hizo.
Fue al dejar la cóncava bóveda que antecedía a la cueva, y quedar a cielo descubierto, cuando la dragona comprendió su error. Advirtió movimiento sobre el risco, pero ya era demasiado tarde.
Dos grandes flechas, del tamaño de hombres, se hundieron en su piel escamosa.
Una llegó directa al corazón.
Un suspiro antes de morir, la dragona vio en sus ambarinos ojos la figura de su asesino, un hombre corpulento entre los suyos aunque no tanto como el guerrero que habían usado de cebo; portaba larga barba y más larga aún melena pelirroja. Luego cerró los ojos. La arenosa voz del asesino fue lo último que escuchó.
-Bestia estúpida.

(Continuará)

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"