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Alcander, de Luisa Fernández

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domingo, 11 de julio de 2010

Los amantes malditos - relato (parte 2)

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Saludos, caminantes. Sé que hoy es un día en el que no apetece mucho leer: hace calor, es domingo, pero sobre todo no es un domingo cualquiera, al menos para los españoles (ya sabéis de lo que hablo, imagino). Quién sabe, quizás mañana nos levantemos como campeones del mundo.
De todos modos, os dejo la segunda parte del relato que inicié la semana pasada (recordemos, la zombificación de "Romeo y Julieta"). La pareja de amantes malditos juró venganza contra los causantes de su desgracia, sus propias familias, los Capuleto y los Montesco. Veamos cómo comienzan su particular fiesta de sangre y vísceras.
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LOS AMANTES MALDITOS (Parte 2 de 3)
Javier Pellicer

En otra Verona, quizás no tan bella...

No imaginaban que el horror pudiera hallarse en un lugar de calma y recogimiento, en un lugar donde tantos moraban en silencio, sumidos en una paz eterna. Termaldo y Ginebra, jóvenes e ingenuos, se adentraron en el cementerio por una rendija oculta en el muro. No era la primera vez que lo hacían. El arrebato de su juventud les había llevado a practicar aquella travesura durante muchas noches. Eran poco más que niños, sus arrumacos, a la celeste luz de la luna, apenas eran besos cándidos en sus labios, acaso alguna caricia atrevida. El descubrimiento de los nuevos placeres de la carne aún estaba teñido de inocencia. No tendrían oportunidad de madurar.
Dos pares de manos los aferraron al poco de iniciar su juego amoroso. El pestilente vaho de las aberraciones les arrebató el habla, y pronto mucho más. Una voz arenosa, como fuego crepitando, les susurró las últimas palabras que escucharían.
—¡Dos apetitosos e ingenuos amantes! —dijo uno de los demonios, el que parecía una muchacha.
—No hace mucho, también nosotros lo fuimos. ¿Verdad, amor? —siseó el otro.
—Sí, pero ahora sólo queda el Hambre.
Ginebra sintió unos dientes desgarrando su pecho izquierdo. Por fortuna para ella, el paroxismo de dolor le robó la consciencia casi al instante, evitando que tuviera que asistir a su propio desmembramiento. Termaldo murió observando cómo uno de los engendros devoraba sus intestinos.
Para Romeo y Julieta, fue el descubrimiento de nuevos placeres. Mordisco tras mordisco, mil sensaciones los transportaron a la locura irracional: la sangre de sabor metálico chorreando por sus mandíbulas, empapando sus lenguas y bajando por sus gargantas; la textura de la carne humana, especialmente esponjosa por ser tan joven; la ingesta, que sentían claramente posarse en sus estómagos ansiosos; la digestión, con el estallido de sus pútridos jugos gástricos, auténticos orgasmos alimenticios… Se relamieron especialmente con los cerebros de sus víctimas, sin duda el manjar más sabroso que jamás, en la vida o en la muerte, habían probado. Tanta era su voracidad que no dejaron nada que pudiera infectarse con su maldición.
Se hallaban aún royendo los huesos de los infortunados, sintiendo que apenas habían apartado al Hambre, cuando unos pasos los alertaron. Más comida, pensaron al mismo tiempo. Pero al reconocer a la nueva víctima, un remedo de la humanidad que habían atesorado en vida volvió a sus mentes deterioradas.
—¡Padre Nuestro que estás en los Cielos! —gimió Fray Lorenzo, con el gesto descompuesto ante tan terrible visión— ¿Qué monstruosidad es esta?
—¿No nos reconoce, padre? —dijo Julieta.
—¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! ¡Yo os rechazo! —bramó el monje, con voz temblorosa.
—No puede negarnos, Fray Lorenzo —siseó Romeo; por mucha carne que comiera, no podía dejar de sentir el pinchazo del Hambre—. No somos como los nosferatu de las leyendas. Pero en virtud del buen trato que nos dispensó en vida, no permitiremos que se convierta como nosotros. Nos bastará con comérnoslo.
Fray Lorenzo realizó el Signo de la Cruz, pero los engendros no se inmutaron. No tenía poder contra ellos, así que por una vez dejó que el miedo venciera a la fe en Dios. Huyó, corriendo tan veloz como sus piernas de anciano le permitieron. Romeo y Julieta trataron de alcanzarlo, pero sus movimientos eran lentos, como si sus huesos y músculos estuvieran oxidados.
—Algo tendremos que hacer, amor mío —dijo ella—. Somos lentos como tortugas.
Romeo sonrió, y al hacerlo su boca se desgarró, dejando a la vista parte del maxilar superior.
—Tendremos que valernos de la sorpresa.



Paris reflexionó mientras contemplaba el hielo de su vaso de whisky. Hielo perecedero, reflejo fiel de la vida humana.
En aquellos momentos tendría que haber estado disfrutando las mieles de su joven esposa, Julieta la bella, la muchacha más deseada bajo el cielo. En lugar de ello había tenido que asistir a su funeral. ¡Lástima de flor, marchita antes de hora!, pensó. Había pasado el día en compañía de los Capuleto, mostrando sus condolencias y una tristeza que ni por asomo era tan profunda como la de los padres sin hija. Él pensaba más en la gran oportunidad perdida. Aunque por sí mismo era alguien importante, haber formado parte de los Capuleto lo habría convertido en el hombre más influyente de Verona. Tomó uno de los pedazos de hielo con los dedos, lo posó en su boca y luego lo trituró con los dientes.
De pronto, el coche frenó en seco. Se escuchó un terrible golpe. Paris vio cómo una sombra volaba por encima del parabrisas.
—¡Hemos atropellado a alguien, señor Paris! —dijo el conductor— ¡Bajaré para auxiliarlo!
¿Es que todo va a salir mal hoy?, maldijo el joven para sí. Espero que sea un mendigo, no me apetece hacer papeleos. Hastiado y enfurruñado, apuró el último trago de su copa. Antes de que la última gota de alcohol llegara a su estómago, el chófer volvió a ocupar su asiento.
—¿Y bien? —le interrogó Paris—. ¿Es grave?
Una intensa oleada de putridez golpeó al joven, produciéndole una arcada.
—Oh, ya lo creo que sí —gimió una voz agónica.
Paris aulló de miedo cuando quien había creído que era su chofer le mostró su verdadero rostro. La decrépita expresión estaba teñida con una sonrisa descarnada, que dejaba a la vista carne pasada y hueso carcomido. Era un rostro de pesadilla: piel pálida y corrompida, repleta de pústulas secas y  tiras de carne que colgaban aquí y allá; cuencas hundidas, oscuras como abismos sin fin… Unos ojos lechosos, sin pupila, lo observaron, se diría que ansiosos.
Trató de salir del vehículo, pero al abrir la puerta otra forma se abalanzó sobre él.
—Hola, mi amor —le dijo entre risas espasmódicas la corrupta forma de un monstruo remotamente parecido a Julieta Capuleto.
Su grito se alzó muy alto, pero nadie le escuchó. Aunque trató de zafarse, no lo logró. Aquel monstruo, auspiciado por un ansia más allá de lo imaginable, era fuerte. Mientras gruñía como una bestia salvaje, le arrancó las orejas y las devoró.
—Tú, que con tu pretensión interesada y sin apego provocaste en parte mi desgracia, sufrirás como es debido —le susurró.
Cumplió su palabra. Primero le arrancó las extremidades, a las que aplicó torniquetes para que el joven no se desangrara. Calmadamente, compartió los trofeos con su amante maldito, ante los horrorizados ojos de Paris. Varias veces, al borde del desmayo, lo espabilaron pellizcándole los muñones, provocándole el suficiente dolor para mantenerlo despierto. Y así lo devoraron, extirpándole pedazos de carne para no transmitirle la infección.
Al fin, con más de la mitad de su cuerpo carcomido, Paris se desvaneció para siempre.

¿CONSUMARÁN SU VENGANZA? OS LO CUENTO EN LA PRÓXIMA ENTREGA.

5 comentarios:

Blanca Miosi dijo...

Qué terrible destino el de estos dos, Romeo y Julieta!! y qué final le da Julieta a Paris, lo mejor es que él la pudo reconocer. No me imagino cómo puede terminar este relato. Seguiré leyendo.

Víctor Morata Cortado dijo...

¡Muy bueno, Javi! Muy... visceral, jejeje. Auténticamente zombi. No puedo dejar de felicitarte por la evolución en tu escritura. Es magnífico. Un fuerte abrazo, colega.

naty dijo...

Excelente este segundo relato,Javi.
Esperaré leer el final de esta historia.
Saludos.

Rubén Serrano dijo...

Excelente relato.
Está visto que los escritores amantes del género zombi no vamos a dejar títere con cabeza.
Habrá que ver cómo termina.
Un abrazo.

Javier Pellicer dijo...

-Blanca: Sí, la verdad es que si el destino imaginado en el relato original es horrible, mi versión zombie muestra que las cosas siempre pueden ser peores. Un abrazo, amiga.
-Víctor: Creo que "visceral" lo define muy bien. No soy un especialista en el género, pero he tratado de vestir la tragedia con atuendos gore. Espero haberlo conseguido. Un abrazo, compañero.
-Naty: Pues ya tienes la conclusión, querida amiga. Ojalá te guste. Besos.
-Rubén: un placer tenerte por aquí, Rubén. Como le comento a Víctor, los relatos zombies no son mi especialidad. Acabo de llegar al género, por así decirlo, influenciado por los colegas de H-Horror. Aún no tengo tu maestría, pero ha resultado un experimento entretenido. Quizás más adelante vuelva a probarlo. Un abrazo, y siéntete bienvenido a este blog.

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"