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Alcander, de Luisa Fernández

Ya está aquí... Legados

sábado, 19 de septiembre de 2009

La pregunta

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Saludos, viajeros. Antes de iniciar el relato que os ofreceré esta semana, me permito informaros que la entrevista que realicé a Ivan Mourin ya puede verse en el portal queleoahora.com, además de en H-Horror.
También os anuncio que ya falta muy poco para que aparezca la primera entrega de "La Sombra de la Luna" en la revista ilike magazine, junto con mis dos primeras reseñas y una entrevista a Blanca Miosi.
Y, para rematar la faena, cierto visitante asiduo de Tierra de Bardos me ha hecho mi primera entrevista, para un boletín digital de un portal literario. Ya os contaré.

Y ahora, os dejo con "La pregunta", seguramente mi relato más "raro", y que nació de una foto que incluyo en la entrada. Es un texto que se aleja diametralmente de lo que en mí es habitual, así que excusadme si no está a la altura de vuestras expectativas. No es ni más ni menos que un experimento.

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LA PREGUNTA, por Javier Pellicer




¿Qué hiciste por ayudarla?

Sentado en su coche junto al río, mientras inhalaba el monóxido de carbono que poco a poco se acumulaba en el habitáculo, volvió a plantearse la pregunta. La respuesta seguía siendo la misma.

Nada.

Las imágenes volvieron. La niña, siempre la niña, ocupaba su mente. Escuálida, débil, vulnerable… rendida ante lo infausto del destino que le había sido impuesto.
Y con ella, el buitre, acechando, a la espera de lo inevitable; el buitre, la metáfora con aspecto de animal; el buitre, la encarnación del hambre, del horror. La encarnación de la miseria de un mundo que permitía situaciones como aquella.
La pregunta lo perseguía, nunca había dejado de hacerlo; la pregunta de cuantos habían contemplado aquella foto; la pregunta que, como aquel buitre paciente, lo había devorado en vida poco a poco.

¿Qué hiciste por ayudarla?

Nada.

Quizás la culpa había sido de la cámara. El objetivo era como un escudo, como una línea que el miedo y la compasión no podían traspasar. Protegía al fotógrafo del horror que plasmaba, lo alejaba de la misma realidad que trataba de enfocar. En aquel trabajo resultaba imprescindible una anestesia emocional, bien fuera natural o artificial. Cuando la primera fallaba, entraban en juego la cerveza y la cocaína. Lo contrario era dejarse llevar por la locura.
Demasiadas muertes sin sentido habían sido inmortalizadas por su cámara. Gente matando y gente muriendo, su vida se había cimentado en la muerte de otros. «Me persiguen los recuerdos de las masacres y los cuerpos», había escrito en una nota que reposaba en el salpicadero de su coche.
La cámara es la culpable, se dijo, en un esfuerzo por erradicar su pecado. No se consideraba una mala persona, sólo era un profesional haciendo su trabajo. Incluso podía decirse que su labor había significado para muchos la diferencia entre la vida y la muerte. Se jugó la vida en numerosas ocasiones por conseguir unas imágenes que mostraran al mundo el horror de una realidad que el mundo «civilizado» se empeñaba en dejar de lado. Su foto, la foto que se había convertido en su maldición, había concienciado a muchos, había servido para crear más y más de una necesaria presión política. Logró que el mundo olvidara momentáneamente sus insignificantes problemas y supiera de una verdadera tragedia. Contribuyó a despertar la compasión que se había visto obligado a desactivar en su corazón.
A cambio pagó con su alma.

¿Qué hiciste por ayudarla?

La respuesta, a pesar de sus reflexiones, no había cambiado.

Nada.

¿Habría servido de algo su intervención? Sabía que no, había visto demasiadas situaciones como aquella para saber que cualquier intento de ayuda era menos que inútil. Aunque hubiera tomado a la chiquilla en brazos y la hubiese trasladado al hospital del campamento de las Naciones Unidas, nada habría cambiado. Una criatura con unos bracitos tan endebles, con unas piernecitas siempre a punto de rendirse ante el peso escaso pero aún así insoportable, no tenía posibilidad de ser salvada. La niña estaba desahuciada.
La suerte de la pequeña había sido decidida antes incluso de nacer, sencillamente porque había tenido la desgracia de surgir en un mundo de tercera; un mundo donde la vida no tenía, al parecer, el mismo valor que en otros lugares; un mundo en donde las personas no eran dignas de tenerse en cuenta, excepto durante el exiguo tiempo en que duraba una noticia en televisión.

¿Qué hiciste por ayudarla?

Sentía ya los párpados pesados, unos pocos segundos y pasaría de la dulce semiinconsciencia al olvido total. Pero la respuesta seguía siendo la misma.

Nada.

¿Qué hubiese cambiado, de haberse planteado la pregunta en aquel momento? Todo, en realidad, al menos para él. La niña habría muerto, sí, pero al menos habría podido mirarse al espejo por las mañanas; al menos no se hubiese dejado atrapar por el alcohol; al menos el remordimiento no le hubiera podrido de dentro a fuera.
Al menos no se habría hecho aquella maldita pregunta cada día.
Una depresión constante y creciente fue el legado de aquella foto. El tiempo no sanó la herida, la agravó más y más. El alcohol fue su refugio. Poco a poco fue perdiendo contacto con la realidad.
—Es la foto más importante de mi carrera —dijo durante la recepción del premio—, pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla. La odio.

¿Qué hiciste por ayudarla?

Nada.

Ya no importaba. Había pagado durante años, era el momento de descansar.
Mientras su alma se desprendía poco a poco del cuerpo fatalmente adormecido, sus últimos coletazos de conciencia volvieron a plantear la pregunta, una última vez

¿Qué hiciste por ayudarla?

Como una cálida brisa susurrada al oído, le llegó, al fin, la respuesta.Y con ella la paz.

Inmortalizarla.

***

Kevin Carter recibió el premio Pulitzer de fotoperiodismo en 1994 por una foto que retrataba la agonía de una niña moribunda en la aldea de Ayod, en Sudán. En la foto, que fue publicada en el New York Times, la niña aparece arrodillada, rendida con la frente sobre la tierra reseca. A escasos metros, un paciente buitre esperaba su momento. Kevin la fotografió durante veinte minutos. Las malas lenguas aseguran que tras tomar las imágenes, sencillamente guardó su cámara y se marchó.
Algunas versiones dicen que la niña estaba simplemente defecando, y que el buitre esperaba a que la niña terminara la deposición que sería su alimento. Sea como fuere, aquella imagen dio la vuelta al mundo y mostró la auténtica dimensión de la hambruna en África.
Cuatro meses después de recibir el premio, tras una depresión por diversos traumas —los recuerdos de las guerras vividas, remordimientos acumulados tal vez, dependencia a las drogas, y la muerte de su amigo y compañero fotógrafo, Ken Oesterbroek—, Kevin Carter se suicidó inhalando monóxido de carbono del tubo de escape de su coche.

5 comentarios:

Sergio G.Ros dijo...

Hola Javier. Impactante relato. Me ha gustado mucho que hayas colocado la información sobre Kevin Carter al final del mismo. Digamos que cierra el círculo y termina de hacer cuadrar las cosas, que de todas, formas se entienden a la perfección.
Una imporante reflexión sobre si tenemos capacidad para cambiar el destino de las cosas. Conclusión: al menos hay que intentarlo.
Un abrazo.

Martikka dijo...

Pues será extraño el relato (supongo que será en tu historial), pero es estupendo además de sobrecogedor. Te felicito sinceramente.

Javier Pellicer dijo...

-Deusvolt: en efecto, hay que intentarlo. Siempre. Pero Carter hizo algo muy importante, a mi modo de ver, como reflejo en el relato: mostró al mundo la crudeza de África, nos hizo reflexionar. Que la niña estuviera muriéndose o no, aunque trágico, no es el quid de la cuestión. En la documentación del relato, vi que algunos amigos de Carter decían que el fotógrafo sí la tomó en brazos y la llevó al campamento de ayuda de la ONU. Otros dicen que no. Es irrelevante, lo importante es la profundidad de lo que hizo, y el precio que deben pagar estos profesionales por insensibilizarse ante estas tragedias, para poder inmortalizarlas. Para mí, son antihéroes, gente que hace un gran bien mediante métodos que parecen inhumanos. Gracias por pasarte, amigo.
-Marta: En efecto, me refería a que es un relato distinto a lo que estoy acostumbrado. Pero le tengo mucho aprecio. Me gusta adentrarme en ocasiones en la denuncia social. Creo que es una obligación de todo artista ayudar a la concienciación, aunque sea de modo humilde como yo hago. Y por cierto, ayer vi que has participado en la revista Gotas de Tinta. ¡Enhorabuena! Yo estuve en el primer número. Gracias por tus comentarios.

make dijo...

lo verdaderamente triste es que Kevin tuviese que tomar esa fotografía y después soportar las criticas de los "civilizados" a quienes no le importa la miseria ajena hasta que alguien se la muestra en sus propias narices.
Triste, real pero necesario, si hubiese mas personas como Carter habría menos fotografías como esta.

David Gómez Hidalgo dijo...

Pues a mí me ha gustado mucho el relato (y sabes que te sigo siempre que puedo). Sí, es diferente, pero creo que "el experimento" como tu dices te tendría que servir para asomarte a él de vez en cuanto (supongo que ya lo harás)

Me ha gustado la información final, ya que iba leyendo el relato y no recordaba si era el que hizo la foto de la niña del Vietman u otro (era otro). Fue un caso muy heavy y lo recuerdo de cuando lo dieron en la TV.

Veo que las cosas van fluyendo. Me alegro un montón por ti.

Saludos.

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"