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Alcander, de Luisa Fernández

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jueves, 2 de julio de 2009

De la oscuridad nacerá la luz - Ganador del I Certamen de relato fantástico El arte de escribir

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Supongo que en estas circunstancias sólo puede decirse una cosa: "Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe". Como todos recordaréis, he tenido unas últimas semanas podría decirse que intensas en el tema de los concursos literarios. A los varios finalistas reciéntemente comentados deben unirse dos relatos más: "Cuando ya no queda nada", finalista en el I Certamen de relato de terror El arte de escribir, y "De la oscuridad nacerá la luz", que ha sido el ganador en la sección relato fantástico de ese mismo certamen. O sea, dos finalistas de tres enviados, y un ganador de tres enviados. No está nada mal (el otro texto, "La casa" que participaba en la sección de relato general, no fue elegido como finalista). Se trata de un certamen muy humilde, cuyo premio consiste en la publicación del relato en la página web El arte de escribir durante 6 meses (hasta el siguiente concurso).
Una vez más, os agradezco a todos el haberme apoyado.

Aún me quedan tres relatos pendientes de resolución en otros tantos concursos, a ver si hay suerte y cae algo más. A todo eso, hay que unir la magnífica noticia de que otro de mis relatos, "Trofeos", ha sido elegido para ser publicado en el primer fanzine en papel de la página Horror Hispano, lo cual me hace especial ilusión ya que compartiré páginas con buenos compañeros de letras: Víctor Morata, Marta Abelló... Gracias también a los que me habéis votado.

Sin más, os dejo con el relato protagonista de la noticia principal de la entrada que, según las palabras textuales de los miembros del jurado "ha ganado por su originalidad. Logras llevar un tema real a lo fantástico y esa combinación nos ha encantado".
Antes, sin embargo, un apunte: La pretensión de este relato jamás ha sido frivolizar sobre un tema tan serio como el que trata. El tema en cuestión me llega muy adentro, así que nunca se me ocurriría utilizarlo como mero vehículo pretencioso. Mi idea siempre ha sido abordar desde una perspectiva novedosa algo tan terrible, y abrir una luz de esperanza, además de, por supuesto, denunciar una realidad que muchas veces no llegamos a entender cuan profunda es. Sea como sea, si alguien se siente molesto, pido disculpas de antemano.

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DE LA OSCURIDAD NACERÁ LA LUZ
Javier Pellicer Moscardó


Killy sólo tiene veinte años, pero está acostumbrada a la terrible ruina que se respira en las calles de aquel barrio. Sus pasos no son suyos, sino del encarnizado deseo que la controla. Ya ni siquiera opone resistencia.
Se detiene junto al desvencijado portal de una casa sin ventanas, un edificio ruinoso escondido en un rincón de la calle. Hay mucha gente esperando, personas que se han rendido al ansia como la joven. Son espectros consumidos en carne y espíritu que caminan entre la vida y la muerte, entre los sueños y las pesadillas. Para atenuar la espera, sus manos trabajan en un remedio a todas luces insuficiente para la adicción que los domina. Killy se detiene junto a ellos, y como si se encontrara en un banco, toma su sitio en la cola de espera. La puerta se abre de tanto en tanto, alguien sale, con rostro feliz, y alguien entra, con la esperanza de encontrar la felicidad del olvido, la felicidad de la saciedad.
Alguien le pasa a Killy un pitillo que huele especialmente bien. La joven le da una calada. No calma el deseo, si acaso lo acrecienta, pero al menos amodorra su conciencia durante unos instantes.
Pasan un par de horas, y llega al fin su turno. La puerta se abre, y dos hombres de rostro duro la acompañan por un sucio pasillo. Durante lo que dura un latido, Killy alberga dudas, un ápice de sensatez le recuerda que aquel túnel sólo la hará descender un peldaño más en su vergonzosa caída. Sin embargo, no queda fuerza en su alma, en su mente o en su cuerpo, para oponerse al ansia.
—Vigila donde pones los pies, cariño —le dice uno de los hombres.
Killy ni siquiera atiende a sus palabras, ni a los escombros apiñados en el pasillo, en su mayoría viejos cascarones de vidrio, en su día portadores de felicidad y ruina, desechados una vez cumplida su misión.
Llegan a una habitación, la segunda puerta a la derecha, tan sucia como el resto. Hay varios colchones como único mobiliario, y sobre ellos, tirados como despojos, varios individuos; deshechos de su propia debilidad, de su falta de voluntad, y de una sociedad que margina en lugar de tender la mano. Algunos levantan la cabeza y miran a la recién llegada, pero la mayoría ni siquiera se molesta. En realidad, no están ahí, sino lejos, muy lejos. Sus mentes existen en un mundo de felicidad engañosa, una realidad delicada a la que sin embargo le dan la bienvenida, agradecidos por la posibilidad de escapar de un mundo en el que son despreciados, y al que ellos mismos desprecian. Algunos, como la propia Killy, son poco más que niños. Deberían estar en el instituto, en la universidad… Pero el fatídico transcurrir de sus días los ha condenado a la autodestrucción.
En el salón, sentado en un sofá, hay un hombre, enjuto, de nariz aguileña y mirada impasible.
—Saca la pasta —le dice a Killy.
La muchacha rebusca entre los bolsillos de su pantalón, con manos frenéticas. Extrae un par de billetes, todo cuanto tiene, y se lo tiende al camello. Aquella noche, una más de otras muchas, se quedará sin cenar.
—Con esto sólo puedo darte media dosis —le dice él.
—¡No! —se queja Killy— ¡Hace dos días me diste una entera!
—Lo siento, cielo, las cosas cambian. Los maderos han intervenido varios alijos, me ha costado encontrar esta mercancía. Lo tomas o lo dejas.
No hay posibilidad de elección, y el camello lo sabe muy bien, basta con apreciar los sudores y escalofríos de la chiquilla.
—¡Dame! —grita ella.
Con su tesoro en la mano, con su alimento y veneno, Killy busca un rincón y se acomoda. Comienza así el ritual: en el fondo de una lata de refresco abierta por la mitad, sus manos trémulas mezclan con un poco de agua el polvo; luego deja caer un algodoncillo, que absorbe el líquido y lo filtra de impurezas. Calienta el cóctel con un pequeño encendedor y, ya cocinado, llena la jeringa. Se diría que Killy no ha hecho jamás otra cosa, la maestría de sus manos contrasta con el temblor de sus dedos. El ansia es terrible, como el de un hombre hambriento ante un jugoso filete; se arremanga, y con una goma elástica rodea su descarnado y marcado brazo; las venas palpitan entonces, los caminos por donde la felicidad llegará a todo su ser. Suave se adentra la aguja, cálidamente el líquido placer. Una cicatriz más, una de tantas.
Al fin, el viaje se reanuda. Pasa el dolor, llega el placer y Killy deja atrás, por el momento, toda crueldad. Es feliz, aunque sea cautiva. Desea serlo, desea abandonarse, luchar es fatigoso. Que lo hagan otros, ella no tiene motivos. Así actúa la adicción: más que la satisfacción, importa la evasión del dolor.
Llegan los delirios. Hay un hombre extraño en la sala del picadero, Killy no había reparado antes en él. Se yergue en el centro, con porte intimidante; es alto, lleva un desfasado sombrero de los ochenta, y se cubre con una especie de capa, como un conde o algo parecido; sus ropajes son negros, parece un pozo que fuera a absorber todo a su alrededor. La muchacha ríe, es la alucinación más extraña que jamás ha tenido.
Pero… ¿se trata en realidad de un producto de su alterada conciencia? Killy advierte que no es la única que puede atisbar al personaje. Los otros yonquis, los que aún están despiertos, también reparan en su presencia, y también los tres camellos. Gritos de desconcierto, navajas silbando… y entonces, la pesadilla. El individuo estalla en un manto de oscuridad grandioso, una nube de negrura humeante brotando del mismo ser; una sombra voraz, que sin remedio engulle a los camellos.
A pesar del letargo de la droga, el instinto inherente a todo ser humano espolea a Killy a escapar. No se pregunta quién o qué es la sombra, pero busca, aun arrastrándose, un modo de huir. El ser se dirige hacia ella.
—¡No, déjame! —aúlla.
Y entonces, una voz, que llega de todas partes, que viene de ningún lugar.
—ERES MISERIA Y RUINA, PERO NO SIEMPRE FUISTE ASÍ, CAROLINA.
Killy parpadea. Hace años que nadie la llama por ese nombre.
—TE HAS ABANDONADO A LA AUTODESTRUCCIÓN, Y SIN EMBARGO AÚN ERES IMPORTANTE. ERES ALGUIEN.
—¡Déjame! ¡No soy nada, no soy nadie!
—TE EQUIVOCAS, Y YO TE LO MOSTRARÉ.
Killy grita agónicamente antes de que la tormenta oscura la rodee, la acaricie… y al fin la devore. El mundo se convierte en profunda negrura, no puede advertir nada a su alrededor. No existe más, no hay un arriba, ni un abajo, sólo un tapiz de insondables tinieblas.
Pero no, se equivoca. Existe algo, lo advierte tras un primer momento de desesperación. Existe ella, se puede ver las manos, son claras para sus ojos. ¿Cómo es posible, cuando no hay una luz que la ilumine? ¿O sí la hay? Comprende entonces, comienza a hacerlo, que ella es su propio resplandor, que hay en ella más de lo que había creído a tales alturas. Aún queda fuerza en su interior, aún queda vida.
De repente, la oscuridad retrocede. Está de nuevo en el picadero. Sin embargo, no es Killy quien ha vuelto, sino Carolina: la muchacha alegre y divertida, la que fue antes de que un amigo que no era tal le ofreciera aquel polvo blanco; la que fue antes de sentir el ansia; la que fue antes de abandonar a una madre; la que fue antes de vender su cuerpo por un pasaje al país de la ignominia y la destrucción. Mira su brazo, las cicatrices siguen ahí. Le parece bien, serán un buen recordatorio. Pero ya no habrá más. De la más reciente mana un hilillo blanco, su cuerpo vuelve a estar limpio. De sus ojos, dos lágrimas. Su alma vuelve a ser pura.
—PRECISASTE SENTIRTE ENVUELTA EN OSCURIDAD PARA COMPRENDER QUE AÚN HABÍA LUZ EN TI. AHORA TIENES UNA NUEVA OPORTUNIDAD. APROVÉCHALA, NO TODOS SON TAN AFORTUNADOS —le dice el hombre del sombrero y la capa, aún frente a ella.
Carolina lo mira, rebosante de un agradecimiento si bien temeroso. Aquel ser sigue siendo un misterio, no vislumbra sus rasgos.
—Siempre creí que los ángeles eran luminosos —dice ella.
—ES EN LA OSCURIDAD DONDE LA LUZ MUESTRA SU PODER.
Y al decir aquello, el hombre del sombrero desaparece.
Carolina se levanta. Hace años que no siente la cabeza tan clara. Una nueva oportunidad se abre ante sus ojos.
Esta vez la aprovechará.



Imagen: fotomontaje del autor

7 comentarios:

Anothnio dijo...

Enhorabuena!!!, La verdad es que ya me estoy acostumbrando a tu forma de escribir y aunque mantenga lo que dije, me retracto en la lectura para la gente más experimentada. Y tengo ganas de leer algo de terror tuyo, a ver que tal ;)

Víctor Morata Cortado dijo...

Enhorabuena por los premios y por el relato. Como siempre, fantástico. Me alegra ver que llevas una racha meteórica. Es fascinante como te llueven últimamente los reconocimientos. Muy merecidos. Un fuerte abrazo y sigue así.

Blanca Miosi dijo...

Excelente cuento para aquellos que están hundidos en el mundo de las drogas, pero estos no lo leerían. Lástima. Espero que tu cuento llegue a muchos que podrían tener el íntimo deseo de “probar”.
Has sabido describir los sentimientos del ansia que deben sentir los drogadictos; creo que tu cuento merece el premio, aunque sólo sea como advertencia, pero va más allá, el personaje Killy logra una redención que empatiza con el lector, y la parte mágica se convierte de pronto en una realidad que nos lleva a un final feliz y deseado.

Felicitaciones por otro logro en tu camino, Javi, ¡espero que sea uno más de muchos!

Un abrazo,
Blanca

David Gómez Hidalgo dijo...

Tanto va el cantaro a la fuente que al final sabe ir solo (decía Pedro Reyes) y es verdad, y tú te lo mereces por buen escritor y por el tesón que le pones al tema.
Sigue enseñándole el camino al cantaro.

Saludos.

Anónimo dijo...

Muchas felicidades por los nuevos éxitos conseguidos. Te mereces recoger buenos frutos como recompensa al esfuerzo y tesón que pones en conseguir tu sueño.

La primera parte del relato casi logra sacarme una lágrima. Es realista y cercana, incluso para aquellos que nunca se hayan visto en esos ambientes. La segunda trae un toque de esperanza, no tan realista, pero que compensa la amargura de la primera parte. Enhorabuena otra vez.

Cristina Roswell dijo...

¡Hola! He llegado a tu página a través de la de Armando Rodera.
Felicidades por el puesto finalista y por el relato, me ha gustado mucho :)
¡Sigue escribiendo así!

Saludos de una escritora novel ;)

Elena Cardenal dijo...

No paras!! jeje, pues te felicito, tiene que ser un orgullo que todo tu trabajo se vea de alguna forma recomempensado.
Me alegro!
Un beso!!

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"