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viernes, 8 de mayo de 2009

Cuentos de Erian - El primer brote del futuro (1 de 3)

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Lo prometido es deuda. Hoy inicio el relato que concluirá con la primera etapa de Cuentos de Erian. Aún no sé cuando volveré a escribir más historias basadas en Erian, porque me muevo en varios proyectos a la vez y trato de dosificarme entre todos ellos.
"El primer brote del futuro" es un relato especial dentro del contexto del mundo imaginario que he creado, un relato clave, así que mucha atención a los detalles. Atentos, porque con este pequeño cuento comienza la historia de Erian.

Nota: Para no dejaros con las ganas demasiado tiempo, colgaré la segunda parte a mitad de semana y la conclusión el viernes que viene.

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El primer brote del futuro



Sur del Gran Continente de Erian. Lo que un día serían las Tierras Calcinadas.
En los albores del tiempo.


Griän se alzó sobre el horizonte con resplandeciente fuerza. Anunciaba un nuevo día, uno más en aquel mundo que, algún día, sería conocido como Erian. ¿O tal vez no iba a ser una jornada común?
Nada hacía presagiar a Rugiente que la monotonía estaba a punto de romperse para siempre. Tampoco podía decirse que la criatura poseyera capacidad para prevenir algo así, pues en él, como en todos los suyos, no había espacio para nada que no fuera el llano instinto de conservación. Los de su especie se movían por impulsos no meditados; el hambre, el frío, la sed, las apetencias carnales, era a lo único que prestaban atención sus casi inoperantes mentes. Sabían que no debían salir de noche porque un inconsciente instinto les advertía de los depredadores, pero no era algo nacido de la meditación, sino del simple reflejo de conservación.
No eran bestias, pero tampoco dejaban de serlo del todo. Quizás en otras circunstancias hubieran tenido una posibilidad de ser algo más, pero como especie se habían topado con un muro demasiado alto para ser salvado. Nerviosos, impulsivos, agresivos las más de las veces, los primigenios carecían de la chispa en los ojos precursora de la auténtica inteligencia. Poseían, no cabía negarlo, la habilidad de utilizar ciertos elementos de su entorno, como simples piedras y ramas secas, a modo de burdas herramientas para no menos toscos fines, pero la fuerza de la costumbre no parecía tener en ellos un calado idóneo para dar el siguiente paso en el progreso de su raza.
Pronto, en no muchos siglos, quizás menos, no quedaría ninguno de ellos. La rueda evolutiva de todo mundo es una devoradora implacable de criaturas débiles e inadaptadas.
Pero de momento subsistían, a duras penas. Rugiente era en apariencia indistinguible de sus congéneres, a no ser por una gran cicatriz que cruzaba su rostro hasta dejar el ojo izquierdo parcialmente cegado. Podía decirse que era todo un milagro que la herida no se hubiese infectado en su día, pues en aquellas circunstancias de vida bastaba una simple inflamación para degradar unos cuerpos ya de por sí enclenques. Los primigenios eran criaturas retorcidas que se movían utilizando las cuatro extremidades, aunque podían erguirse sobre las dos piernas si así lo deseaban; sufrían frecuentes malformaciones, como brazos cortos o mandíbulas exageradamente desproporcionadas, que complicaban más la carrera de obstáculos que era su día a día. Muy extraño era que un primigenio viviera más de dos décadas, lo cual implicaba además una baja natalidad entre los suyos.
Cuando el alba asomó al agujero donde Rugiente y su pequeño grupo pasaban las noches, el instinto hizo que el primigenio del ojo rasgado comprendiera de modo fugaz que ya era hora de iniciar el nuevo día. Debían apresurarse si querían adelantarse al clan rival que moraba al otro lado del valle, o no encontrarían animales que cazar, aunque hablar de cacería era a todas luces exagerado, pues los primigenios carecían de toda habilidad para emboscar o realizar cualquier otra estrategia. Sencillamente se lanzaban en tropel siguiendo sus impulsos, balanceando piedras y palos, con la esperanza de que alguna cría de gamo quedara desconcertada ante aquella avalancha de criaturas beligerantes, aunque las más de las veces no conseguían más que ahuyentar a sus presas. Y sin embargo solían tener éxito intermitentemente, pues había tanto rumiante en el valle que, por simple cuestión estadística, en cada acometida alguno quedaba rezagado o se torcía la pata. A partir de ahí los primigenios debían darse prisa en devorar la pieza, porque los carroñeros no solían tardar en aparecer, e incluso bestias tan rastreras como las hienas eran un peligro real para los burdos cazadores.
Rugiente y los suyos bajaron por la pendiente hasta llegar al arroyo en la ladera de las montañas donde se refugiaban. Apenas era un hilillo de agua, y bastaba unas semanas de sol para que se secara hasta las siguientes lluvias. Era en esos días cuando más primigenios morían, la temporada pasada hasta una veintena cayeron en una misma semana. Si antaño habían sido multitud, en aquellos tiempos pocos quedaban ya sobre la faz de Erian, como mucho unos pocos cientos repartidos por todo el Hemisferio Sur —el norte era un lugar virgen del que ningún primigenio tenía noticias.
Y entonces llegó el cambio, el momento que dirimiría el destino de todo un mundo. Rugiente sólo vio una especie de llamarada en el cielo, un estallido, pero como no conocía el fuego no supo identificarlo más que como un rayo de tormenta. De haber tenido capacidad de raciocinio habría rumiado que era extraño que relampagueara en un cielo sin nubes, pero en lugar de ello el primigenio apenas sintió una extraña intranquilidad. Fue el primer atisbo de miedo.



Pronto sin embargo lo olvidó. Su memoria era débil, ningún recuerdo permanecía en su cabeza más que unos pocos momentos. Volvieron su atención al valle, pero he aquí que los animales que allí pastaban se hallaban revueltos, nerviosos como los propios primigenios.
Aquel día, Rugiente y los suyos volvieron a sus cuevas con los estómagos vacíos.

(continuará)

Imagen: montaje del autor

6 comentarios:

LOREA OTSOA HONORATO dijo...

Sigue, no nos dejes así, qué intriga. La fotografía es preciosa y te sitúa en la historia perfectamente.



Un saludo ;D

Víctor Morata Cortado dijo...

Tengo el privilegio de conocer el relato y he de decir que es de los mejores dentro de la Saga de Erian (sin desmerecer al resto, claro). No voy a desvelar nada, pero os aseguro a todos los que lo leeréis que no os dejará indiferente. Aprovecho para felicitar a Javier por lo que está y ha de venir. Un fuerte abrazo, colega.

Alsharak dijo...

Por lo pronto, un relato más que interesante, que cumple con su labor perfectamente: prepararte para lo que viene, y hacer que quedes intrigado por la continuación.

Supongo que no tendremos que sacar el látigo para la siguiente parte,¿verdad Javier? Jajaj

Un Saludo

Javier Pellicer dijo...

Jajaja, claro que no, Alsharak. Como digo en la presentación del relato, a media semana tendréis la segunda parte y el viernes la conclusión.

Un abrazo para ti también, Víctor, gran compañero de aventuras y desventuras. Ojalá los Dioses Moldeadores te oigan (ya entenderéis todos la referencia).

Lorea, gracias por tu comentario. Aún soy un novato en photoshop, pero comienzo a hacer algunas cosillas interesantes, al menos para acompañar a los relatos.

Martha Jacqueline Iglesias Herrera dijo...

Me ha gustado mucho. Enhorabuena (por este 1 de 3).

Feliz día.
Bye bye

Cristina Puig dijo...

Que bueno, esperamos más:) Me ha encantado!

Saludos,
Cris

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"