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Alcander, de Luisa Fernández

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sábado, 18 de abril de 2009

Cuentos de Erian - Valcalia (Parte 3 de 3)

Después de tres semanas, llegamos a la conclusión del relato Valcalia. Espero que os haya gustado, pero no os cortéis en dejarme vuestras impresiones.
La semana que viene haré un lapso y hablaré de esa novela fantática que me ha encandilado, y luego concluiré la primera etapa de Cuentos de Erian con el último de los relatos que tengo acabado. He dejado lo mejor para el final.

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VALCALIA (Parte 3 de 3)



La furia de Lath ante la huída de Marvian fue grande. Quizás sospechara desde el inicio de Valcadar, pero se abstuvo de acusarle. El motivo era evidente, al menos para el capitán: sin duda, los Caballeros del Fénix y las tropas de Antala no pasarían por alto la afrenta y cuan lejos había llegado el Duque; pronto llegaría un ejército, y necesitaba todas las manos para resistir el asedio al que iba a ser sometido.
Porque en ningún momento Lath mostró arrepentimiento ni buscó el perdón por sus actos, aunque sólo fuera para salvar su cabeza. No, en la adversidad se mostró aún más cruel. Gracias a los hombres que, a base de sobornos y promesas, había logrado reunir a su alrededor, formó un grupo leal, tanto como el oro podía permitir. Y con ellos obligó mediante amenazas a todo hombre de la aldea a tomar las armas para defender a su señor, a pesar de cuánto lo odiaban. A los que se resistieron, el grupo de mercenarios les dio una razón de peso para obedecer: apresaron a sus esposas e hijos, y los confinaron en las mazmorras de la Torre para obligarlos a obedecer.
Valcadar no tenía a nadie que perder, pues su esposa había fallecido años atrás. Su único hijo, Tiamar, vivía lejos, en Calian, la gran ciudad portuaria del sur del reino. Y sin embargo, el capitán decidió permanecer en la atalaya. ¿Por qué? El propio Valcadar no podía asegurarlo. Nunca había sido un hombre que se moviera por buenas intenciones como Marvian, pero de algún modo se sentía involucrado en todo aquel asunto. Debía hacer algo al respecto, así que comenzó a cavilar un plan.
El tiempo estaba a su favor. Cuando en el horizonte se otearon las banderas con la corona y el sol luminoso de Antala, las dudas arreciaron entre los defensores de la Torre. En ese momento, las bolsas repletas de monedas de los que habían aceptado la autoridad del Duque se antojaron demasiado livianas. La tensión aumentaba, y en ella vio Valcadar su oportunidad.
No le costó mucho convencer a la gente adecuada para que miraran a otro lado una noche. Por algún motivo convencido de que él debía protagonizar la solución a los desvaríos de los últimos tiempos —tal vez en una absurda sensación de responsabilidad hacia lo que había representado el anterior Duque—, Valcadar se escabulló cuando la mayoría dormían, recorrió los pasillos y las escaleras, y llegó hasta las estancias superiores donde moraba en exclusiva el que, a pesar de todo, era su señor.
En su cinto, Valcadar portaba una daga.
Le ocasionó un gran placer encontrarse con Lango, antes de llegar a la alcoba del Duque. Sin miramiento alguno lo sorprendió por detrás y, mientras le cerraba la boca con la mano diestra, con la zurda lo apuñaló no una, sino hasta cuatro veces. Sólo cuando el verdugo dejó de contorsionarse lo soltó.
Abrió la puerta de la habitación donde descansaba su objetivo. No debería estar abierta pero lo estaba. El ujier había cumplido su promesa. Con el sigilo de un gato, Valcadar se adentró en la penumbra. Estaba muy oscuro, pero él conocía la estancia de memoria, pues había asistido a Unar Shetepp en muchas ocasiones. Se deslizó entre las sombras hasta llegar a la cama entechada en la que dormía el Duque. Levantó el puñal…
Algo lo golpeó por detrás, entonces. El capitán se sintió volar por encima de la cama para luego estamparse contra el muro contrario. Sin resuello, trató de incorporarse para encarar a su atacante, y fue al hacerlo cuando comprendió que había sido engañado. El bulto en la cama era sólo un grupo de mantas convenientemente colocado para simular al huésped habitual del lecho. Porque éste se hallaba en pié. Lath Shetepp lo miraba con ojos teñidos de un odio casi irracional.
—¿De verdad creías que no esperaría algo así? ¡Estúpido capitán de tres al cuarto!
Valcadar quiso asir su daga para defenderse, pero advirtió que la había perdido. Lanzó un reniego. Desarmado no era en absoluto rival para Lath, que lo doblaba en tamaño y masa muscular. Era como enfrentarse a un oso enfurecido con las manos desnudas.
—¡Ahhh, Valcadar! ¡Voy a disfrutar destripándote, aunque seas el último!
Lath embistió al capitán como un toro. Durante un tiempo que a Valcadar se le antojó interminable, lo manejó como un títere, lanzándolo por el aire, golpeándolo con los puños, propinándole patadas… pronto el capitán quedó descompuesto, sin fuerzas para siquiera erguir la cabeza.
—¿No te gustaría saber de donde viene mi afición por el destripamiento? —comenzó a despotricar el Duque.
Luego golpeó a Valcadar con un puñetazo en la sien. El capitán besó una vez más el suelo, su propia sangre.
—Bueno, digamos que es una costumbre muy arraigada entre los habitantes del sur del continente. A los phomhor les encanta, aprendí mucho de ellos.
La fuerza de Lath era portentosa. Aferró de nuevo a Valcadar, y como si no pesara nada, lo alzó por encima de su cabeza. Luego lo lanzó de nuevo sin miramientos, estrellándolo contra la mesilla en la que reposaba la jofaina de porcelana que el Duque utilizaba cada mañana para su aseo. El capitán gimió de dolor al sentir cómo una astilla se le clavaba en el costado.
Pero también percibió algo más. Su mano se encontró sin pretenderlo con uno de los pedazos de la destrozada jarra con la que vertía agua en la palangana. A pesar de que sus miembros casi no le obedecían, logró aferrar el añico antes de que Lath lo volviera a tomar, esta vez por el cuello.
Su mano era una tenaza de la que no se podía escapar. Valcadar se vio alzado del suelo; todo el peso de su cuerpo repercutía ahora en el mismo punto en el que el Duque lo tenía aferrado, la garganta; no podía respirar, ni siquiera lanzar un gemido; sintió cómo Lath le estrujaba más y más el cuello. Pronto le rompería la tráquea.
Valcadar supo que iba a morir. Incluso aunque en ese mismo instante Lath lo soltara, su cuerpo estaba tan destrozado por la paliza que no se recuperaría; la herida en su costado era grave y perdía mucha sangre. No había milagro que pudiera salvarlo.
Y, sin embargo, en ese infinitesimal lapso de tiempo en el que un hombre plantea su vida antes de que la muerte le llegue, algo se le inflamó en el pecho. Moriría, sí, pero no sin cumplir lo que había ido a hacer.
Su mano se movió fugaz, tanto que Lath ni siquiera sintió nada. Pero eso fue en ese mismo instante, porque apenas un suspiro después, el Duque comenzó a percibir algo cálido que resbalaba por su propia garganta. «¿Qué demonios?», trató de decir, pero de sus labios sólo surgió un gorgojeo. Y entonces lo supo. Soltó a su presa de inmediato, y posó sus manos sobre la herida que el fragmento de barro cocido había abierto en su garganta. Fue un vano intento por contener la hemorragia, porque ésta ya brotaba como un geiser, ahogando de paso al gigante.
Por primera vez en su vida, Lath supo lo que era el pánico. Con los ojos idos, se tambaleó como un borracho hasta caer sobre la cama. La mirada se le abrió entonces al infinito, como si de repente pudiera ver algo que estaba vedado. Y luego quedo quieto, para siempre.
A pocos pasos del cuerpo sin vida, un moribundo Valcadar se arrastró hasta una el ventanal. Con gran esfuerzo y dolor fue capaz de asomarse, y al hacerlo la herida se le abrió más. No importaba, el capitán sabía que ahora sólo quedaba un asunto para concluir todo aquello. Aunando cada retazo de aliento que le quedaba antes de que éste se le acabara para siempre, Valcadar lanzó un grito que resonó en todo el valle.
—¡El monstruo ha muerto!
Luego, sencillamente se derrumbó.

El cadáver de Lath Shetepp fue entregado aquel mismo día a los capitanes que comandaban las tropas llegadas de Antala. No hubo lucha, pues, la voluntad de un hombre lo evitó.
Marvian fue el encargado de encender la pira donde se honró a su viejo amigo. Era un Caballero del Fénix, y por tanto no lloró, no era digno de alguien de su posición hacerlo en público. Pero, antes de prender la llama, Marvian susurró unas palabras al oído del cuerpo sin vida de Valcadar.
—Qué engañado me tuviste todos estos años. Siempre fingiste ser alguien despreocupado, pero en el fondo eras todo un Caballero del Fénix.

Gretan Garlaen, Rey de Antala, dispuso hallar un gobernante justo para el Valle de Valcalia de entre los nobles de la corte. Marvian se hizo cargo del gobierno de la Torre del Halcón mientras tanto, pero no fue por mucho tiempo. Porque los horrores que se habían vivido en la zona habían sido demasiados, y por lo visto sus habitantes no estaban dispuestos a seguir morando en unas tierras que, según decían, estaban manchadas de sangre.
Así, apenas en el intervalo de seis semanas, el poblado quedó abandonado, y también los caseríos cercanos. El lugar fue casi olvidado, pues sólo permaneció en los cuentos de viejas o de algunos viajeros con el nombre de El Valle de los Descuartizados. Y se tornó inhóspito, y pocos se atrevieron a caminar por sus senderos. Los pocos que se vieron obligados a hacerlo decían que a veces se veían formas difusas, siluetas en los rincones. Y, por la noche, hubo quien escuchó los gritos de sufrimiento de quienes habían sido torturados por el terrible Lath El Descuartizador, que gritaban el nombre de su atormentador.
Pero claro, todas estas historias sólo son fábulas.
¿O no?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

discúlpame si no lo he leído, parece muy interesante, pero el tiempo que tengo no me lo permite, yo también deseo y soy escritor, solo soy un adolescente, pero eso es lo que hare en mi vida, lo que mueve mi existencia ,eso y el amor.
Se que esperas un comentario, todos los esperamos, pero la mayoría no acostumbra a leer temas muy largos, te seguiré de aquí en adelante, he intentare leer todo.
Cuídate, ya que hay que seguir escribiendo (viviendo).

Víctor Morata Cortado dijo...

Muy bien, Javi. Un desenlace digno y oportuno. Sigue así, colega.

4nigami dijo...

Hola Javiiiii!!!

Jo, ya tenía mono de pasarme por aquí con algo de tiempo!! Y aproveché y ya me leí las tres partes seguidas =P Así ya no tube intrigas de por medio! BUAJAJA!!

Me encantó lo de "—Qué engañado me tuviste todos estos años. Siempre fingiste ser alguien despreocupado, pero en el fondo eras todo un Caballero del Fénix." y el "¿O no?" del final me mató xD

En fin, ya te comentaré por un email por qué estube tanto tiempo ausente... si es que mi mala pata es infinita... en fin!

Espero que esté todo bien por ahí ;)

Por cierto! Me tienes super intrigada por la saga esa que dices que encontraste! No sé yo si podrá igualar a Añozanras y Pesares eh... uuummm... xDDD Y habalndo de AyP... me voy a leerlo un ratito ;)


Por cierto, increible pero cierto, ya actualizé ;)


Besazooos!!!

Anothnio dijo...

Buen final

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"