Con motivo del próximo certamen literario convocado por el portal de auto-edición Bubok, acabo de presentar en dicho portal uno de mis trabajos, una novela corta llamada La Sombra de la Luna.
¿Y de qué va esta novela? Se trata de una historia a medio camino entre varios géneros, a saber, policiaca, romántica y fantástica. Todo comienza cuando en las alcantarillas de la ciudad de Amalgama (ciudad imaginaria donde transcurre la historia) la policía encuentra el cadáver de una joven y hermosa muchacha. Arrabal, un inspector del departamento de Crímenes Violentos con cargas sobre su conciencia por una terrible pérdida, investigará el asesinato, relacionado con una serie de crímenes idénticos cometidos en el pasado. Su única pista será un siniestro símbolo marcado con sangre en la víctima: un pentagrama.
Al mismo tiempo, un escritor de éxito, acosado por los demonios internos de una vida incompleta, de pronto conocerá a la mujer de sus sueños, bajo la forma de su nueva vecina. A partir de entonces, una obsesión sin sentido roerá su alma hasta envolverlo en una historia oscura que sobrepasará todos los límites de su imaginación.
Poco más puedo decir sin revelar más de lo necesario. La novela, de 134 páginas, ya está disponible en la página de Bubok http://www.bubok.com/libros/4710/La-Sombra-de-la-Luna, al precio de 10 Euros (más gastos de envío). El pago de la compra se puede realizar por el servicio PayPal o mediante tarjeta (ambos métodos totalmente seguros, yo mismo lo he comprobado). Si, de todos modos, alguno de quienes leéis esto estuvierais interesados en comprarlo, pero no pudierais pagarlo con esos métodos, yo podría hacer de intermediario y haceros llegar un ejemplar. Para ello, os podéis poner en contacto conmigo a mi dirección de correo electrónico: javibenigani@hotmail.com y acordaríamos el modo (lo más cómodo sería realizar una trasferencia bancaria a mi cuenta y una vez hecho yo os envío el libro).
A continuación, la portada y contraportada del libro, y un extracto de la novela para que valoréis convenientemente.
LA SOMBRA DE LA LUNA (Extracto)
PROLOGO
Lo primero que sintió al despertar fue dolor. Era insoportable, la cabeza le ardía, y sentía el cuerpo embotado, como si estuviera muy lejos de su alma. Poco a poco, la conciencia fue completándose en su cuerpo, y no mucho después fue capaz, no sin esfuerzo, de abrir los ojos.
Nuria no vio nada al principio. Todo se le antojó borroso, y sólo logró identificar una extraña calidez en la zona de su vientre, sobre la piel, algo húmedo que no supo reconocer. Con tiempo logró enfocar la imagen hasta advertir un cielo nocturno, veteado con estrellas, aunque parcialmente cubierto por algún tipo de techo, que sin embargo se alzaba muy por encima de su cabeza. La luna brillaba con una intensidad fuera de lo común, casi parecía un ojo vivo que la mirara. De repente, una fugaz línea cruzó la bóveda celeste.
La luna lloraba por ella.
Trató de alzar la cabeza, pero al instante advirtió que no podía. Se sintió sujeta por el cuello, pero también por las muñecas y los pies. Comprendió que estaba tumbada, y entonces un terror salvaje, hiriente en verdad, nació en su corazón, justo en el centro de su centro emocional. Rompió a llorar, se sintió más impotente que jamás en su vida, pues, por su condición, no podía siquiera pedir ayuda.
Nuria era muda.
Entonces escuchó murmullos, como una retahíla de ronroneos, como rezos de tono monótono. Sintió la proximidad de alguien, y de pronto, en su línea de visión, apareció un demonio, o así lo creyó la muchacha. Vestía del negro más insondable y funesto, y su rostro era el del diablo, un carnero con grandes cuernos enrollados y facciones de sangre. En su terror, no advirtió que se trataba de una máscara de madera.
No, porque su atención pasó pronto al objeto que portaba el hombre.
Una daga.
-Y como he vertido la sangre del cordero, ahora verteré la tuya, pues no eres más que carne y hueso. El espíritu esplendoroso, puro, que vive en ti, será expulsado de tu prisión, y alzado a su glorioso plano de existencia.
Y cuando aquellos versos impíos surgieron de la boca del individuo vestido de demonio, algo se rompió en Nuria. La desesperación la abrumó hasta la histeria, pues de repente supo cual era su destino.
Por vez primera en su vida, un fino hilillo de voz surgió de su garganta cuando sintió la hoja clavarse en su carne y desgarrar su corazón.
Luego, oscuridad.
1. EL PENTAGRAMA
Sorteó el charco de inmundicia con escasa elegancia, pero la mala fortuna quiso que, en su descenso, el mocasín derecho fuese a pisar algo gelatinoso. Arrabal tardó un momento en despegar la suela del zapato, pero en ningún momento bajó la vista. Mejor no saber qué demonios era aquella sustancia pegajosa.
Se dirigió hacia la zona acordonada con cinta amarilla, un rincón cerca de una de las desembocaduras de aquella sección de alcantarillado. Allí había varios hombres uniformados, algunos de ellos con el rostro cubierto con pañuelos, alrededor de un bulto posado en el suelo de una de las aceras que bordeaban el canal. De todos aquellos policías, no había uno sólo que no mostrara una faz blanca como la cal, cuando no amarilla. La mezcla de humedad y hedor era tan insoportable que incluso cubriéndose la nariz resultaba imposible no percibir el tufo a descomposición del lugar.
No era aquello lo peor, sin embargo. A Arrabal, su trabajo como Inspector Jefe del departamento de Crímenes Violentos de la Policía no solía reportarle gratas visiones, por lo que la costumbre le valió para no inmutarse demasiado ante lo escabroso de la escena- a diferencia de otros de los allí presentes, que evitaban mirar directamente al causante de tanto ajetreo-. Era además un hombre cuyo carácter tendía exageradamente a inclinarse hacia el lado racional de las cosas, y quizás por ello era capaz de mantener la compostura en situaciones en las que resultaba incomprensible la entereza. La mayoría de individuos como poco habrían palidecido ante el cadáver apostado en aquellas sucias alcantarillas; la mayoría habría vomitado, algunos incluso hubiesen caído desmayados.
Arrabal, sin embargo, más que asqueado se sintió de algún modo agradecido a la providencia y al funcionario de mantenimiento del alcantarillado que había descubierto el cuerpo sin vida. Hacía meses que había perdido el rastro de aquel caso, y ya algunos en el departamento pensaban que debía ser archivado. Arrabal llegó a creer que, por primera vez en su carrera, tendría que dejar un caso inconcluso, y no era aquella una mancha que deseara en su expediente. Bastante vapuleado se sentía ya, a título personal.
-El tipo que lo encontró asegura que el cuerpo había quedado anclado en la reja- dijo Iván Prieto, el veterano capitán de policía que había llamado al departamento de Arrabal.
El inspector asintió, sin decir nada. Era poco dado a dar opiniones, al menos mientras no estuvieran más contrastadas, aun cuando en su cabeza no cesaban de apelotonarse decenas de ideas e hipótesis.
-¿Han fotografiado y tomado huellas los del laboratorio?- preguntó Arrabal.
-Sí, inspector, han hecho su trabajo.
Haciendo caso omiso del hedor del entorno- algo que no resultaba sencillo-, y de aquella maldita humedad que conseguía que sus huesos se lamentaran con cada movimiento, se arrodilló junto al cadáver, tratando de que la parte baja de la gabardina no cayera sobre el sucio suelo. Luego de cubrir sus manos con sendos guantes de látex, y con el inestimable concurso de Silverio, su joven e impetuoso ayudante- y nuevo, hacía apenas unos meses que había ingresado en el cuerpo desde la facultad de criminología-, ahora extrañamente moderado, dio la vuelta al cuerpo. Arrabal sabía en todo momento lo que iba a encontrar, así que los ojos tras los gruesos cristales de sus gafas de montura de pasta ni parpadearon.
Ah, lo que daría por un puto pitillo, y por no ser tan condenadamente listo, se dijo, al comprobar que su intuición no había errado.
Que el cadáver era el de una mujer había estado claro antes de voltear el cuerpo; una mujer que, en vida, debía haber sido hermosa, a juzgar por sus rasgos bien perfilados, y la juventud ahora sin color y fría; largo cabello rubio, a pesar de la suciedad que lo manchaba, y buena figura, sinuosa, atractiva. Estaba en buen estado de conservación, por lo visto no hacía mucho que había sido dejado allí, porque de otro modo las ratas ya habrían dado buena cuenta de su carne.
-Lástima de muchacha…- balbuceó Arrabal.
Silverio no lo escuchaba, en aquel momento; el pobre chico, a pesar de las advertencias de su superior, a pesar de sus esfuerzos por demostrar al inspector su hombría, se había apartado un poco para expulsar de su estómago los huevos y la panceta ahumada que había desayunado aquella mañana. Aprendería, con el tiempo, y si lograba resistir los horrores de aquel trabajo, que las comidas copiosas estaban de más cuando uno era policía de homicidios.
Arrabal emitió algo parecido al ronroneo de un gato, sólo que no era un sonido de complacencia, sino de asentimiento. Coincidía, sí, el cuerpo, con los que le habían precedido. Aquella pobre infeliz tenía el dudoso honor de ser la víctima número diez de un o unos asesinos que ni siquiera el mejor detective de la ciudad podía localizar… por el momento.
Pero lo peor, lo que más intranquilizaba a Arrabal, no era el cuerpo, ni la terrible herida a la altura del corazón. No, lo único que lograba inquietar a un hombre que había visto de todo era un símbolo marcado con sangre ahora reseca en el abdomen de la víctima. Un símbolo que evocaba malos presagios, al menos para su mente anclada en la cotidianeidad del mundo.
Cinco líneas formando una estrella.
Un pentagrama.
Lo primero que sintió al despertar fue dolor. Era insoportable, la cabeza le ardía, y sentía el cuerpo embotado, como si estuviera muy lejos de su alma. Poco a poco, la conciencia fue completándose en su cuerpo, y no mucho después fue capaz, no sin esfuerzo, de abrir los ojos.
Nuria no vio nada al principio. Todo se le antojó borroso, y sólo logró identificar una extraña calidez en la zona de su vientre, sobre la piel, algo húmedo que no supo reconocer. Con tiempo logró enfocar la imagen hasta advertir un cielo nocturno, veteado con estrellas, aunque parcialmente cubierto por algún tipo de techo, que sin embargo se alzaba muy por encima de su cabeza. La luna brillaba con una intensidad fuera de lo común, casi parecía un ojo vivo que la mirara. De repente, una fugaz línea cruzó la bóveda celeste.
La luna lloraba por ella.
Trató de alzar la cabeza, pero al instante advirtió que no podía. Se sintió sujeta por el cuello, pero también por las muñecas y los pies. Comprendió que estaba tumbada, y entonces un terror salvaje, hiriente en verdad, nació en su corazón, justo en el centro de su centro emocional. Rompió a llorar, se sintió más impotente que jamás en su vida, pues, por su condición, no podía siquiera pedir ayuda.
Nuria era muda.
Entonces escuchó murmullos, como una retahíla de ronroneos, como rezos de tono monótono. Sintió la proximidad de alguien, y de pronto, en su línea de visión, apareció un demonio, o así lo creyó la muchacha. Vestía del negro más insondable y funesto, y su rostro era el del diablo, un carnero con grandes cuernos enrollados y facciones de sangre. En su terror, no advirtió que se trataba de una máscara de madera.
No, porque su atención pasó pronto al objeto que portaba el hombre.
Una daga.
-Y como he vertido la sangre del cordero, ahora verteré la tuya, pues no eres más que carne y hueso. El espíritu esplendoroso, puro, que vive en ti, será expulsado de tu prisión, y alzado a su glorioso plano de existencia.
Y cuando aquellos versos impíos surgieron de la boca del individuo vestido de demonio, algo se rompió en Nuria. La desesperación la abrumó hasta la histeria, pues de repente supo cual era su destino.
Por vez primera en su vida, un fino hilillo de voz surgió de su garganta cuando sintió la hoja clavarse en su carne y desgarrar su corazón.
Luego, oscuridad.
1. EL PENTAGRAMA
Sorteó el charco de inmundicia con escasa elegancia, pero la mala fortuna quiso que, en su descenso, el mocasín derecho fuese a pisar algo gelatinoso. Arrabal tardó un momento en despegar la suela del zapato, pero en ningún momento bajó la vista. Mejor no saber qué demonios era aquella sustancia pegajosa.
Se dirigió hacia la zona acordonada con cinta amarilla, un rincón cerca de una de las desembocaduras de aquella sección de alcantarillado. Allí había varios hombres uniformados, algunos de ellos con el rostro cubierto con pañuelos, alrededor de un bulto posado en el suelo de una de las aceras que bordeaban el canal. De todos aquellos policías, no había uno sólo que no mostrara una faz blanca como la cal, cuando no amarilla. La mezcla de humedad y hedor era tan insoportable que incluso cubriéndose la nariz resultaba imposible no percibir el tufo a descomposición del lugar.
No era aquello lo peor, sin embargo. A Arrabal, su trabajo como Inspector Jefe del departamento de Crímenes Violentos de la Policía no solía reportarle gratas visiones, por lo que la costumbre le valió para no inmutarse demasiado ante lo escabroso de la escena- a diferencia de otros de los allí presentes, que evitaban mirar directamente al causante de tanto ajetreo-. Era además un hombre cuyo carácter tendía exageradamente a inclinarse hacia el lado racional de las cosas, y quizás por ello era capaz de mantener la compostura en situaciones en las que resultaba incomprensible la entereza. La mayoría de individuos como poco habrían palidecido ante el cadáver apostado en aquellas sucias alcantarillas; la mayoría habría vomitado, algunos incluso hubiesen caído desmayados.
Arrabal, sin embargo, más que asqueado se sintió de algún modo agradecido a la providencia y al funcionario de mantenimiento del alcantarillado que había descubierto el cuerpo sin vida. Hacía meses que había perdido el rastro de aquel caso, y ya algunos en el departamento pensaban que debía ser archivado. Arrabal llegó a creer que, por primera vez en su carrera, tendría que dejar un caso inconcluso, y no era aquella una mancha que deseara en su expediente. Bastante vapuleado se sentía ya, a título personal.
-El tipo que lo encontró asegura que el cuerpo había quedado anclado en la reja- dijo Iván Prieto, el veterano capitán de policía que había llamado al departamento de Arrabal.
El inspector asintió, sin decir nada. Era poco dado a dar opiniones, al menos mientras no estuvieran más contrastadas, aun cuando en su cabeza no cesaban de apelotonarse decenas de ideas e hipótesis.
-¿Han fotografiado y tomado huellas los del laboratorio?- preguntó Arrabal.
-Sí, inspector, han hecho su trabajo.
Haciendo caso omiso del hedor del entorno- algo que no resultaba sencillo-, y de aquella maldita humedad que conseguía que sus huesos se lamentaran con cada movimiento, se arrodilló junto al cadáver, tratando de que la parte baja de la gabardina no cayera sobre el sucio suelo. Luego de cubrir sus manos con sendos guantes de látex, y con el inestimable concurso de Silverio, su joven e impetuoso ayudante- y nuevo, hacía apenas unos meses que había ingresado en el cuerpo desde la facultad de criminología-, ahora extrañamente moderado, dio la vuelta al cuerpo. Arrabal sabía en todo momento lo que iba a encontrar, así que los ojos tras los gruesos cristales de sus gafas de montura de pasta ni parpadearon.
Ah, lo que daría por un puto pitillo, y por no ser tan condenadamente listo, se dijo, al comprobar que su intuición no había errado.
Que el cadáver era el de una mujer había estado claro antes de voltear el cuerpo; una mujer que, en vida, debía haber sido hermosa, a juzgar por sus rasgos bien perfilados, y la juventud ahora sin color y fría; largo cabello rubio, a pesar de la suciedad que lo manchaba, y buena figura, sinuosa, atractiva. Estaba en buen estado de conservación, por lo visto no hacía mucho que había sido dejado allí, porque de otro modo las ratas ya habrían dado buena cuenta de su carne.
-Lástima de muchacha…- balbuceó Arrabal.
Silverio no lo escuchaba, en aquel momento; el pobre chico, a pesar de las advertencias de su superior, a pesar de sus esfuerzos por demostrar al inspector su hombría, se había apartado un poco para expulsar de su estómago los huevos y la panceta ahumada que había desayunado aquella mañana. Aprendería, con el tiempo, y si lograba resistir los horrores de aquel trabajo, que las comidas copiosas estaban de más cuando uno era policía de homicidios.
Arrabal emitió algo parecido al ronroneo de un gato, sólo que no era un sonido de complacencia, sino de asentimiento. Coincidía, sí, el cuerpo, con los que le habían precedido. Aquella pobre infeliz tenía el dudoso honor de ser la víctima número diez de un o unos asesinos que ni siquiera el mejor detective de la ciudad podía localizar… por el momento.
Pero lo peor, lo que más intranquilizaba a Arrabal, no era el cuerpo, ni la terrible herida a la altura del corazón. No, lo único que lograba inquietar a un hombre que había visto de todo era un símbolo marcado con sangre ahora reseca en el abdomen de la víctima. Un símbolo que evocaba malos presagios, al menos para su mente anclada en la cotidianeidad del mundo.
Cinco líneas formando una estrella.
Un pentagrama.
4 comentarios:
Felicidades por la publicación. Veo que has sabido recuperar y ampliar la idea del relato sobre la ciudad para hacer una novela.
Me gustaría mucho adquirirla y leerla junto a tus otras publicaciones, pero actualmente me es imposible. Mis pocos ahorros están dirigidos al inicio de una vida cotidiana independiente.
Que sigas cosechando éxitos.
He descubierto tu novela "La sombra de la luna" en la editorial bubok.com, y me ha parecido muy interesante; la voy a comprar para leerla, tiene muy buena pinta, y la verdad es que atrapa desde el principio, te empuja a querer saber más. También me ha gustado mucho la forma en la que está escrita, recreas perfectamente las senaciones, y envuelves al lector en ellas. Enhorabuena.
Visitaré tu blog de ahora en adelante en busca de más cosas tuyas.
Un saludo.
Creo que te gustará saber que he añadido la url de tu blog a mi página, de este modo, la gente podrá visitarte a través de ella.
Un saludo.
Me gusta la portada, el argumento y cómo siempre la manera en la que está contada. Un beso y muchas felicidades. Espero que vendas muchos ejemplares. Me estoy poniendo al día con tu blog :P
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