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Alcander, de Luisa Fernández

Ya está aquí... Legados

sábado, 4 de octubre de 2008

La Ciudad de los Monstruos (IV)

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Nueva parte de "La ciudad de los monstruos", quizás la parte más tierna, y en donde al fin sabremos todo lo que hay que saber sobre uno de los dos personajes del relato.
Pero antes, un paréntesis para anunciar que, al fin, luego de dos meses largos, ya tengo en mi poder el libro "Cryptonomikon", la antología del certamen de relatos Cryptshow Festival. Para mi orgullo- ya se sabe, ese ego que, poco o mucho, todos los escritores albergamos-, es la primera vez que veo mi nombre en la portada de un libro (no cuenta mi autopublicado "A diez pies del suelo"), junto con el de los otros dos ganadores del concurso. En el interior del libro, además de los otros ganadores y los finalistas, se halla mi relato "El Gran Bibliotecario", I Premio Cryptshow Festival de Relato Fantástico. Mi primer premio con todas las de la ley. El libro se puede comprar en varias tiendas de Badalona, aunque a estas alturas, y al ser de tirada muy limitada, supuestamente no quedarán ejemplares. No se me ha dado más información al respecto (si alguien está interesado en adquirir un ejemplar, que se ponga en contacto conmigo, quizás haya suerte, tengo un buen puñado en mi poder).


Aquí os dejo la portada y una foto del libro (perdonad la calidad, la hice con el móvil)























La Ciudad de los Monstruos (IV)

***


Lo siguiente en mi mente es que me hallo en la cama de Ellen. Nada más tomar conciencia de nuevo del mundo, el dolor se presenta como una corriente eléctrica que recorre cada rincón de mi cuerpo. Y sin embargo, tras el ardor producido por la paliza, predomina el cariño de unas reconfortantes caricias.
Ella está ahí, a mi lado. Con un paño húmedo limpia la herida de mi brazo mediante suaves y delicados roces. El terrible corte está cosido, ha debido hacerlo aprovechando que estaba fuera de combate. Seguramente es el dolor, que me tiene mareado, confuso y aturdido, pero me quedo mirándola sin que ella advierta que ya he despertado. Me atrapa la fascinación por su largo y sedoso cabello, una cascada de tono terroso derramándose sobre sus hombros, por sus facciones adolescentes, sus hermosos labios prominentes… es una visión etérea, un ángel sanador…mi ángel sanador… Me hundo una vez más en la inconsciencia a la par que escucho su tierna voz. Descansa, me dice, yo cuido ahora de ti.
Una caricia antes de volver a la negrura.
Una caricia de sus labios en los míos…
***
Despierto otra vez. El dolor sigue ahí, incluso lo siento mucho más intenso ahora que mis sentidos vuelven a estar a tope. Sin embargo, el sufrimiento físico nunca me ha preocupado en exceso.
-Ya era hora, dormilón- me dice Ellen al entrar en la habitación.
Me sonríe y yo me digo que el mundo, después de todo, no es tan malo cuando existe una criatura tan maravillosa como aquella. Se sienta a mi lado y examina el vendaje de mi brazo, luego el labio partido. Al hacerlo, acerca su rostro al mío, mucho. Siento su agradable aliento, ella el mío. Nuestros ojos se cruzan, y entonces ella se sonroja como una colegiala. Se aparta, sin embargo sonriendo tímidamente.
-¿Cuánto tiempo he dormido?- pregunto yo.
-Un día entero. Pero es normal, perdiste mucha sangre. Por suerte, la hoja del cuchillo no se había hundido apenas. Era más un corte que otra cosa.
-Buen vendaje- digo yo, mientras contemplo mi brazo-. ¿Dónde has aprendido a coser heridas?
-En ningún lugar…- balbucea ella- Es la primera vez que lo hago. Te subí como pude al apartamento, y cuando vi la herida y la sangre que perdías, me asusté mucho. No sabía qué hacer, estaba muerta de miedo. Pero logré serenarme y recordé cuando era pequeña, y mi madre y yo solíamos hacer bordados de tapices…
Veo cómo Ellen baja la cabeza entonces. Su mirada, que yo creía que jamás podría ver triste, comienza a titilar como si estuviese a punto de echarse a llorar. Aunque resiste la tentación, por primera vez veo una vulnerabilidad antes desconocida en ella. Intuyo un pasado oscuro- ¿Y quién no lo tiene, en esta asquerosa ciudad?-. Es la primera vez que me ha hablado de cómo era su vida antes de entrar en el club. La verdad, no es tanta la curiosidad para que me importe su pasado.
Lo único importantes es que está allí, conmigo, hoy.
***
Han pasado cuatro días, en los que Ellen se ha desvivido por mí como una madre por su hijo enfermo. Tanto ha sido así que incluso pidió unos días libres en el bar para ocuparse de mí. Aún sigo contusionado, pero la herida del brazo se ha cerrado casi por completo. Ese soy yo, un tipo que se recupera de los varapalos con tanta rapidez como suele meterse en ellos.
A falta de otra ocupación, he pensado mucho en estos días acerca de los dos intentos de agresión por parte de los matones de Stockell. Al principio no le di importancia, incluso los hubiera acogido con gusto para demostrarle a ese cabrón megalómano que no le tengo ningún miedo. Pero ahora las cosas han cambiado, y mucho. Lo que Stockell tenía pensado para mí ha salpicado a Ellen. Sin ser consciente la he puesto en peligro, algo que jamás quise, y que por supuesto no puedo permitir.
Mal que me pese, sólo hay un camino para dejarla al margen, y es alejarme de ella. Aún no es demasiado tarde. Stockell seguramente creerá que Ellen es sólo un rollo, una mera aventura de un capullo con ganas de sexo después de tantos años sin ver a una mujer. Pero si permanezco con ella, pronto sabrá que me importa. Y conociendo lo cabrón que es, sé a ciencia cierta que no dudará en utilizarla para llegar a mí.
Ese mismo día, durante una sencilla cena con Ellen en el salón de su apartamento, decido contarle cuanto pasa por mi cabeza.
-Ellen, tengo que decirte algo. Es sobre los tipos de la pelea. Me temo que alguien los envió, y que no va a darse por vencido.
-En eso tienes razón…- murmura ella.
¡Qué necio soy por no entender el trasfondo de aquel comentario!
-Los ha enviado Vincent Stockell, el que provocó que me encerraran. Quiere culminar su venganza matándome. No me importa lo que intente, pero no puedo soportar la idea de que tú estés en medio. Si te pasara algo…
-Créeme, no me pasará nada. Yo en cambio temo por ti- me dice, con una media sonrisa que en realidad esconde miedo, dolor y tristeza. No me mira, no se atreve a posar sus ojos en mí.
-¿Cómo que no te pasará nada? Ellen, ese Stockell no es precisamente alguien con remordimientos. Si advierte que gracias a ti puede hacerme sufrir, no dudará en involucrarte.
Y entonces Ellen deja los cubiertos sobre la mesa y, al fin, levanta la cabeza para traspasarme con una mirada húmeda y a un solo suspiro de las lágrimas.
-No lo entiendes, Gregg. Stockell quizás tenga motivos para acecharte, pero en este caso no va a por ti.
-¿Pero qué dices? ¿Y por qué entonces…?
Y en ese instante lo comprendo, al menos en parte. En un momento, todo cobra sentido, las piezas que antes parecían fuera de lugar en aquel puzzle encajan, sólo que no en los espacios que yo creía. Los tres tipos en el bar no me seguían a mí, y si me atacaron fue porque me vieron hablando con ella. Creyeron que era lo que al cabo soy, su protector. Del mismo modo, los matones frente al apartamento de Ellen no iban a por mí. Al fin entiendo el motivo por el cual no utilizaron las pistolas, el porqué se valieron de las manos.
No querían herir a Ellen.
-¿Va a por ti? ¿Es eso lo que pretendes decirme?- a pesar de las pequeñas señales, no puedo creerlo. No quiero creerlo- ¿Por qué? ¿Qué puede querer Stockell de una joven camarera?
Con las lágrimas ya resbalando por sus mejillas, Ellen me contesta, dinamitando los cimientos de mi entereza.
-Lo que él considera suyo. Vincent Stockell es mi padre.
***
La noticia me deja sin resuello. Al principio no puedo creerla, me niego a creerla. ¿Cómo aquel ángel generoso podría ser hija de un miserable como Stockell? ¿Cómo puede ser la hija de un tipo tan corrupto que utiliza los fondos que la mafia le cede del tráfico de armas y drogas para sufragar sus asuntos políticos? No, no puede ser, es una treta.
Y sin embargo dudo. En aquellas décimas de segundo llego incluso a plantearme que a Ellen la han enviado para martirizarme, que todo se trata de un meditado plan de Stockell por hacerme sufrir antes de matarme. ¿De qué otro modo se puede explicar que coincida, justamente, con la hija de mi peor enemigo? ¿Cuántas posibilidades hay de que un ex-presidiario se haga amigo de una casi adolescente camarera?
Pero me basta alzar la mirada para despejar las vacilaciones. Me basta con contemplar los llorosos ojos para saber sin asomo de dudas que nada de esto es premeditado. Además, me ha confesado su parentesco con ese cabrón. No lo hubiese hecho de haberse tratado de algún tipo de estratagema. Sencillamente, a veces ocurren los milagros, y Ellen es mi milagro.
-No planeé que nada de esto ocurriera, no sabía que tú tenías asuntos pendientes con Stockell, pero entiendo que estés enfadado, que creas que es algún tipo de treta.
No se me escapa que Ellen no lo llama padre, o papá. No ha debido darle muchos motivos para apreciarlo. Seguro que se le ocurren otros modos de nombrarlo, pero ninguno apropiado para una muchacha tan dulce.
-Debes saber también que, de imaginar que él me había encontrado, jamás hubiera permitido que te acercaras a mí. Por nada del mundo quería involucrarte en esto- me dice ella, tratando de alzar su voz por encima de la pena que la embarga, un dolor nacido de la inminencia de la propuesta que se dispone a hacer-. Por eso, te pido que te marches, que te alejes de mí. No me hará daño, no al menos físico, pero contigo no será clemente, y más con vuestros antecedentes personales.
Un nudo se me hace en la garganta. Me está pidiendo que la deje, justo lo que yo había estado a punto de proponerle hace un momento. Es la opción más sensata, la más cuerda, los dos lo sabemos. Y en otras circunstancias lo hubiera hecho con gusto, y sin el más mínimo remordimiento. No había salido de la cárcel con ganas de venganza, al menos no aquella parte de mí que aún permanecía cuerda, la que aún controla a esa parte animal alimentada en la fría celda.
Pero el caso es que la cosas han cambiado en apenas unos pocos minutos. Ahora no quiero marcharme. De repente no me importa una mierda el motivo por el cual Ellen huyó de su padre. De repente no me importa mi propia seguridad. De repente sólo me importa ella, el no dejarla sola, el no permitir que nadie la obligue a aquello que no quiere.
-¿Me estás pidiendo que me marche?- le pregunto- ¿Es lo que quieres?
-Sí.
La respuesta es seca, cortante, pero no logra engañarme. A pesar de esa fachada de frialdad que ha levantado, está asustada, lo veo en el brillar de las lágrimas en sus ojos, en el casi imperceptible temblar de sus labios. Me levanto, tomo la silla y me pongo frente a ella- la cena hace ya minutos que ha quedado olvidada en la mesa-. Le tomo las manos. Ella amaga la intención de apartarlas, pero no se lo permito. En lugar de ello la obligo a mirarme a los ojos.
-En ningún momento me has juzgado por mi pasado. Tampoco yo lo haré. No me voy a marchar, Ellen, me quedo aquí, voy a protegerte.
-Gregg, por favor… no me hagas esto… no soportaría que te mataran…
-¿Por qué no, Ellen?- ni siquiera me doy cuenta de que he ido acercando mi rostro al suyo, y de que ella no lo ha retirado- ¿Por qué no podrías soportarlo?
-Porque yo…- un largo suspiro, una profunda mirada en donde se libró los últimos compases de la batalla interior de Ellen: cabeza contra corazón. Ganó éste último- porque estoy enamorada de ti, Gregg.
Mi reacción es suficientemente esclarecedora. Con una ternura que nunca fui consciente de que poseyera, tomo su rostro con mi encallecida mano, limpio las lágrimas que mojan sus sonrosadas mejillas y la acaricio. Nos miramos largamente, intercambiamos todo lo que sentimos en aquel contacto visual. Ya no hay barreras, las hemos derrumbado. Ella me devuelve la caricia, recorre toda aquella fea cicatriz que desfigura en parte mi cara, y al hacerlo siento como si sanara la herida por completo. En aquel gesto tan pleno de emoción la muchacha me libera de todos mis demonios, de todo lo malo que alguna vez albergó dentro de mí.
El animal retrocede ante la belleza, asustado, derrotado.
Me devuelve mi humanidad.
Nuestros labios se encuentran, y esta vez soy consciente. No es un beso desgarrador, lujurioso, sino suave, pleno de algo que no creí saborear jamás. No volveré a burlarme del amor. La dulzura de su boca me abruma de buen principio, y la humedad de su lengua despierta en mí sentimientos a medio camino entre lo físico y lo puramente sentimental.
Es preciosa, mi hermoso ángel, mi deleite, el amor de mi vida, ya no lo dudo. Pierdo la noción de la realidad, los dos lo hacemos. No existe el tiempo, ni el espacio, sólo nosotros.
Sólo nosotros.
***
Falta poco para el amanecer, pronto los primeros ruidos de la ciudad volverán a torturar nuestros oídos un día más. Pero de momento aún nos queda un poco de silencio e intimidad.
Me despierto antes que Ellen, y durante largo rato permanezco mirándola, mientras ella duerme entre mis brazos, con su larga melena desparramada, libre y feliz como la propia muchacha. Compararla con un ángel es poco. Es pura dulzura, una mezcla entre una niña que aún no ha perdido la inocencia y una mujer adulta que sabe bien lo que quiere. El sentimiento al mirarla es tan fuerte, tan intenso, que incluso me duele el corazón, que incluso me arrebata el aliento. Es ahora, al contemplarla, al pensar en la maravillosa noche que nos hemos regalado el uno al otro, cuando entiendo que no puedo vivir sin ella, que no quiero hacerlo.
Que, por primera vez en mi vida, me he enamorado.
Ellen despierta pero no abre los ojos aún. Se acurruca más y más en mi pecho, quiere fundirse en mí como durante la noche.
-Me fugué de casa de Stockell hace un año, Gregg- me dice ella de repente-. No podía soportar más a ese cabrón.
Aparto un mechón que, rebelde, cae sobre su mejilla.
-No te he pedido cuentas, Ellen- le digo-. No tienes que contarme nada, sólo me importas tú, no de quien eres hija.
-Pero yo quiero contártelo. Necesito hacerlo. Me lo he callado ya mucho tiempo.
Le doy un beso y le digo que continúe, si así lo quiere.
-Me hubiera marchado antes, mucho antes, pero algo me retenía. No podía dejar a mi madre sola con ese monstruo- la chiquilla se estremecía entre mis brazos-. Ella me defendió en todas las ocasiones, ella se interpuso en cada ocasión que aquel salido cabrón quiso hacer conmigo lo mismo que con sus putas. Ella se llevó todos los insultos, los golpes y las violaciones. Me mantuvo a salvo, pero le costó la vida.
Llora. La dejo desahogarse mientras trato de reconfortarla con mi calor y mis caricias. Sus lágrimas se prolongan bastante. Tantos años reprimiendo lo que sentía, tantos años escondiéndose del sufrimiento para que éste no lo devorara… tanto dolor en una muchacha tan vulnerable…
-Leucemia, dijeron que fue, pero yo sé que realmente fue pudriéndose por dentro por culpa de las vejaciones de ese malnacido- continúa, en cuanto recupera un poco la compostura-. Si resistió durante tanto tiempo fue sólo, como siempre, por protegerme.
>>No lo dudé ni un minuto. El mismo día en que mi madre falleció, y tal y como le había prometido, me fui. Aquel ángel me ayudó incluso después de muerta, pues había ahorrado, a escondidas de mi padre, una buena cantidad de dinero para que yo pudiera comenzar una nueva vida lejos de las inmundicias de su marido. Mi madre era muy lista, me dijo cómo debía actuar para escapar de Stockell. Dejé pistas falsas que apuntaban a que me había marchado bien lejos, a la otra punta del país, como de hecho hubiese sido lo más lógico. Pero en lugar de eso me quedé aquí, en la ciudad, donde no podía ni imaginarse que estaría. Por desgracia, Stockell no tolera perder lo que considera suyo.
-Qué me vas a contar a mí…
-Por lo visto ha descubierto que sigo en la ciudad. Y ahora no va a detenerse para conseguir que vuelva, porque soy más importante para él de lo que imaginas- y sonríe, burlonamente, con una pizca de satisfacción por el mal ajeno que no creí que pudiera tener en su interior. Pero claro, tiene todo el derecho-. Te contaré el secreto mejor guardado de ese hijo de puta. Al poco de nacer yo, Stockell sufrió una enfermedad vírica que lo dejó durante varias semanas postrado en la cama y, lo que es más importante, tuvo efectos secundarios. Se quedó estéril, aunque por desgracia no impotente, el muy cabrón. Sea como sea, él lo asoció a mi nacimiento. La desilusión por haber tenido una niña y no un varón que continuara su apellido se convirtió en un resentimiento sin sentido al comprender que no tendría una segunda oportunidad. Su mente maquiavélica encontró de todos modos una salida: me emparejaría con el hijo de alguno de sus socios de trapicheos, esos que le ayudaron a sufragar su campaña política, para tener un nieto que perpetuara su linaje y consolidara su imperio. Imagínate su frustración y enfado al perder la pieza principal del plan.
-Debe estar echando chispas- me río yo.
-Sí, y por eso es tan peligroso. Ha logrado esconder a sus socios mi desaparición para no parecer débil a sus ojos, pero por lo visto se le acaba el tiempo y está impacientándose. No se va a detener ante nada.
-Sssss… tranquila, mi amor- la consuelo antes de que su ansiedad se convierta otra vez en llanto-. No te preocupes. No dejaré que te haga nada. En cuanto amanezca cogeremos lo indispensable y nos iremos de la ciudad. Tú y yo.
-Tú y yo…- y me mira con sus enormes ojos, y con su sonrisa me indica que la idea le gusta- Nadie más… suena bien.
-Suena perfecto…
Me besa, nos besamos, me pierdo en su aroma y en la suavidad de su piel de terciopelo… me despisto…
…bajo la guardia…
Grave error.
***
Tan hipnotizado estoy por su hermosura que pierdo toda noción del mundo. Y es en ese mismo instante cuando esa sensación tan jodidamente familiar en la nuca, ese hielo recorriendo mis tripas como un gusano carroñero, ese instinto que tantas veces me ha salvado el culo- literalmente- en la cárcel, me eriza los vellos del cuello, al tiempo que una expresión de horror en el rostro de Ellen me alerta de que algo no marcha bien a mis espaldas.
Antes de que pueda girar la cabeza, algo me levanta en vilo como si yo no fuera más que una muñeca de trapo. Y me lanza con la misma facilidad contra el armario de la habitación. Siento las astillas clavándose en mi espalda, el dolor recorriendo toda mi espina dorsal, las heridas apenas cerradas abriéndose de nuevo… pero nada de eso me mantiene mucho tiempo noqueado. La seguridad de Ellen es suficiente aliciente para hacerme reaccionar.
Veo a mi atacante mientras el grito de la muchacha se extiende por la habitación. Me tranquiliza que el matón- porque no dudo que es otro sicario de Stockell- se desentienda de Ellen. La pobrecita está acurrucada en una esquina de la cama, cubriendo su desnudez con la sábana, pero no corre peligro inmediato.
El tipo es un gigante, un verdadero armario ropero de más de dos metros de altura y la espalda de un mulo. El maldito bastardo podía pasar por el típico gorila hipermusculado y torpe, pero algo en él no me encaja. Ese tipo de matones no suelen ser buenos en el sigilo, pero aquel troll gigantesco ha logrado no sé cómo escurrirse en silencio hasta la habitación y pillarme por sorpresa. Y digo troll porque el tío es verdaderamente feo, tanto que a su lado a mí me elegirían como guaperas del año. Además de un rostro marcado por cicatrices y manchado con varias quemaduras, tiene la mandíbula desplazada a un lado, y su nariz aparece hundida hacia adentro. Resulta obvio que dichas anormalidades son producto de una buena paliza mal curada, pero como no imagino quien pudiera enfrentarse a una mole como esa, imagino que la infancia del troll no ha debido ser muy feliz.
Me yergo y trato de anular las decenas de espasmos de dolor que me golpean los músculos. Sí, la sorpresa ha pasado, amigo. Ahora estoy dispuesto. Le prometiste a ella que la protegerías. ¡Cumple con tu palabra, maldito seas!
Me lanzo al ataque contra aquel enorme goliat de músculo. Giro a mi derecha y me inclino para esquivar su defensa, y entonces golpeo, justo en su estómago. Soy un hombre fuerte, relativamente fuerte, y me manejo más que bien con los puños. Un directo como ese podría doblar a cualquier matón de gimnasio, no importa cuanto hubiese entrenado su abdomen. Y sin embargo, aquel tipo se inmuta menos que un saco de arena.
La futilidad de mi ataque me coge tan desprevenido que durante un momento bajo la guardia- otra vez-, menospreciando la agilidad de mi rival. Es entonces cuando una estela fugaz me atropella, un ariete con la fuerza de la dinamita estallando en mi rostro. El muy cabrón casi me arranca la cabeza de un simple manotazo de soslayo que me tira hacia atrás. Un par de mis dientes vuelan a la otra punta de la habitación, y con ellos un chorro de sangre que mancha toda la moqueta. Si en lugar de darme con la mano abierta hubiese utilizado el puño cerrado, a estas horas no sería más que un cuerpo decapitado.
Apenas puedo ya ni sostenerme de pié. Débil aún por mis heridas recientes, y superado en fuerza por aquel mastodonte imparable, lo único que me separa de la inconsciencia es la imagen de Ellen. No, no la dejaré a merced de su padre. Lucharé hasta que no me tenga en pié, y aun después seguiré haciéndolo.
Ruedo por el suelo hacia delante, ahora soy yo el que toma desprevenido al gorila. Inútil intento, la patada en las criadillas que le endilgo no hace más que agitarlo un poco, más por la sorpresa que por verdadero daño. Un nuevo puñetazo, hacia abajo, apenas logro desviar la cabeza, pero aun con todo me deja medio inconsciente en el suelo, indefenso. Me coge del brazo, me alza, y en un movimiento rápido me veo rodeado por sus enormes brazos, pero no con cariño. Me estruja, y yo grito totalmente loco de dolor al sentir cómo mis articulaciones empiezan a crujir. La presión aumenta y aumenta, pronto comenzarán a romperse todos mis huesos, y luego, en un mar de dolor, me asfixiará. Después ya no sentiré nada.
Un grito, la voz de una mujer. Su voz. El troll relaja su presa, algo le ha golpeado en la cabeza. Caigo al suelo, sin fuerzas para nada más que ver cómo Ellen, mi valiente Ellen, esa inocente y vulnerable chiquilla, luchaba por el hombre que amaba con el único concurso de unas tijeras. Buena chica, se las has hundido a modo de puñal en la espalda. Pero me temo que no es suficiente.
El tipo se olvida de mí. Tiene buenos motivos para hacerlo, no puedo ni mover un dedo mientras contemplo, con un pié en la pérdida de conciencia, cómo aquel maldito matón se lleva a la muchacha. Sus gritos son lo último que escucho antes de, al fin, desmayarme.
Lo siento, mi querido ángel, no he podido protegerte. Lo siento.
Te he fallado.

3 comentarios:

4nigami dijo...

¡¡¡¡Ayyyyyyyyyyy!!!! ¡¡¡¡Quiero la quinta parteEeEeEeE!!!! =P
Me mola me mola

Guauuuuuuuuu!!! Gran giro, sí señor!!! ¿Ves?¿Ves? A mí algo me fallaba con lso matones del callejón del bar xD


¡Besos!

Víctor Morata Cortado dijo...

Bestial, Javi. Me ha parecido genial de principio a fin. Creo que con este nuevo capítulo te has superado. Un once sobre diez te doy, una reverencia y un sinfín de aplausos. Bravo, colega. Te sigo leyendo.

4nigami dijo...

¡¡¡Alaaaaaaaaaaaaa!!! ¡¡Me acabo de fijar en que cambiaste la foto de tu perfil!! ¡jUjUjU! La verdad es que ya estaba tan acostumbrada a ver el dibujillo aquel que se me hace raro ver una foto real por así decirlo =P

Mira tú... ¿Ya la tenías cuando te firmé? Que despiste con patas soy... Aiix... xD

Me aqcabo de acordar de que a ver si te agrego al msn... Si cuando yo te digo que soy un despiste es que es verdad xDD

¡Besos!

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"