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Saludos una semana más, amigos visitantes.
Hace un tiempo que no publico ningún relato. Con tantos frentes abiertos (el trabajo para la revista, la nueva novela, otros relatos para proyectos de futuro...) mi creación de textos cortos se ha resentido un poco: el tiempo es escaso, y la inspiración está permanentemente dirigida hacia esos otros frentes abiertos, la mayoría de larga duración y casi total dedicación. Y aunque tengo montones de ideas en la cabeza, no veo el modo ni el momento de ponerlas en claro sobre la pantalla del ordenador.
Hoy os ofreceré uno de los últimos relatos que he escrito, y que recientemente ha sido publicado en "La Lluna en un Cove", una antología mensual de gran calidad orientada a la literatura en catalán/valenciano (que cada cual elija la definición correcta, no entro en valoraciones políticas que aborrezco), de la que ya hablé hace unos meses en este blog. Algunos de vosotros me comentasteis que sentíais no poder acceder al relato, ya que no conocíais la lengua catalano-valenciana. Así que os dejo aquí la versión en castellano de este relato de ciencia-ficción. Espero que os guste.
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INSTINTO DE SUPERVIVENCIA
JAVIER PELLICER
El apretón de manos con el director Ugarte no fue tan firme como Alfredo hubiese deseado, pero ese era el motivo por el cual había ido a Sistemas de Mejora de Vida.
—Bienvenido, señor Figueres. Espero que haya tenido un viaje agradable —le dijo el directivo al anciano.
—Lo habría sido sin estos malditos achaques.
—Eso cambiará pronto. Para eso ha venido, ¿no?
Alfredo asintió con desgana. El carácter amigable de Ugarte le exasperaba, su falsedad se percibía en la distancia. No había recorrido medio país para intercambiar obviedades con un estirado ejecutivo encargado de la atención a los clientes de su empresa.
Había ido a aquel lugar en busca de la vida eterna.
Alfredo tenía ciento veinticinco años, una edad más que respetable incluso entre la actual longevidad del ser humano. En el 2109, la esperanza de vida del hombre se había situado en los ciento veinte años. Las terapias genéticas de prevención, el exhaustivo control alimenticio y las severas normas medioambientales habían llevado a una mejora fulgurante en la calidad de vida de la sociedad. La raza humana había logrado erradicar demonios antiguos como la contaminación, las enfermedades hereditarias e incluso la superpoblación, gracias a las colonias establecidas en el Sistema Solar. Eran tiempos de gloria para la Tierra.
Pero existía una última lacra incapaz de ser suprimida: la muerte. La Fuente de la Eterna Juventud no existía, no había remedio para la degradación del cuerpo, aunque se había logrado contener el retroceso mental propio de las edades avanzadas. Este último adelanto había resultado ser una espada de doble filo, ya que los hombres llegaban a sus últimos días con plena conciencia de su inminente fallecimiento.
Hasta que Sistemas de Mejora de Vida, SMV, una multinacional de investigación biomecánica, había encontrado una solución parcial. Pero como toda empresa privada, SMV demandaba beneficios. Había cosas que no cambiaban. Por fortuna, de los quince mil millones de humanos repartidos por el Sistema Terrano —como se conocía al conjunto de la civilización terrestre—, sólo el diez por ciento vivían por debajo del umbral de la pobreza.
Ugarte condujo a Alfredo a las dependencias inferiores del complejo. Descendieron en el ascensor de gravedad reducida, capaz de alcanzar velocidades extraordinarias sin que sus pasajeros advirtieran el movimiento. Llegaron a la planta de transferencias, dividida en docenas de laboratorios. A Alfredo le habían designado el 7-R. En su interior, vio a un par de mujeres asistentes y a un operario. Todo estaba a punto.
Dirigió su mirada a las dos camas verticales en el centro de la sala. Una estaba vacía, él iba a ser su ocupante; la otra contenía un cuerpo cuya apariencia le hizo estremecerse.
Fue como verse en una vieja vídeo fotografía. Aquel cuerpo era de aspecto idéntico a cómo lo había sido él durante su juventud. Sencillamente no encontró fallo alguno.
—¿Qué le parece? —le preguntó Ugarte.
—Entiendo que su tarifa sea tan alta. Es como si estuviera viéndome a mí mismo —carraspeó el anciano.
—Como usted nos pidió, hemos recreado un síntec con la fisonomía que usted presentaba con treinta años.
Los síntec eran la clave para la tan deseada vida eterna. Aunque parecían humanos, no lo eran. A Alfredo le contaron que eran versiones sintéticas de seres humanos, réplicas perfectas del organismo de un individuo realizadas con materiales de nueva generación, resistentes al paso de los años. No estaban vivos pero, y ese era el quid de la cuestión, podían albergar vida.
El descubrimiento de la existencia del alma humana por parte del Premio Nobel Chandra Shastri significó un cambio radical para la sociedad en materia de teología y otros aspectos filosofales. Pero sus aplicaciones prácticas tardaron dos décadas en aparecer. Fueron los investigadores afiliados a SMV quienes descubrieron que el alma, como cualquier otra energía, podía trasladarse de un «contenedor» original a otro —extremo que durante siglos habían defendido los creyentes en la reencarnación—. Y entonces aparecieron en escena los síntec, los contenedores perfectos. No envejecían, no se deterioraban por causas naturales, y simulaban las funciones originales del organismo humano, como el procesamiento de alimentos, entre otros. Eran eternos.
—Le explicaré de nuevo el proceso, aunque ya lo hicimos antes de la firma del contrato —dijo Ugarte—. Durante el proceso que llamamos Transferencia, su psique esencial, o alma como vulgarmente se llama, será enviada al síntec que hemos preparado expresamente para usted. La Transferencia durará diez minutos, aunque el cambio de cuerpo propiamente dicho tendrá efecto en un tiempo no superior a los cinco segundos.
—Dice usted que no habrá diferencia alguna con un cuerpo de carne y hueso, ¿verdad? —quiso saber Alfredo.
—Así es. Su psique esencial no advertirá nada extraño. No existe posibilidad de rechazo ya que en lo que sería el cerebelo del síntec hemos implantado un emisor. En el momento de la Transferencia comenzará a producir una señal codificada en base a su código de ADN. Esto engaña a la psique esencial, que cree en todo momento que sigue en su cuerpo.
Alfredo volvió a asentir. Conocía a la perfección todos los detalles, pero era un hombre meticuloso que no quería dejar nada al azar. Cuando escuchó hablar por primera vez de la Transferencia no lo tomó en serio. Por aquel entonces aún era relativamente joven, la idea de la muerte era algo muy lejano en el tiempo, inalcanzable en apariencia. Pero los últimos cinco años habían sido una constante tortura. Su organismo se agotaba, podía percibirlo en los ahogos, en la debilidad de sus huesos a pesar de los reconstituyentes, en el agarrotamiento de sus músculos a pesar de las sesiones de masajes eléctricos. Nada era suficiente para apartar la certeza de que su cuerpo estaba apagándose.
Cuando los médicos le dijeron que no le quedaba más de medio año de vida, la picadura del miedo hizo mella en Alfredo. No quería marcharse de este mundo, aún no estaba cansado de la vida. Pensó que, con un cuerpo joven y fuerte, aún podría hacer muchas cosas: volvería a tomar las riendas de su negocio, ahora en manos de sus hijos; podría enamorarse de nuevo, vivir con plenitud una vez más...
Así fue cómo contactó con SMV y firmó un contrato de Transferencia. Le había costado la mitad de los ahorros de toda su vida, pero creyó que era un escaso precio para burlar a la muerte.
Las dos asistentes desvistieron a Alfredo y le pusieron una bata blanca, como la que vestía el síntec. Lo acomodaron en la camilla vacía, frente al hombre sintético. La sala quedó vacía, Ugarte observaba desde una habitación contigua, las asistentes y el operario desde una cabina aislada en la misma sala.
—Relájese, señor Figueres —le dijo el operario a través de un intercomunicador.
Era fácil decirlo, pero Alfredo no fue capaz de apartar los nervios. Tenía la sensación de que iba a desprenderse de algo muy valioso. Aunque estuviera caduco y decrépito, aquel era su cuerpo. No había conocido otro.
Un casco unido a unos cables bajó desde el techo y se asentó en la cabeza del anciano. Otro igual se acopló en el síntec. Alfredo tembló ante el contacto del metal, o tal vez fuera efecto del miedo. El zumbido se intensificó, sintió una leve carga energética vibrando en su interior. Su alma estaba comenzando a reaccionar. Comenzó a respirar entrecortadamente. Si no hubiera estado atado, habría saltado de la camilla. El instinto de supervivencia estaba luchando contra lo que creía un ataque.
De pronto, sintió una terrible convulsión, como si le desgarraran del espacio y el tiempo. Percibió que sólo era conciencia, y que estaba viajando a través de algo parecido a un túnel, hacia un nuevo destino. No cabía la resistencia, la fuerza que lo impulsaba era irresistible. Fue como viajar a través de una montaña rusa: velocidad, curvas tomadas a un ritmo endiablado, vaivenes, subidas y bajadas…
Aunque el alma de Alfredo lo vivió muy conscientemente, el proceso de Transferencia fue casi instantáneo. La psique esencial del anciano llegó entonces a un nuevo contenedor, donde encontró una sorpresa inesperada.
Algo bloqueaba su paso. Una barrera evitaba que la descarga de su alma en el cuerpo sintético fuera efectiva. Un muro… una presencia. Alfredo creyó desfallecer. Un asco inundó la forma incorpórea que era en esos instantes. No puede ser, ¡esto no estaba previsto!, se dijo.
El hombre sintético ya tenía alojada una psique esencial.
El síntec tenía alma.
Miedo, confusión, angustia… Alfredo sintió una amalgama de emociones que a punto estuvo de estropear la Transferencia. Pero el instinto de supervivencia, el mismo que había luchado por evitar el desmembramiento entre mente y cuerpo, se impuso a la moral. Ahora había dos almas luchando por un mismo contenedor. El perdedor debería conformarse con un cuerpo marchito, y afrontar la muerte.
Fue una lucha de voluntades, donde venció la experiencia de Alfredo. El alma del síntec era joven, aún no había sido endurecida por los varapalos de una vida longeva. Además, justo en ese momento el emisor del síntec comenzó a radiar la señal con su código genético, haciendo sentir al antiguo propietario que aquel ya no era su hogar.
Antes de tomar posesión de su nuevo cuerpo, Alfredo sintió cómo el alma del síntec se alojaba en su antiguo contenedor. Por su parte, se encarnó en el hombre sintético llevado por un sentimiento de lástima.
Alfredo abrió los ojos unos minutos después, tras la monitorización del operario. Se sentía fuerte, joven, vital. Pero lo que había vivido durante la Transferencia impedía que se sintiera cómodo.
Cuando las asistentes soltaron las ataduras, saltó hacia el encargado y lo tomó por el cuello, con la rabia marcada a cincel en su nuevo rostro. Un par de hombres de seguridad entraron en la sala junto a Ugarte. Redujeron a Alfredo, no sin apuros.
—¡Cálmese, señor Figueres! —dijo Ugarte— Es un ataque de ansiedad, algo común.
—¡Maldito hijo de puta! —gritó Alfredo— ¡Usted lo sabía, estoy seguro!
La expresión de Ugarte no transmitía, efectivamente, sorpresa alguna.
—¡Usted me dijo que ese cuerpo no estaba vivo! Pero yo sentí su alma, la misma que ahora está aprisionada en mi antiguo cuerpo.
—Tranquilícese y lo hablaremos —insistió el directivo—. Entiendo que esto le resulte odioso, incluso inhumano. Dios sabe que hemos tratado de evitarlo, pero ha resultado imposible. Cuando el método de Transferencia fue descubierto, surgió la inevitable pregunta de cómo podía llevarse a la práctica. Al principio, pensamos en utilizar clones vivos de los pacientes, pero la Comisión Ética Mundial lo prohibió. Como sabe, los clones son seres humanos y contienen un alma como cualquiera. Asesinar a un individuo, aunque éste hubiese sido creado ex profeso para un fin, iba en contra de todas las leyes éticas.
»Y entonces creamos el primer síntec. Su naturaleza totalmente artificial nos hizo creer que estábamos ante una evolución de los robots. Nunca imaginamos que contendrían un alma propia, y no lo descubrimos hasta que realizamos la primera Transferencia.
—Y decidieron mantenerlo en secreto —sentenció Alfredo—. Valientes bastardos.
—No nos juzgue tan severamente, señor Figueres. Si esto se supiera, imagínese el impacto social, por no hablar de las consecuencias laborales de los muchos empleados de nuestras plantas de producción de síntecs. Cada uno de estos seres artificiales da empleo a más de quinientas personas durante un año. La industria relacionada directa o indirectamente con los procesos de Transferencia mantiene a centenares de miles de familias.
—Y supongo que todo eso, y los millones que gana su empresa, vale más que unos cuantos asesinos.
—Si no está de acuerdo, señor Figueres, sólo tiene que someterse al proceso inverso a la Transferencia. Puede volver a su antiguo cuerpo.
—¿Y me permitirían algo así, sabiendo que luego los demandaría?
—Está en su contrato. Sin embargo, ambos sabemos que no va a hacerlo —dijo Ugarte, con una media sonrisa desdeñosa.
—¿Quiere probarme?
—Vamos, señor Figueres, no me tome por ingenuo. Además del enlace de clientes de SMV, soy psicólogo. Pero no hace falta serlo para ver que, como el resto de clientes de esta empresa, usted ha llegado aquí desesperado por burlar a la muerte. ¿Puede mirarme a los ojos y decirme sin pestañear que está dispuesto a arriesgar la juventud eterna por el alma de un desconocido?
—Lo… lo haré… —dijo con poca convicción.
—No, no lo hará, como no lo han hecho los clientes que le han precedido. ¿Y sabe por qué? Porque el hombre, antes que cualquier otra cosa, busca sobrevivir. A cualquier precio.
Alfredo se negó a reconocerlo. Pero al mirarse las manos, tan jóvenes y firmes, tan perfectas, supo que Ugarte tenía razón. No podía renunciar a la nueva vida que había encontrado.
—Sabia elección —concluyó el directivo.
El nuevo Alfredo se marchó sin mirar su antiguo cuerpo, donde yacía un alma inocente que pronto expiraría. Un alma por otra. Alfredo se instó a cuidar con esmero su cuerpo sintético. Si fallaba, si moría, ya sabía a qué lugar iría su alma.
El Infierno estaría esperándole durante toda la eternidad.
6 comentarios:
Me ha gustado mucho la historia. Realmente hace reflexionar sobre el “precio” de nuestros más inalcanzables anhelos. También me ha gustado el juego moral que entraña. Me alegro que nos la hayas hecho llegar para los que no entendemos valenciano (y mira que tengo delito porque mi familia paterna es de Xàtiva).
Un beso, Javier.
Ante todo, Javier, quiero felicitarte, he leído varios cuentos tuyos, pero este en especial me ha gustado mucho. El tema de la inmortalidad es apasionante, y como dices, algo tópico, sin embargo lograste darle un giro diferente. Además de muy bien escrito, “Instinto de supervivencia” encara el problema de la ética. No tanto de los generadores de “sintecs” sino del sujeto dispuesto a ocupar un cuerpo de esos, en este caso Figueres, un hombre de 125 años, que lleva una carga de experiencia fortalecida por el tiempo, y cuya alma al final vence al alma imberbe.
Diálogos magníficos, y detalles muy cuidados, estás hecho un maestro, amigo, has dado un gran salto en tu calidad narrativa.
Fue un placer leerte.
Besos,
Blanca
Muchas gracias, Blanca. Tus palabras me llegan al alma, sobre todo viniendo de una profesional como tú.
Es cierto, la ética es la verdadera protagonista del relato: por parte de los creadores de sintec, capaces de esconder su pecado a cambio de no perder su negocio (y esto se puede trasladar a muchos ámbitos de nuestra sociedad, por desgracia), y por parte de Figueres, el protagonista, que aunque aborrece su decisión, prima por encima su instinto de supervivencia. Fíjate que al final yo excusaría al segundo, al fin y al cabo lucha por su supervivencia; pero los primeros son como los camellos que venden droga: no les importa el mal que hacen, sólo sacar tajada. Esa es la cara oscura de nuestra naturaleza.
Muchos besos, amiga.
Muy bueno este relato de ciencia ficción,Javier.
¡Felicidades!!Y que continues logrando muchos éxitos como escritor.
Un saludo.
Naty
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