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Alcander, de Luisa Fernández

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viernes, 24 de julio de 2009

El Heredero de la Luz (conclusión)

Aquí os dejo la conclusión de "El Heredero de la Luz". Espero vuestras impresiones.
Por mi parte, a pocos días de las (deseadísimas) vacaciones de verano, me encuentro igualmente cerca de concluir la primera corrección a fondo de mi novela "La Tercera Generación". Pronto colgaré por aquí algún capítulo para que me ayudéis con vuestras opiniones.
Un saludo y felices vacaciones a quienes ya estéis disfrutándolas. No os olvidéis de leer mucho.

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Henchido de furia, Elphien atravesó los Valles Venenosos y cruzó el pantano de Ogardh. Marchando siempre hacia el norte, llegó a Ulmorian, donde el Rey Cillarnar, Señor de los Trolls Rugientes, gobernaba desde el Salón de las Angustias, en la Montaña de la Soledad. Era aquel un lugar maldito por donde ni siquiera los Itari podían caminar sin peligro. Pero Elphien, como ya se ha dicho, no temía a enemigo alguno, y con el poder de La Luz en su mano, el joven dios no conocía rival. Pocos fueron los enemigos que osaron enfrentarse al poder combinado del Hijo de Inaer y Solussan.
Sin embargo, cuando Elphien llegó a las puertas del palacio dorado donde moraba Cillarnar, allá en lo alto de la montaña, encontró quienes se le opusieron. Los tres hijos del maléfico rey, Kogar, Rogar, y Vogar —feos, malolientes y terriblemente malvados—, trataron de cerrarle el paso. Eran gigantes de pieles sarnosas, verrugosas y correosas, y por ello impenetrables como férreas corazas de batalla. Sus brazos y piernas eran tal que gruesos troncos de árboles, y poseían la fuerza de mil hombres. Incluso los más valerosos guerreros Itari tenían en consideración el poder de aquellos monstruos.
—Una vez ya nos burlaste, insignificante diosecillo —gritó Vogar—. Pero esta vez tus tretas te serán en balde. No escaparás de nuestras garrochas.
—Una y mil veces lograría escapar de bestias tan estúpidas como vosotros —replicó Elphien—. Pero hoy no tengo tiempo para juegos de niños. Hoy os enfrentaré y venceré.
Los dos gigantes se abalanzaron sobre el joven. Elphien se mantuvo firme en posición y propósito. Como respuesta al ataque de los Trolls, blandió La Luz en alto y descargó todo su poder en un grandioso estallido. El fogonazo fue tal que los monstruos quedaron de repente, y ya para siempre, ciegos a toda visión del mundo. Lentos y torpes, y gimoteando cual niños, trastabillaron entre ellos y cayeron al suelo, donde quedaron postrados, llorando ante su desgracia.
—¿Cómo atraparemos ahora nuestras presas, si no nos es dado el poder usar los ojos? —sollozó Rogar.
—¡Moriremos de inanición! —se lamentó Kogar— ¡Qué aciago destino el nuestro!
—¡Merecido es vuestro castigo, viles! ¡Desgracia es cuanto recibiréis todos aquellos que sirváis al mal! —clamó Elphien, y allí dejó a los dos gigantes, hundiéndose en su propia miseria.
Llegó el joven al fin al Salón de las Angustias, tras derrotar a toda la guardia real de Cillarnar. Al contemplar el poder de La Luz en la decidida mano del Hijo de Inaer, el innoble rey se postró a sus pies, aterrorizado, y se rindió.
—¡Mi Señor Elphien, al que ahora reconozco, dejadme que os explique!— gimió— ¡Quizás fueran mis hombres quienes raptaran a vuestra preciada Amarah, pero tal idea nació de la oscura alma de Sireya, la Diosa Árbol de la Decadencia! ¡Me prometió ser igual en virtud a los Itari!
—¡Vulgar ladrón sin corazón, que traficas con la vida de otros para conseguir lo que no te pertenece! —Elphien tuvo que contener su ira, porque de buena gana hubiese castigado allí mismo al cobarde— ¡Dime dónde puedo encontrar a Sireya o pronto serás pasto de los gusanos!
—¿Dónde sino en Kor, el Reino de los Decrépitos? Me dijo que estabas invitado a acudir y luchar por el alma de Amarah.
Y fue entonces cuando Elphien recordó el vaticinio de los Grajos del Destino. Porque era bien sabido que a los dominios de Sireya sólo pueden acceder aquellos cuya vida ha expirado. Allí, son tentados por la Diosa, y sólo quienes resisten logran abandonar el lugar y continuar en el Viaje Sin Final.
—Así pues, la profecía se cumple. Debo morir para salvar a Amarah y ser digno de La Luz, ahora lo entiendo. Qué néctar tan amargo el que tendré que saborear, mas no retrocederé cuando es la vida de aquella a quien tanto amo la que debo salvar.
Decidido, y ya sin dudas, Elphien tomó su daga de caza y, sin siquiera parpadear, la hundió en su pecho.
***
Así fue como murió Elphien, y fue un sacrificio por amor. Y cuando abrió de nuevo los ojos, no estaba en la bella y fructífera Solossëan, sino en la desolada Kor, un desierto donde se respiraba la podredumbre y se sentía el frío tiritar del miedo. Las almas de los condenados, mortales e incluso dioses, todos ellos aprisionados por su debilidad, vagaban sin rumbo, perdidos en la no existencia. Eran como viento, frágiles, aunque jamás desaparecían, jamás dejaban de sentir frío y miedo.
Pero el espíritu de Elphien era fuerte, y aunque con el tiempo tal vez hubiese sucumbido, portaba con él a La Luz que, bendita por la fuerza de Inaer, lo protegía.



—Cuanto tiempo he esperado tu llegada, bello Hijo de Inaer.
La voz era sibilante, suave pero cautivadora como la de una serpiente. Elphien vio ante él a una mujer que yacía en un pedestal, quieta, dormida. Su luz, aun en aquel intervalo en que no permanecía ni viva ni muerta, era blanca, apaciguaba los corazones y daba calor en un reino en el que sólo existía la falta de éste. Elphien palideció al ver a la hermosa Amarah tan quieta, pues siempre la había visto danzando y riendo. El alma le lloró mares, pues la recordaba en aquellos días en que ambos jugaban de niños, en los Bosques de Allorea, donde siempre era primavera y jamás invierno. Desde entonces ambos se amaron, y allí, bajo las protectoras ramas de los antiguos sauces, se prometieron desposarse llegada la hora.
Pero he aquí que tras el cuerpo petrificado de Amarah había otra criatura. Parecía un árbol gris aunque lustroso, pero tenía formas de mujer. Había algo similar a la belleza en el rostro esculpido en la madera. No obstante, era una lindeza oscura y fría, como una terrible noche invernal repleta de pesadillas, una promesa siempre incumplida de calor.
—Devuélvela a la vida, Sireya, o sufre mi ira —amenazó Elphien.
—¡Ah, qué valor el tuyo! ¡El ardor de tu corazón es mi deseo, Hijo Preferido!
—¿Por qué has osado arrebatar una vida que no te correspondía tomar? —exigió saber el joven inmortal.
—Ciertamente por el mismo motivo que tú has llegado tan lejos. Por amor. Sí, mi señor Elphien, bien escuchas —dijo Sireya, ante el asombro del joven—. Yo la Diosa Árbol, amo y deseo al Hijo Preferido de Inaer. Y como todo cuanto quiero, te conseguiré. Ésta y no otra es mi oferta. Permanece conmigo como mi consorte, transfórmate en Dios Árbol, y ella quedará libre.
Grande era el precio, y poco le agradaba dicho trato al joven. Pero Elphien no dudó, pues estaba dispuesto a pagar cualquier precio por la salvación de su amada. Se arrodilló frente a Sireya, se postró cual vasallo, tragándose sus prejuicios. No podía existir mayor sacrificio para un Itari inmortal que renunciar a su orgullo.
—Seré tu consorte, Sireya, si con ello salvo la vida de Amarah. Pero no pidas la posesión de mi corazón, ya que éste será siempre de aquella a la que en verdad amo.
Sireya sonrió, pues su vil estratagema había surtido efecto. Pero he aquí que en contra de lo que había creído, aquel acuerdo no le satisfizo. Deseaba ser desposada por Elphin, pero no ansiaba un esclavo, sino un amante marido. ¿Qué sentido tenía para Ella un alma esclavizada más, con tantas como poseía?
—Maldito seas, Dios Protector, pues aun sin pretenderlo has conseguido derrotarme. No puedo tomarte como esposo a la fuerza, pues ello no significaría nada para mí. Te deseo en espíritu, quiero que tu entrega tenga un significado. Nada más será de mi agrado —rugió Sireya—. ¡Rápido, vete de este Reino! ¡Llévate a tu amada contigo! Hoy me has inflingido una herida que no creí posible recibir.
Elphien tomó en sus poderosos brazos el agraciado cuerpo de Amarah, y marchó de aquel lugar de frío y horrores. Gracias a La Luz, que había servido de enlace entre el cuerpo y el alma, el Hijo de Inaer volvió a ser uno, carne y espíritu. Y cuando despertó, junto a él yacía la bella Amarah, a quien ya irremediablemente estaba unido en espíritu.
—¡Oh, mi señor Elphien! ¡Tanto como has afrontado por salvarme…!
—Ningún riesgo, mi hermosa dama, es demasiado grande si se trata de luchar por la diosa a la que amo, la más bella, La De Los Cabellos Dorados.
Aquel fue un día feliz en Solossëa. Pues cuando Elphien volvió a los palacios de Inaer, acompañado de Amarah, hubo alborozo y alegría. Allí mismo, el Padre de Todos Los Hijos ofició la entrega de Solussan a su dueño legítimo, Elphien, Protector de Methlath, Portador de la Lanza.
—No podías ser digno de La Luz sin antes haber aprendido la lección más importante, la del sacrificio absoluto por el amor —le dijo el padre al hijo—. Ahora ya eres un digno ejemplo para los mortales, por quienes lucharás hasta el día de la Última Venida.
—Me inclino ante tu sabiduría, Padre.
Y allí mismo se anunció el compromiso del recién agasajado y la Diosa del Esplendor, la siempre reluciente Amarah. Elphien alzó La Luz, y rugieron los cielos con el retumbar de mil truenos, y una vigorosa pero agradable lluvia bañó Solossëan y Methlath, y hubo esplendor en los cielos y en la tierra.
Así termina la historia de cómo Elphien se convirtió en merecedor de La Luz, y campeón de los Hombres de Methlath. Su valor y su fuerza fue un faro, y de Él aprendieron los mortales a luchar, a nunca retroceder.
A nunca rendirse.


©2008 Javier Pellicer Moscardó
Imagen: fotomontaje del autor

NOTA DEL AUTOR: Recordad que también podéis leer este relato en el blog de Cristina Puig, El Puente de la Fantasía

5 comentarios:

Blanca Miosi dijo...

¡Dios santo! ¡qué derroche de imaginación! sólo los nombres merecen un premio aparte!, Javier, no he leído los anteriores capítulos, pero este es espléndido, muy visual, y con un profundo mensaje.

Besos!
Blanca

Víctor Morata Cortado dijo...

Estoy de acuerdo con Blanca. Bravo, por la conclusión y por la corrección. A mi me gustó tal cual tu novela, pero no me cabe duda que las correcciones le habrán dado el pulido para que quede como una gran obra. Un fuerte abrazo, amigo.

g.l.r. dijo...

Felicidades, Javier. El relato me ha gustado mucho, es un derroche de imaginación y de fantasía. Te admiro por lo que consigues, porque el género fantástico me resulta realmente difícil. Me parece que es muy complicado hacer algo bueno, válido para todos, sin caer en una narración pesada, insustancial o pueril, pero tú consigues crear un mundo imaginario muy atractivo, plagado de giros y sospresas.
Lo único que -si me permites-, me chirría un poco, es la excesiva profusión de hechos relatados a un ritmo demasiado trepidante. Quizás incluyas demasiadas cosas y termines pasando por ellas de puntillas, sin profundizar lo suficiente.
No sé, quizás lo que no me guste es que, de ese modo, me niegas la posibilidad de seguir disfutando con el relato. Quizás lo que pida sea una narración más extensa, donde te puedas explayar y, de esa forma, hacernos disfrutar a todos.

Perdona, de todos modos, el atrevimiento del consejo.
Un abrazo, y felicidades de nuevo.

Javier Pellicer dijo...

-Blanca: Vaya, gracias. Tu expresividad, me ha hecho sonreír. Gracias por el comentario, siempre es un placer y un honor tenerte por el blog.
-Víctor: También gracias a ti, amigo. Yo pensaba como tú, "La Tercera Generación" me gustaba tal cual, pero la verdad es que mientras hacía la corrección me daba cuenta de los muchos errores, algunos de gravedad, sobre todo en materia de estilo. Me puso sobre aviso el informe de lectura de una agencia literaria, y me abrieron definitivamente los ojos los sabios consejos de una persona más experimentada. Ahora quiero darle un retoque a algunos puntos en concreto. Y supongo que, con el tiempo, habrá nuevas revisiones. Ya sabes, la perfección no existe, y menos en nosotros, que estamos aprendiendo.
-g.l.r: ¡Buen comentario! Me encanta que la gente exponga lo que no le gusta. Sé que todas las obras son mejorables, y ahí intervienen los comentarios sinceros como el tuyo. Hablas del ritmo demasiado trepidante para los hechos relatados. Cierto, esta historia podría haber dado para toda una novela. Sintetizarla en un relato tiene estas cosas. Creo que esa debilidad me viene debido a que mi especialidad son las novelas largas. Me siento más cómodo con textos mucho más extensos. En cambio, mi buen colega Víctor Morata es un maestro con los relatos. Domina a las mil maravillas el tempo de las narraciones cortas. Mil gracias por tu apunte, g.l.r.

Cristina Roswell dijo...

¡Enhorabuena! Has recibido el Premio Blog de Oro en:

http://cristinaroswell.blogspot.com/

Felicidades :)

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"