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Alcander, de Luisa Fernández

Ya está aquí... Legados

sábado, 13 de septiembre de 2008

La ciudad de los monstruos (II)

Segunda parte de este relato largo. Disculpad por la espera, demasiadas cosas para tan poco tiempo. Espero que lo disfrutéis.



***

Reiker’s Hole no ha cambiado nada en aquellos catorce años, al menos en aspecto sigue siendo aquel tugurio inmundo y sin embargo con un particular encanto. Obviamente, sus bailarinas ya no son las mismas, habían sido renovadas por otras más jóvenes, más atractivas… y en algunos casos más predispuestas a según qué negocios.
Sin embargo, el local, embutido en un sucio callejón del aún más sórdido Hogar del Diablo- el peor de los barrios de la ciudad, que no es decir poco-, sigue igual, o al menos a mí me lo parece: una cueva oscura, cargada con el sofocante olor a tabaco y otras especias; un rincón de la ciudad en donde encontrar perdedores de la más variada calaña, con el suelo manchado por igual con la sangre de las peleas, la bebida derramada, los escupitajos, las colillas y el vómito de los que han mamado demasiado. La pista central sigue siendo la misma, no muy grande, con la habitual barra vertical que sirve a las bailarinas para hacer sus números calientes. Un buen puñado de sillas dan la vuelta al entablado, todas ocupadas por ávidos mirones, borrachos unos, simplemente calenturientos otros. Una despampanante pelirroja de curvas peligrosas y pechos al descubierto se mueve al son serpenteante de una melodía excitantemente absorbente. Su ritmo es irresistible, su cintura danza en un erótico y sugerente vaivén que hipnotiza a todos los presentes, consiguiendo que para éstos no exista más que aquella deseable diosa del baile.
Al entrar en el bar inhalo fuerte, absorbo el que otros considerarían un odioso hedor, y luego me dirijo a la barra. No hay muchos allí sentados, y los pocos que sí están igualmente ensimismados con Cycy, como descubrí más tarde que se llamaba la belleza del escenario.
Me siento sobre uno de los taburetes, pero a diferencia del resto me desentiendo del espectáculo. Y no porque no me guste éste- tras tantos años entre rejas, qué hombre no quedaría cautivado por una bailarina de streaptease-, sino más bien todo lo contrario, porque me gusta demasiado. Después del asunto de la zorra de Stockell, no estoy dispuesto a caer en la tentación de ser engañado por otra “profesional”.
Como si pudiera controlarlo.
La camarera que me atiende bien podría haber sido de ese tipo de mujeres, es más, habría sido lo habitual. En aquel barrio, prostituta y camarera son términos sinónimos en la mayoría de las ocasiones. Sin embargo me basta un vistazo para comprobar que no estoy ante la típica buscona con ganas de un sueldo extra.
-¿Qué te pongo, amigo?
Su voz aniñada está tan fuera de lugar en aquel sitio oscuro como su aspecto. Le calculo diecisiete años, dieciocho como mucho, pues aunque ya con evidentes formas de mujer- atractiva, aunque sin llegar a la acostumbrada exhuberancia de las bailarinas-, sus ojos aún brillan inocentes, tanto como podía serlo alguien en aquella basura de ciudad, en aquel hediondo barrio y en aquel tugurio de mala muerte. Su cabellera castaña enmarca unos rasgos delicados aún suaves y dulces, aún no embrutecidos por la dureza de la vida. No cabe negar que es hermosa, pero más bien como una tierna flor creciendo en un campo de malas hierbas.
Una rareza, sin duda.
Me observa fijamente, la azulada mirada directamente en mis ojos, otro rasgo propio que nunca había visto en otras mujeres del gremio- sólo las putas de más caché, las más seguras de ellas mismas, se permitirían el lujo de mirar a un posible cliente a los ojos-. Una azulada mirada que bien podría animar al ánimo del más vapuleado.
-Una cerveza…- le respondo yo.
Me sonríe medio pícaramente, y un instante después ya tengo el botellín frente a mí. Saboreo el primer trago como si en realidad fuera el último… Después de tantos años sin probar una sola gota de alcohol, aquella cerveza se me antoja el paraíso. Sé que no debería, que volver a beber no es una buena idea, pero qué cojones. Me digo que me merezco el gustazo. Mañana será otro día.
Y mientras, la joven no deja de observarme.
-Déjame que lo adivine… acabas de salir de la trena- no lo pregunta, lo afirma con seguridad.
-¿Tanto se me nota?- digo yo.
-Bueno, no te he visto nunca por aquí antes, así que tenía sólo dos opciones, forastero o ex-convicto- razona ella-. Si fueras forastero no te habrías adentrado en este tugurio tú solo, ni te sentirías tan complacido de saborear una cerveza barata. Así que la deducción era clara.
Me permito el lujo de sonreír. Al igual que la propia cerveza, la primera sonrisa en años.
-O tú muy inteligente- le comento.
-Gracias por el cumplido- ríe ella.
-Bien, ya que estamos jugando a las deducciones, te diré cuales son las mías en cuanto a ti- decido lanzarme al juego sin apenas considerarlo-. Eres una estudiante que se gana unos billetes trabajando como camarera, y sólo como camarera.
Ella entiende a la perfección.
-Has acertado. El primer año de universidad es el más chungo…
Dieciocho años, entonces.
-Lo suponía, pareces fuera de lugar en este bar…
-¿En qué sentido?- y me mira simulando algo parecido a enojo, pero a la vez conteniendo una sonrisa- ¿No me crees capaz de hacer lo que hace Cycy?
-No he dicho eso. Sencillamente es que eso que ella hace es un papel, un artificio. Tú en cambio rebosas naturalidad.
Se echa a reír sonoramente, un sonido que, de nuevo, consigue que los labios de mi fea cara se curven hacia arriba.
-Por aquí nunca me han faltado los piropos, la mayoría groseros. Sin embargo, eso es lo más bonito que me han dicho nunca. ¿Cómo te llamas, vaquero?- me pregunta entonces.
Estoy a punto de responderle como lo hago con todo el mundo… “Wingarth”. Pero en el último instante un impulso me hace cambiar de idea.
-Gregg.
-Pues encantada, Gregg- y situa una nueva cerveza al alcance de mi mano-. A esta invito yo.
Y se gira, y se marcha para atender a otro cliente que la demanda. Pero antes, vuelve la cabeza y, guiñándome un ojo, me habla.
-Por cierto, yo soy Ellen.
***
A partir de ese momento, entre uno y otro cliente, Ellen, por algún motivo que no llego a comprender, decide dedicarme más tiempo que a cualquier otro. Charlamos, de cosas banales, nos reímos. Me siento reacio a marcharme, así que pienso en quedarme hasta que el local cierre las puertas.
En un momento dado, mientras Ellen atiende a uno de los muchos borrachos apoltronados en la barra, advierto por el rabillo del ojo a tres tipos fornidos que acaban de entrar al local. Los veo sentarse en el reservado que hay justo al lado de la puerta, el lugar perfecto para observar la barra. Aunque no estoy seguro de que sus miradas me busquen- hay poca luz, y no puedo verles los ojos-, su aspecto es tan delator que ni lo dudo. Llevan escrita en la frente la palabra “matón”, y sospecho para quien trabajan.
Así que Stockell no ha perdido el tiempo, me digo para mis adentros. El mismo día en que sueltan a quien se jodió a su fulana pone en marcha a sus perros para que culminen la venganza de una vez por todas.
Sea. Les daré el placer.
O me lo daré a mí mismo.
Le digo a Ellen que voy a mear a la calle. Me susurra al oído, muy cariñosa, que no tarde, que al menos conmigo puede tener una conversación entretenida y que no derive en un “vamos a follar tú y yo”. Le prometo que en menos de cinco minutos estaré de nuevo en la barra.
Me levanto y camino hasta la puerta. Sigo sin verles los ojos, pero advierto que los tipos vuelven la cabeza hacia mí. Abro la puerta y salgo, pero antes de hacerlo veo de pasada que sólo dos de ellos se levantan. Aquello me extraña, pero decido seguir adelante. Llego hasta un cercano contenedor lleno hasta los topes de basura, y en el rincón que forma con el muro me la saco y meo.
Aun no he llegado a la mitad de la meada y ya los dos tipos están a mis espaldas. No me inmuto, sigo con lo que estoy haciendo, pero a la vez les hablo.
-Os envía Stockell… ¿no?
-Vaya, que listo eres…- dice uno con cara de rata y cuerpo de oso.
No necesito saber más, entre otras cosas porque si me lo han dicho es por un solo motivo: estoy en su lista negra. Antes de que continúe la frase, me la sacudo y la guardo. En un movimiento fugaz, inesperado para ambos tipos, giro sobre mis talones. No llevo pistola o navaja, nada. Pero eso no me importa lo más mínimo.
El monstruo no necesita armas para cargarse a dos capullos como aquellos.
A uno le doy un brutal puñetazo en el estómago- al menos corpulento de los dos-, y lo dejo momentáneamente fuera de combate. El otro trata de reaccionar, pero no sabe que se las está viendo con un tipo que ha aprendido a sobrevivir en un lugar como la cárcel con el único concurso de sus manos, un lugar donde uno tiene que ser rápido, impasible y con los reflejos siempre afinados.
Así, me adelanto a su navajazo dándole con el codo en el rostro. Le rompo la nariz- ¡Ah, que bien suena su tabique nasal al crujir!-, al instante un estallido de sangre brota de ésta.
Pero ya tengo al otro encima otra vez. Sin problema. Una fuerte patada en la espinilla, con su consecuente reventar de huesos, me bastan para dejarlo retorciéndose de dolor en el suelo. Al otro lo cojo de la cabeza y lo estampo contra el contenedor. Cae a plomo, totalmente inconsciente.
Debo decir que me ha gustado. Sienta bien romperle la crisma a esta gentuza, con ellos uno puede despacharse a gusto sin tener remordimientos de ningún tipo. Son la mejor de las terapias contra la ira contenida. Y eso que he controlado al monstruo.
Me enciendo un cigarro y espero un momento, no mucho. Al poco sale desde el garito el tercer individuo, lógicamente alarmado al comprobar que sus compañeros no regresaban al interior del bar. Lo cojo por sorpresa- a estas alturas poco me importa ya atacar por la espalda-, saltando desde la oscuridad del rincón donde he meado. Dos derechazos lo dejan aturdido, y yo aprovecho para darle mi mensaje.
-Dile a Stockell que esto es lo que haré a cada uno de los capullos que envíe a matar a Gregg Wingarth.
-P-pero… nosotros…
No le dejo hablar más. Un nuevo impacto de mi puño lo deja tan inerte como sus compañeros.
Contemplo mi obra, me atuso la gabardina y vuelvo al bar.
Como si nada.

(Continuará)

5 comentarios:

4nigami dijo...

¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! ¡¡¡Teadoroteadoroteadorooooo!!! ¿Ellen? ¡¡Ah!! ¡¡Me encanta ese nombre desde que leí los Pilares de la Tierra!! =D Es mi personaje favorito de hecho (junto con Jack, claro está =D)
Me gustó muchísimo el relato y ya tengo ganas de leer el siguiente capítulo =P
Me da la sensación de que el último tipo al que le arreó Gregg no era malo... jum... Ya se verá ;)

Ya actualicé mi blog =)

¡¡Besazos!!

4nigami dijo...

Bueeeeeeeeno.. aunque frío frío.. por lo menos pensé algo xDD

Así qeu si frío frío..







AHHHHHHHHHHHHHHHHHHh!!!! Quiero leer el próximoooo!!! >.<"




Sí... realmente Galicia tienes lugares bastante celtas, como dices tú... es una gozada =D Estoy segura de que te gustaría mucho ;)


Besazos!!

Ana Vázquez dijo...

Qué interesante está esta parte, mucha emoción, espero a ver cómo le cuentas la historia a la chica o si se la cuentas jeje, el ambiente está muy bien y la descripción un 10!

Un beso, sigue así, espero la próxima parte porqe esta hasta se me ha hecho corta. CUÍDATE!

Ana Vázquez dijo...

Gracias por hacerme escuchar Rebel heart otra vez, hacía mucho que no lo hacía, me encanta!!!

Lyra06 dijo...

AÚN no lo he leído. Acabo de volver al mundo blog. He decidido que el 1 de octubre vuelvo a publicar. Mientras, entre clases y tal, me dedicaré a hacer borradores para cuando no haya tiempo para escribir y a acondicionar el blog (Black Is The Colour). Cuando eso este hecho, volvemos a leernos. Un besazo.

Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"