Lo prometido es deuda. Luego de un par de semanas sin actividad, al fin cuelgo mi relato premiado en el I Certamen Cryptshow de Relato Fantástico, como alguno de vosotros me pedísteis. Espero que lo disfrutéis.
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Rodrigo había sido bibliotecario durante toda su vida, mucho tiempo, contando a sus espaldas con sesenta y cuatro años de edad.
No conocía otra profesión, y jamás la había deseado, pues desde niño poco más hubo que los libros. De carácter introvertido, Rodrigo había encontrado cuantos amigos necesitó en los volúmenes que su tío amontonaba en la pequeña librería que había erigido de la nada, en plena dictadura. Cierto era que sólo exponía aquellos libros que los censores del franquismo habían previamente aceptado como “no hirientes para con el Régimen”: obras de apoyo al Generalísimo, aventurillas de piratas y novelas románticas sin ápice de sexo explícito.
Sin embargo, el tío Jacinto tenía un secreto.
Muy pocos clientes conocieron la que el librero dio en llamar “La Sala Prohibida”. Rodrigo sí, y fue ese uno de los motivos porque quisiera a su tío tanto o más incluso que a su propio padre. En el sótano del edificio, el por entonces joven muchacho pudo disfrutar de las obras de autores que el Régimen ni por asomo permitía- la mayoría exiliados en Francia o Sudamérica, y cuyas historias llegaban a España clandestinamente-, y otros libros de carácter más transgresor, o simplemente inadecuado.
Así fue como creció Rodrigo, y siendo de tal modo no pudo elegir otra profesión que la de bibliotecario. Desde los veinte años pasó por multitud de centros, todos ellos simples bibliotecas de barrio, pues las prefería a los grandes museos. Acaso tenían más personalidad, eran lugares más íntimos donde podía observarse a verdaderos lectores apasionados. De todos ellos, siempre fueron sus favoritos los niños, con su capacidad casi infinita para abrir sus mentes y corazones a mundos, aventuras y personajes más allá de la imaginación común.
Los tiempos cambiaron, por supuesto, y los niños fueron interesándose cada vez menos por los libros y más por las videoconsolas, la televisión y otras comodidades de la sociedad actual. En consecuencia, ahora las bibliotecas se llenaban sólo de estudiantes y, como mucho, de verdaderos apasionados de la lectura.
Pero ninguno como el propio Rodrigo. Para el anciano no existía un mal libro. Odiaba especialmente a los pomposos críticos literarios que constantemente atacaban a según qué obras y según qué autores. Los odiaba, porque despreciaban el sincero y esforzado trabajo de quienes, para él, eran verdaderos héroes: los escritores, no importaba de qué género. Humor, ciencia-ficción, drama, fantasía, denuncia social, thriller… Todos eran válidos, todos los autores eran enconados creadores de historias que llenaban su corazón tanto como el de otros. En según qué eras habían sido no sólo admirados, sino ensalzados casi como reyes, y su influencia había llegado a dichos monarcas. Los bardos, juglares y trovadores de antaño gozaron de la reputación que bien merecían, no había pueblo de la Edad Media que no los recibiera con agrado y quien no deseara escuchar sus historias a la vera de una hoguera. A Rodrigo le hubiera encantado vivir en aquella época.
Tanta era su admiración por los escritores que para Rodrigo eran héroes por el mismo motivo que lo habían sido aquellos campeones de la Grecia clásica: porque representaban lo inalcanzable. Él era un devorador de historias, precisamente porque era muy consciente de que no tenía talento para escribir. Él no estaba hecho para imaginar, estaba hecho para vivir las historias que otros imaginaban.
-Bueno, en el mundo tienen que existir los lectores para que haya también escritores- solía decirse a sí mismo a menudo, para aceptar su incapacidad como creador.
Sí, Rodrigo vivía por y para los libros. Eran su verdadero amor, tanto que jamás encontró una mujer que comprendiera su pasión, y por ello quedo en soledad durante toda su vida. Bueno, sólo no, él jamás se sintió así. Tenía a su lado a Sherlock Holmes, al profesor Van Helsing, a Frodo Bolsón; el caballero Don Quijote, Cyrano De Bergerac, el Capitán Nemo… tantos y tantos compañeros fieles, todos incapaces de traicionarle. Bien podía decirse que no había en este mundo nadie que amase la literatura como Rodrigo.
Pero los días actuales se habían tornado tristes, apagados, y pronto serían peor. Cuando la mayoría de gente afrontaba la jubilación como el merecido descanso a toda una vida de trabajo, para Rodrigo era un castigo a un mal no cometido. El hombre cumplía los sesenta y cinco en apenas tres semanas, edad largamente temida, pues fuera de su biblioteca, un humilde centro en el barrio madrileño de Chueca, en el que había permanecido los últimos quince años, no tenía más vida.
Se sentía como un preso a cadena perpetua al que, después de décadas acostumbrándose a vivir entre cuatro paredes, sin salir jamás de tal límite, de repente le dieran una libertad que, en el fondo, no deseaba.
Nada había esperándolo más allá de la biblioteca. No tenía amigos entre la gente, aunque era de trato agradable en especial con los niños- excepto cuando alguien devolvía un libro en mal estado, momento en el que Rodrigo podía llegar a perder los nervios-. Sin embargo, siempre había amado más a los libros que a las personas, y había huido de una excesiva proximidad con cualquier individuo- entre quienes acudían al recinto, era conocido como el Bibliotecario Loco, un apodo que a Rodrigo le pareció siempre poco original y falto de imaginación-, llegando al extremo de que sus escasas experiencias con mujeres se habían delimitado a un par de encuentros al año con prostitutas, y más por desahogarse que por verdadero interés.
Ahora, el pensar que pronto ya no pasearía constantemente por entre las estanterías, le producía un intenso ahogo y un dolor sordo en el pecho. Rodrigo sabía que no podría sobrevivir sin la biblioteca.
Y como no podía hacer mucho por luchar contra el tiempo- ¡Cuánto hubiese deseado poder ser eternamente joven como Dorian Grey!-, decidió disfrutar de aquellos últimos días con cuanta intensidad fuera capaz. Ya antes abandonaba la biblioteca mucho después de que ésta cerrara al público, pero a partir de entonces decidió que no la dejaría hasta el último minuto. Pasó las noches enfebrecido en sus libros- siempre había ejemplares nuevos, y cuando no era así, no le importaba releer los volúmenes que ya conocía de memoria-, y no salió más que para ir comprar algún bocadillo, o para ir a casa a adecentar su higiene y su aspecto.
Fue una de esas noches. Debían ser pasadas las doce, Rodrigo devoraba con su rápida lectura las frases, párrafos y páginas de la primera novela de un joven escritor recién aparecido en escena, un valenciano versado en el género de la fantasía épica. Entre batallas y duelos de caballeros, demonios, elfos y enanos, Rodrigo no era consciente de nada más que la historia.
De repente, algo le hizo levantar la cabeza y apartar la mirada de las letras del libro. No era muy común que algo así ocurriera, pues cuando Rodrigo comenzaba un relato, raras veces lo dejaba de lado.
Ese algo no fue la voz de alguien pidiéndole un ejemplar- en tanto las puertas de la biblioteca estaban cerradas a tan altas horas-, como ocurría durante el horario de atención al público. Fue más bien una sensación, un azoramiento…
Allí estaba, frente a él. Al principio era una figura en la penumbra, inidentificable, y lógicamente Rodrigo se alarmó, tanto que cerró el libro de golpe.
-¿Quién anda ahí?- dijo, pero su voz contenía el matiz del miedo.
No hubo respuesta inmediata. La silueta se acercó unos pasos hasta que dejó al descubierto su verdadera identidad.
Rodrigo creyó morir.
Ante él tenía, indudablemente a pesar de los muchos años pasados, a su tío Jacinto.
-Hola, Rodrigo- escuchó el anciano.
El bibliotecario, ya pálido y lívido como una estatua de mármol blanco, sintió que, ahora sí, le faltaba el aire. Se aferró con manos garrudas a los brazos del sillón, pues el libro que había estado leyendo cayó de su regazo, y tembló y boqueó.
-N-no puede ser… debo haberme vuelto senil…- balbuceó en voz alta, dando forma a su pensamiento.
Sí, así debía ser, porque a sus ojos no le cabía duda de que aquel era su tío Jacinto. Un hombre que llevaba treinta años muerto y enterrado. Y de eso no le cabía duda. Él mismo había visto el cadáver en el ataúd, él mismo había porteado el cofre y depositado el susodicho en el cementerio.
Pero ahora estaba allí.
Tenía el mismo aspecto de cuando él era un niño: un hombre de aspecto lozano, espaldas anchas y risa agradable; su cabello tenía ya las primeras canas, de las muchas que vendrían después, y seguía cojeando de la pierna derecha, merced a una herida de la guerra que ya no sanaría.
Mas fue al atender a su mirada cuando comprendió, en parte, la realidad. Aquellos no eran los ojos de su tío. Podían parecerlo en el aspecto puramente físico, pero tras aquella apariencia Rodrigo vio una profundidad inacabable que le hizo saltar más intensamente el corazón y zozobrar la voluntad. Lo supo sin necesidad de palabras.
Aquel hombre no era tal. Y por supuesto no era su tío Jacinto.
-¿Qué eres?- y fue la pregunta correcta, a tenor de la media sonrisa de aquella copia de su ser más querido.
-No me equivocaba contigo- dijo aquel quien fuera Jacinto-. Servirás.
-Obviamente…- tosió, nervioso- no eres mi tío, así que… supongo que debe tratarse de una alucinación de mi mente débil y apolillada. Aunque… de todos modos…
-Sientes que soy real… ¿verdad?
Rodrigo no respondió. Se sentía extrañamente lúcido, y misteriosamente la debilidad propia de su vejez parecía haberse esfumado.
-He venido con esta forma para que te resulte más fácil de asimilar- dijo el individuo.
-¿De qué hablas?
-Para alguien como yo no es difícil saber lo que pasa por tu cabeza, y por tu alma. Sé cuanta es tu congoja en estos últimos tiempos. Sé que no lo resistirás lejos de tu biblioteca, y sé también que eres el adecuado.
-¿El adecuado para qué?- insistió Rodrigo.
-Acompáñame y lo verás. Sin ningún compromiso.
¿Adonde?, iba a preguntar Rodrigo, aun cuando en su interior ya había decidido acceder a tan extraña petición de tan extraño “ser”. Pero no llegó a plantear la cuestión, pues el Ente leyó en su alma, y luego de ello un fogonazo invadió la sala de la biblioteca, y durante una fracción de segundo imposible de medir, pero sencillamente eterna y fascinante para el sentir de Rodrigo, no hubo biblioteca… no hubo nada.
Y entonces apareció un escenario rodeándolos, porque más que viajar, a Rodrigo bien le pareció que había sido el mundo el que se había disuelto y transmutado en otra realidad.
La estampa, tan gloriosa que debiera haber destrozado la entereza de una criatura finita y mortal como Rodrigo, apareció ante él en todo su esplendor y crudeza. Porque a menudo, cuando se hace referencia al infinito, tales conceptos van ligados.
Rodrigo jamás había visto una biblioteca como aquella que ahora lo rodeaba. Sencillamente, no existía ninguna así en ningún rincón del mundo…
…en ningún rincón del universo.
Todo eran libros, estantes repletos de libros tan altos que se perdían más allá de la vista, y un pasillo que igualmente era imposible de abarcar por lo sentidos. Era simple y a la par incomprensible: en aquel lugar no servía para nada la percepción física.
En aquel lugar mandaba el alma.
Rodrigo se estremeció en todos los planos de su existencia. Al instante advirtió que en realidad no estaba contemplando todo aquello con los ojos, sino con todo su ser. Observó-sintió sus manos, y advirtió que ya no eran las de un anciano, sino la del joven que un día fue.
-Aquí el tiempo no existe, Rodrigo- dijo el Ente que se parecía a su tío-. Tampoco las leyes de la física de tu mundo.
Mi mundo, pensó Rodrigo, pues era consciente de la connotación de aquellas dos en apariencia inocentes palabras.
Volvió a atender a su entorno. Comprobó entonces que la vastedad lo había abrumado en un principio, pues había muchos más pasillos que se extendían quizás hasta el infinito. El ente y el bibliotecario se “hallaban”, si tal palabra era adecuada, en una vasta sala circular, en cuyo centro había una gran mesa igualmente redonda. Rodrigo sólo advirtió una silla; así mismo, sobre la mesa había una lamparita que bien parecía fuera de lugar, un tintero, una pluma- no estilográfica, sino de ave- y un cubil de arena fina. En un montón aparte, un mazo de papeles en blanco. Parecían objetos que no tenían cabida en un lugar donde la física y la realidad material que él conocía no existían como tales.
Desde la sala, no menos de doce pasillos partían más allá, cada uno de ellos repleto de estanterías y libros hasta alturas inauditas. El volumen de obras era imposible de calcular, y Rodrigo imaginó que en aquel lugar se hallaba toda la sapiencia del universo.
El Ente se adelantó a la pregunta que estaba a punto de florecer en la mente de Rodrigo.
-Puedes llamarla la Gran Biblioteca. Para ti tiene ese aspecto, pero para otro tipo de criaturas adopta el aspecto más acorde con su condición.
-¿O-otras… criaturas?- gimió Rodrigo.
El ser con el rostro del tío Jacinto volvió a sonreír.
-Desde que el hombre es hombre, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han habitado en tu mundo. Y esos son sólo los que ya no están sobre la faz de la Tierra. Imagina los que viven en el presente, y los que vendrán en el futuro.
A Rodrigo le invadió un vahído. Comenzaba a comprender.
-Pero esa cantidad es irrisoria. Como decía uno de tus amados escritores, Arthur C. Clarke, por cada uno de esos cien mil millones de hombres y mujeres que han pasado por la Tierra hay una estrella en la Vía Láctea, una más entre casi infinitas galaxias. El grandioso tapiz del universo rebosa vida, innumerables civilizaciones han vivido y muerto, viven y mueren, y vivirán y morirán.
-D-Dios…- balbuceó Rodrigo.
-Sí, es una palabra adecuada. ¿Imaginas cuantos individuos hubo, hay y habrá en el Universo?- planteó el ente- No, por supuesto que no, se necesita ser Dios para abarcar tal cifra. Ni siquiera yo soy capaz de ello.
>>Aquí, en este lugar fuera de todo espacio y tiempo, se guardan los “archivos”, como tú los llamarías, de cada individuo consciente de sí mismo que ha habitado en el Universo. Cada libro es una vida, cada página un acontecimiento de dicha vida, y cada párrafo un pedazo del alma de alguien. Ahora comprendes la vastedad de este lugar.
El concepto que proponía aquel ser era tal que Rodrigo creyó desfallecer. Sin embargo, no lo hizo. Aunque asombrado hasta cotas insospechables, ya no se sentía desbordado. Siguió escuchando al Ente.
-La Gran Biblioteca ha contado con un bibliotecario durante toda su existencia, desde su creación en los albores del cosmos. O con un archivista, o cualquier acepción que cada uno de los encargados, por su naturaleza, haya querido entregarle. Yo mismo, aunque he tomado la apariencia de alguien que te fue querido, no soy ni remotamente humano. La forma física que contuvo mi alma en su día ni siquiera estaba basada en el carbono.
>>Pero nada de eso es importante. Nuestra labor ha sido siempre la misma: revisar cada libro que nos es entregado, identificarlo y archivarlo en su correspondiente lugar en el Universo. Pero incluso nosotros tenemos derecho a un fin. Llevo eones en este lugar, según los cómputos del cosmos físico, tantos que mi raza de origen ya no existe en el entramado cósmico, se extinguió hace mucho. Ha llegado la hora de que me reúna con ellos. Pronto mi libro será terminado, y espero que tú seas quien lo revise.
-¿Y-yo…?- balbuceó Rodrigo- ¿Por qué yo?
-Creo que sabes tan bien como yo la respuesta a esa pregunta.
Cierto, pensó Rodrigo.
-Esto es la culminación de tu sueño. No deseabas la jubilación, no deseabas abandonar tu trabajo de bibliotecario. Yo te doy la oportunidad de continuarlo- esgrimió el ente-. Desde este lugar conocerás todo lo creado por cualquier criatura consciente de sí misma, sus actos, sus pensamientos, sus sueños. Obviamente, siendo tu papel el de catalogador, no podrás interactuar, hasta llegado el momento en el que debas buscar un sucesor.
-¿Durante cuanto tiempo?
-Cuanto desees- respondió el ser-. Las medidas del tiempo son relativas aquí, pero sea como sea será bastante. Si te he elegido ha sido porque me recordabas a mí; tu pasión por la sapiencia es tanta como lo fue para mí. No importa lo diferentes que fueran nuestras razas, bajo toda forma de vida inteligente late el mismo tipo de espíritu.
>>La decisión es tuya. Si no la aceptas, volverás a tu realidad anterior, y por supuesto no recordarás nada. No habrá más contactos, jamás. Vivirás como un simple hombre, y morirás como tal.
Rodrigo reflexionó. No se demoró mucho ni poco, no tenía sentido hablar en tales términos. Llegó a una conclusión.
Aquello era lo que tanto había deseado durante toda su vida.
Leer.
Vivir con los libros. Vivir por los libros.
-Acepto- fue su respuesta final.
-Lo sabía- sonrió el Ente.
Apenas concluyó éste su frase, desapareció de la vista de Rodrigo. Ya no estaba, se había marchado en pos de un, éste sí, merecido descanso.
Rodrigo no se asustó. Ahora era el Gran Bibliotecario, estaba por encima de cualquier emoción humana, pero al mismo tiempo las comprendía todas. Caminó con pasos calmos hacia la gran mesa, con las manos cruzadas en su espalda. Llegó hasta la silla y tomó asiento. En la superficie de lo que parecía madera de ébano, pero que sin duda no lo era, había ya un libro esperándole. Era especialmente voluminoso.
-“Sobre la existencia de Zeoxtchcevkzyozz”- leyó en la cubierta- “Gran Bibliotecario de la millonésima quincuagésima tercera era”.
El Gran Bibliotecario abrió el libro y comenzó a leer.
TIERRA DE BARDOS, CIERRA.
Pero yo no desaparezco. A partir de ahora podrás encontrarme en mi WEB OFICIAL DE AUTOR pinchando en la imagen inferior. Allí os ofreceré más artículos, noticias, reseñas y todo el contenido habitual en este blog.
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11 comentarios:
Premios bien merecidos.
http://cronicasdesdeaqui.blogspot.com/
Wenas... suelo curiosear dándole a SIGUIENTE BLOG XD. ;)
Jope qué susto! Ayer te intenté firmar y no me cargaba la ventanita esta de firmas =S
Muy chulo el relato =) Pero la verdad es que tienes otros que me gustan más...
Oye!! A ver si hablamos de lo de tu libro! ;)
Cuando quieras me mandas un email o algo [creo que ya te había dado mi msn.. pero te lo vuelvo a dar ;) : andoba33@hotmail.com ^^]
Besos!!!
Hola Javier, soy Juan Miguel Pascual, uno de los finalistas del certamen.
Acabo de leer tu relato y es muy bueno, tienes un gran dominio de la prosa y el ritmo narrativo. Enhorabuena por el premio y por la obra en sí.
Como escritor aficionado que soy, te deseo la mejor de las suertes en este apasionante mundo que es la literatura. ¡Quién sabe lo que puede pasar en el futuro!
Un saludo.
Muchas gracias por tus ánimos en el cambio de blog. Espero que sigas ganando muchos premios más y verte pronto en la Feria del Libro de Madrid :D
Saludos!
Luis Tolkien
http://descubreirlanda.blogspot.com/
Felicitaciones por el premio... y por el relato.
¡Chapeau!
Tienes una sorpresita en mi blog :D
Disfrútala!
Un beso!
Me ha encantado tu relato, mientras lo leía me imaginaba tantas cosas, tantos escenarios. Has conseguido elogiar la literatura, tu afición en una historia llena de misterio y genialidad. Una palabra: perfecto!
Un besazo!
Vaya! Me ha encantado. Merecido premio, si señor, felicidades!
Saludos
Cris
Holaaa!!
Aiiix! ya tengo ganas de tener tu libroo!!! =P
Por cierto! ya puse fotos nuevas de mi mini viaje a Coruña ;)
A ver si te gustan ^^
Besazos!!
WIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII!!!
Ya me llegó el libroooo!! =P
A ver si hoy puedo y me paso por el banco ;)
Graciaaaaas!!! =)
Besos!
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