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Alcander, de Luisa Fernández

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martes, 23 de octubre de 2012

Participación en las I Jornadas de Literatura Histórica de Valencia (y otras noticias)

Saludos, caminantes.

Van pasando los meses desde la publicación de mi novela "El espíritu del lince" y estos íberos cabezotas siguen dando de qué hablar (para bien).
Mientras espero la oportunidad de dar buenas noticias sobre futuros proyectos, me gustaría resumir un poco cómo fue mi participación en las I Jornadas de Literatura Histórica de Valencia, en las que me estrené como ponente en una mesa de discusión.
Fue este pasado sábado, en la primera charla, centrada en el tema del proceso de documentación de una novela ambientada en la Historia Antigua. Me acompañaban, bajo el paraguas del presentador Alejandro Noguera (anfitrión de las jornadas al realizarse en su magnífico Museo de L'Iber), tres autores de gran nivel: Teresa Simal ("Merit-Amón, madre egipicia"), Yeyo Balbás ("Pax Romana") y Javier Negrete ("Salamina" y "La hija del Nilo", entre muchas otras obras). Con semejantes compañeros, normal que me sintiera un tanto nervioso.


Teresa habló de lo personal que fue el proceso de creación de su novela, íntimamente ligada a un suceso que le tocó vivir, y de que fue una especie de liberación. Nos comentó algunas de las fuentes de las que bebió. Negrete demostró una vez más lo buen comunicador que es (no en vano es profesor); su comparación de la Historia Antigua con la "fog of war" (o niebla de guerra) de los clásicos juegos de ordenador fue muy acertada para ilustrar la oscuridad que envuelve esos tiempos pretéritos. Yeyo Balbás, por su parte, incidió en no caer en el "presentismo" y plantear las actitudes de los personajes atendiendo a nuestra moralidad actual.


¿Y qué dije yo? Traté de abordar la experiencia que fue para mí documentarme a fondo por primera vez en temática histórica, durante la creación de "El espíritu del lince", y las conclusiones a que me había llevado todo ello. Hablé del partidismo de las fuentes (político y/o ideológico), de la escasa información sobre dos culturas tan importantes como la íbera y la cartaginesa (piedras angulares de mi novela), de la dificultad de elegir entre teorías enfrentadas, y sobre uno de los temas que en mi opinión sería el más mencionado durante la jornada del sábado: que el novelista no debe ser historiador, ni pretenderlo, y que aunque la rigurosidad histórica es muy importante, no está por encima de la parte literaria de una novela.


Asistí a otras dos charlas, pero no me extenderé en ellas aquí. Sin embargo, os recomiendo que si os interesa el tema, leáis la crónica de todo el evento realizada en Hislibris, AQUÍ.
Como suele ocurrir en este tipo de acontecimientos, además de lo mucho que aprendí en las interesantes charlas, lo mejor estuvo sin duda en esos corrillos que se formaban antes y después de cada sesión. Tuve el placer de conocer a compañeros que solo conocía por internet (algunos incluso ni eso), como los ya mencionados Yeyo Balbás y Javier Negrete, así como Kendal Maison, Miguel Aceytuno, etc... Y también reencontrarme con otros, como mi compañero de editorial Ramón Muñoz, Gabriel Castelló, Mario Escobar, Isabel Barceló, y muchos otros.
En resumen, fue una experiencia sumamente enriquecedora que, ojalá, pueda repetir en el futuro. Desde aquí, mi más sincero agradecimiento a las grandes organizadoras del evento: Fuensanta Niñirola y Ángeles Pavía, así como al Museo de L'Iber (y por tanto a Alejandro Noguera) por prestar tan magnífico escenario.

Con Ramón Muñoz, compañero de editorial

Para concluir esta entrada, me gustaría colgar una nueva aparición de "El espíritu del lince" en prensa. Esta vez se trata de una recomendación hecha por el escritor Javier Cosnava (de quien en unos días tendremos la esperadísima "1936Z - La Guerra Civil Zombi") para el periódico asturiano "Cuencas Mineras Alto Nalón", donde incluye mi novela entre una selección de auténtico lujo y muy variada. Unas sugerencias para, según él, "disfrutar de los primeros días de fresquito" (Pinchad en la imagen para verla ampliada).


domingo, 7 de octubre de 2012

Entrevista a Pedro Santamaría (II)


Saludos, caminantes.

Esta semana os dejo con la segunda parte de la entrevista a Pedro Santamaría, autor de la magnífica "El águila y la lambda", una novela histórica ambientada en la Primera Guerra Púnica, y por ello muy especial para mí (porque transcurre justo antes de "El espíritu del lince", porque Pedro es compañero de editorial, y porque es un tipo magnífico). Espero que la disfrutéis:

—Cuatro personajes y cuatro puntos de vista totalmente distintos. Supongo que esa fue tu intención. Háblanos brevemente de ellos.

—Así es. Aunque la narración de todo lo que es la situación política y estratégica sigue una línea cronológica, cada uno de los personajes se va alternando y vemos el conflicto desde su perspectiva. Marco Atilio Régulo, el cónsul, observa la situación desde el mando y la alta política. Es un hombre de honor, recto, capaz, inteligente y energético. Aulo Porcio Bíbulo, que comienza la historia como remero en una de las naves romanas es un plebeyo de la más baja estofa, un poco golfillo, le gustan los dados, las mujeres y no siente ningún interés por la política. Arishat, la cortesana, es una mujer atractiva e inteligente que ha logrado escalar en el mercado del sexo hasta lo más alto y que satisface los deseos de grandes políticos cartagineses. No cree en el amor y se podría decir que hasta desprecia a los hombres, a quienes, sabe no solo complacer sino también, hasta cierto punto, manejar. Y por último está Jantipo, el mercenario espartano. Su código de conducta y su vestimenta son arcaicos, es un excelente general, su vida ha sido la guerra, lleva la austeridad al extremo y siente una profunda melancolía por lo que Esparta fue y no es.

—Lo curioso es que ninguno de los cuatro personajes tiene el rol de villano. Incluso Régulo, que podría parecerlo al principio por tratarse del conquistador, se hace cercano al lector muy pronto. Lo más parecido a un «malo de la película» es Longo. ¿Algún motivo especial para plantear de este modo la novela?

—Digamos que mi idea era que ambos antagonistas resultasen carismáticos, como de hecho debieron ser. No se trataba de hacer un bueno y un malo, sino que, a medida que la situación va rumbo a esa colisión que es la batalla final, uno no sepa muy bien dónde residen sus simpatías. Hay razones para que ambos ganen, ambos merecen la victoria, pero solo uno puede ser el vencedor. Puede decirse que quienes se enfrentan en Bagradas son dos hombres de honor y dos excelentes estrategas, cada uno juega sus bazas pero tras ellos se cierne la sombra de la política. Respetan al contrincante que tienen enfrente, pero el peligro real no viene de esa dirección, sino que más bien anida en las ciudades por las que luchan, donde la ponzoña de los intereses y las maquinaciones políticas les causan más problemas que la guerra en sí.

—Te confieso que una de las cosas que más me gustó fue cómo has planteado las batallas (excepto el combate final): las preparas, y cuando están a punto de desatarse, cortas el capítulo y dejas ese momento en suspenso. Crea un poderoso efecto en el lector. Es efectivo.

—Por un lado, no quería cargar el relato de descripciones que no eran esenciales para la trama y por otro, he de admitir que una espada puede clavarse en un contrincante de un número limitado de formas. Hay tres batallas de las que cuento tan solo los pasos que llevan a ellas y luego, en capítulos posteriores, su desenlace. Si quería describir Bagradas con todo lujo de detalles, tenía que abandonar la idea de describir otras, por miedo a mostrarme repetitivo con las estocadas, los chorros de sangre y los hombres tendidos en el suelo aullando de dolor. Y sí, ha resultado ser muy efectivo, se sabe lo suficiente y la trama sigue su rumbo sin interrupción.

—Yo sigo alucinando desde que me dijiste que «Okela» era la primera novela que escribías en toda tu vida, y que ni siquiera sufrió un rechazo editorial. Para colmo, aseguras que no lees novela, solo ensayos. ¿Por qué entonces diste el paso a la literatura de ficción?

—Okela respondía a un sueño de la infancia, cuando fantaseaba con aquella cita de Estrabón en la que el geógrafo griego afirmaba que los cántabros eran descendientes de los espartanos. Aunque también ha tenido que ver con esa frasecita tan conocida de “el árbol, el hijo y el libro”. No es que no lea novela histórica, algo leo, aunque no mucho. Pero lo que más me gusta es la historia a secas. Nunca había escrito ficción, tampoco historia, salvo, en ambos casos, los trabajos para la escuela. Por las notas que sacaba se ve que se me daba relativamente bien, pero vamos, que nunca antes había escrito nada digno de mención (alguna carta de amor, eso sí, y los típicos poemas de adolescencia que ahora da vergüenza leer). De hecho, cuando puse el punto final a Okela, pensé que no volvería a escribir más, y henos aquí con una nueva novela publicada en menos de un año. Jamás creí que mi vida tomaría este rumbo.

—Y ahora sacas la segunda. Vas lanzado. Eres la envidia de todos los que formamos este gremio. ¿Te sientes ya plenamente escritor?

—No creo que despierte mucha envidia, como dirían Okela o Jantipo: “Esparta tiene hombres mejores que yo”. Y no, no me considero escritor. Para mí un escritor tiene un aura mágica, es alguien que tiene un profundo conocimiento de la lengua en la que trabaja, que vive de lo que escribe, que es capaz de decir mucho con pocas palabras y que es capaz de moldear un texto que marque profundamente a cualquier lector. Como mucho diría que soy autor de un par de novelas, o por tomar una frase prestada de Mario Vargas Llosa “soy un escribidor”. Bien es cierto que una vez que he tomado esta senda pienso seguirla a ver a dónde conduce. El camino no es fácil, pero estoy deseando andarlo y dar lo mejor de mí. ¿Llegaré a ser escritor tal y como lo concibo? Sólo las musas lo saben pero, por mí, no creo que quede.

—¿Nos puedes adelantar qué próximas historias cueces en tu cabeza?

—Pues son muchas, de hecho he empezado a escribir una que tiene como telón de fondo la tardo-antigüedad en Hispania. Tengo más o menos la historia en la cabeza, pero hay que encontrar tiempo y las musas tendrán que encontrarme delante del teclado. Una de las razones por las que aún no me he puesto a ello seriamente es que quiero hacerlo mejor que con “El Águila y la Lambda” y a veces dudo de que vaya a ser capaz. El tiempo lo dirá.

—Un saludo, Pedro, y gracias por darnos a conocer un poco mejor tu novela.

—De nada Javier. Ha sido todo un placer.


Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"