TIERRA DE BARDOS, CIERRA.
Pero yo no desaparezco. A partir de ahora podrás encontrarme en mi WEB OFICIAL DE AUTOR pinchando en la imagen inferior. Allí os ofreceré más artículos, noticias, reseñas y todo el contenido habitual en este blog.
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Alcander, de Luisa Fernández

Ya está aquí... Legados

lunes, 23 de junio de 2008

A diez pies del suelo, mi primera antología publicada, ya a la venta en Bubok

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Ya podéis adquirir, si queréis, mi antología de relatos "A diez pies del suelo- Relatos de lo mundano y lo fantástico" en la siguiente página:




Como veis, está disponible en el nuevo portal Bubok, que funciona bajo demanda, o sea, que los ejemplares se editan cuando alguien hace un pedido. El precio lo pone el autor, siendo el mínimo aquel que marca los costes de impresión y demás. En mi caso, he puesto un precio lo más bajo posible. La calidad de la edición, sin ser un lujo, es más que aceptable, me he asegurado al pedir que me enviaran un ejemplar antes de hacer público la anotología, y estoy bastante contento: tapa blanda, 58 páginas bien encuadernadas, una portada de buena calidad, impresión interior adecuada... no se me ocurre ningún pero, dentro de lo que ofrece esta editorial.

Pues eso, quienes queráis, ya podéis comprar el libro. Lo importante de esto no es lo que yo pueda ganar con la venta (es insignificante), sino darme a conocer lo máximo posible.


Relatos incluídos en la antología:


-Ángeles de Venganza

-El retorno a la inocencia

-Me llamaba

-El día que cambió el mundo

-La Calzada de los Gigantes

-Yo siento

-Fehu

-No sólo los perros lamen

jueves, 19 de junio de 2008

El fotógrafo

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La casa de William Ridge era, en sí misma, un museo como pocos podrían encontrarse. Obviamente, un museo de fotografía. Las paredes se veían atestadas de miles de fotos, el fruto de sesenta años de incansable carrera. Las observé con admiración, como no podía ser de otro modo. Entre aquellas imágenes se congregaban más de seis Pulitzer de fotoperiodismo, y un sinfín más de premios del más alto nivel internacional.
-Encantado de conocerle, señor Bequett- me dijo el anciano, en tanto tomaba mi abrigo y lo colgaba en el perchero junto a la puerta, con la humildad de un servicial mayordomo.
-Oh, no, el placer es todo mío, sin duda- respondí yo rápidamente, pues realmente así era-. No todos los días se conoce a una leyenda.
-No sea tan generoso conmigo, ya me convenció hace unos días para que le concediera la entrevista- rió él, y yo acompañé su pequeña broma con una sonrisa.
Era cierto que había resultado toda una odisea conseguir aquella entrevista, pues Ridge era ante todo un hombre que gustaba de pasar desapercibido. Enfrentado por ello al fiero estilo de los papparazi de hoy en día, los periodistas de siempre no dudaban en apuntar que dicho carácter introvertido, ese hacer las cosas sin pretender notoriedad, le había valido siempre ser el primero en llegar a una noticia. Algunos decían que sencillamente Ridge intuía la noticia antes de que ésta aconteciera. Yo era joven, apenas había traspasado el umbral de los treinta, un periodista agresivo de la nueva escuela, que sin embargo admiraba los logros conseguidos por aquel anciano.
-Son buenas- dijo de repente Ridge.
-¿Cómo?- pregunté yo, por instinto.
-Las fotos, digo.
-Ah, sí, claro…- balbuceé, y deduje que había permanecido en ese estado mío tan particular cuando algo me encandilaba.
-Las fotos, si se sabe cómo lograrlo, contienen la fuerza de los plasmados- comentó el anciano.
Su mirada fue, entonces, de una intensidad abrumadora, electrizante.
Volví a observar un momento las fotografías. Sí, él tenía razón… había una gran carga de emociones en cada una de ellas: miedo, odio, desesperación, horror, miseria… todo cuanto podía encontrarse podrido en el mundo había sido fotografiado por Ridge. Corresponsal en más de veinte conflictos armados y luego reportero gráfico en los suburbios de una Manhattan siempre peligrosa, aquel hombre sabía bien lo que era caminar por la cuerda floja.
Obtuve mi entrevista durante una agradable cena. Ridge me narró mil y una anécdotas en un tono cordial y ameno, más propio de dos viejos amigos que de un periodista y su entrevistado. Su rostro de anciano, su aparente fragilidad, invitaba a la confianza. En él se veía reflejado ese abuelo encantador que todos hemos tenido. Terminamos el café que él mismo había preparado, y durante unos pocos minutos seguimos charlando. Hasta que, en un momento dado, el anciano me sorprendió con una mirada intrigante y una sonrisa no menos enigmática.
-Poseo más fotos, señor Bequett. Éstas, sin embargo, no son precisamente adecuadas para el dominio público. Son demasiado… escabrosas.
-¿Más que la de las incursiones en Ia Dang, en Vietnam?- dije yo- Resulta difícil de creer.
-Compruébelo usted mismo, si quiere.
Ridge se levantó lentamente. Le crujieron los huesos, y lanzó un pequeño gemido en tanto dibujaba un gesto agrio en el arrugado rostro. Apoyado en su inseparable bastón, se dirigió a la escalera que daba al piso superior con paso cansino, y abrió una portezuela que daba a alguna dependencia debajo de los escalones.
-Este era mi cuarto oscuro, de la época en que aún se revelaban las fotos a mano- rió-. La verdad, todas esos nuevos métodos digitales están pervirtiendo la esencia de este bello arte.
Lo seguí al interior del habitáculo, que en principio era un pasillo escalonado que bajaba a un sótano. Estaba parcamente iluminado con bombillas que colgaban del techo. La luz amarillenta de las susodichas aumentaba el efecto de sofoco y angostura. Además, en aquel lugar el aire parecía estar estancado, tenía un cierto regusto acre. No, no era un lugar muy agradable.
Me sentí entonces intranquilo. Lo atajé al ambiente opresivo, pero me resultó extraño porque jamás me había caracterizado por ninguna fobia a los espacios cerrados.
-No tema, señor Bequett- dijo Ridge.
Por algún motivo, su voz ya no me sonó alentadora como momentos antes. Entre aquellas paredes todo parecía más… tétrico. En mi mente me burlé de mí mismo, me tildé de estúpido y niño asustadizo de las sombras. Por Dios, pensé, ni que Ridge fuera un asesino o algo así. Si ni siquiera tiene casi fuerzas para caminar.
Unos segundos después habíamos llegado al verdadero cuarto oscuro de Ridge. Resultaba inconfundible: luz roja, fotos colgando de cordeles mediante pinzas, cubetas. Nada que se saliera de lo común…
…excepto las propias fotos.
-Aquí las tiene, señor Bequett.
Al principio no advertí de qué trataban las fotografías allí colgadas. A través de la escasa luz del lugar, parecían retratos de personas, primeros planos. Fue al acercarme cuando entendí que eran más, mucho más. Observé que algunas imágenes eran muy antiguas, aunque todas estaban bien conservadas. Mostraban una Manhattan desconocida para mí, una Manhattan que, en buena medida, también debiera serlo para Ridge: en una de las fotos, reconocí la fábrica Triangle Shirwaist, un edificio que había quedado arrasado por un gran incendio en 1911. Lo extraño del caso, lo realmente desconcertante, es que estábamos en el año 2012. Y Ridge, según su documentación, tenía por aquel entonces setenta y cinco años.
Y sin embargo aquello que realmente desgarró toda mi entereza, aquello que desgajó mi corazón como quien trocea una naranja… fueron los rostros de los fotografiados. ¡Dios Santo, jamás podría encontrar las palabras adecuadas! No existen para describir tanto horror. Todo eran personas jóvenes, no mayores de treinta años: mujeres hermosas, hombres lozanos, incluso niños. Todos sin embargo, mostraban un una expresión terrorífica. Algo surgía de ellos, de sus bocas y miradas, algo que había sido captado por la cámara: un hálito tenue, casi insignificante, un vaho inmaterial pero no obstante presente.
Comencé a respirar exageradamente. Miré mis manos, temblaban, como el resto de mi cuerpo, y sudaban. De repente, el aire rehuía mis pulmones, un horror intenso se había apoderado de mí. Me sentí enloquecer, y quise gritar, pero ni un gemido pudo surgir de mi boca.
-Se lo dije. Las fotos contienen la fuerza de los plasmados… y su vida.
Reculé preso de un pánico sin sentido hasta tropezar con la mesa de revelado. Había perdido toda coherencia en el pensar, sólo sentía pavor hacia aquel anciano que en buena lógica bien podría haber apartado de un simple manotazo. Sin embargo, algo supuraba de su interior al mío que impedía mi razonamiento y excitaba mi terror.
-Verá, en algunas sociedades se cree que la fotografía hace mucho más que inmortalizar una escena. Algunos creen que las fotos roban el alma del fotografiado.
Vi ahora que Ridge portaba una cámara en su mano libre, una de esas pequeñas analógicas con carrete que ya no se usaban. La levantó hasta la altura de su rostro, apuntándome.
-He conocido tres siglos distintos, tantos años como hace que nació la fotografía. ¿Cómo cree que he logrado algo así, señor Bequett? La fotografía, como bien comprenderá, fue para mí el mejor de los inventos en la historia de la humanidad.
Vi el brillo de la maldad pura en la sonrisa de Ridge antes de que éste accionara el botón, y luego el destello del flash, que arrancó violentamente algo de lo más profundo de mi ser. De repente, mi cuerpo había sido vaciado, pero aún escuché unas últimas palabras, una sentencia que consiguió que mi rostro, como el de las anteriores víctimas, quedara deformado por el más indefinible de los horrores.
-Un espíritu delicioso, señor Bequett.

domingo, 8 de junio de 2008

La Encantadora de Dragones- final


***


Pasó largo rato, pero ni Ingwë ni Zallan regresaron. Y Phiore no pudo soportarlo más. De repente, un nuevo dolor, esta vez en las costillas. Habían golpeado a su hermano una vez más, lo cual sólo podía significar que Ingwë no lo había logrado.
Ya no tenía más opción. Herida o no, tenía que acudir y luchar.
Se adentró en la espesura del Bosque de los Pinos, y mal que bien fue avanzando, El brazo seguía doliéndole como si la hubiesen agredido a ella, y las costillas le ardían hasta lo insufrible, pero su parte de dragón hizo callar a la quejicosa muchacha humana. Apretó la mandíbula y siguió caminando.
Pronto encontró los primeros signos de lucha: tres cuerpos echados en el suelo, perforados por otras tantas flechas, certeras al corazón cada una de ellas. Buen Ingwë, pensó Phiore, valiente incluso ante inferioridad numérica. Uno de los cadáveres era el de un hombre delgaducho. Por la posición en la que había caído, sin duda no había visto venir la flecha. El que yacía a su lado, un tipo de túnica oscura y faz tétrica, y que por la cantidad de raíces, hojas y polvos esparcidos de su bolsa debía tratarse de un brujo, parecía haber advertido la presencia de Ingwë. Sin embargo, ni tal echo ni su condición le habían salvado de la certera puntería del arquero.
Sin embargo el tercer cuerpo, el de un hombre de edad mediana, ya entrado en la madurez, denotaba un combate de refriega. Ingwën era diestro con la daga o la espada, pero no al nivel de su habilidad con el arco. El combate se había saldado al parecer con la victoria de Ingwën, pero sólo un triunfo parcial. Hundido en el pecho del hombre, aún estaba el puñal de su amigo.
Y él jamás lo hubiera dejado atrás.
-Lo tienen a él también…- sollozó Phiore.
Se impuso calma, haciendo suyo el consejo que siempre le daba Ingwën. Tomó la daga del arquero, aun cuando ella tenía sus propios sables, y siguió caminando.
Al fin llegó al claro donde Zallan se había refugiado, y tuvo así una imagen de cuanto había acontecido. Al fondo se hallaba la destacable figura de su hermano; una gran red de hebras de acero lo aprisionaba, impidiéndole escapar a pesar de su gran fuerza. Con tiempo lograría soltarse, pero a buen seguro no dispondría de ese tiempo.
Por lo visto Zallan había logrado plantar cara, pues varios árboles aparecían arrancados de cuajo, sin duda producto de la ira del dragón. Pero sin Phiore cerca era tan vulnerable a las trampas y estrategias de los cazadores como cualquier otro dragón, y al fin había caído. El lugar apestaba a raggia, una potente hierba especialmente indicada para aturdir y debilitar a los dragones. De haber estado ella a su lado, habría sido insuficiente para detenerlo. Ahora la criatura alada ya no forcejeaba. Herido, maltratado y drogado, no tenía fuerzas para mucho más.
Junto al gran dragón negro había tres individuos, uno de ellos arrodillado y claramente maniatado a la espalda. Ingwën también había recibido lo suyo, tenía el rostro roto por los moratones y varias heridas sangrante, pero al menos estaba vivo, lo cual alivió un poco a Phiore. Sin embargo, el saber que existía un enemigo capaz de derrotar al diestro Ojo de Águila era toda una evidencia de, sin duda, un rival temible.
Uno de los dos mercenarios que esperaba en pié era un hombre grandote como un roble, un gigantón de grandes proporciones que sostenía una gran lanza mata-dragones, llamada así porque era más grande y gruesa de lo habitual. A Phiore no le llamó la atención, pues al instante le resultó obvio que aquel al que tanto odiaba era el otro individuo. Sólo precisaba contemplar los malditos cachivaches que portaba, todos arrebatados ignominiosamente de los cadáveres de decenas de dragones.
Al fin tenía ante ella a Arghan, el mejor cazador de dragones del mundo.
Y al fin éste tenía ante él a su presa más codiciada, la Encantadora de Dragones.
***
-Bienvenida, querida- dijo el hombre, al advertir la presencia de la muchacha-. Hace ya bastante que te esperamos.
-Monstruo… asesino…- gimió Phiore- Pagarás cuanto has hecho.
-Me temo, pequeña, que tu posición no te da opción a proferir ningún tipo de amenaza. Y no hablo sólo de tus amigos, cuyas vidas penden de un hilo, sino de tus propias posibilidades. Apenas puedes tenerte en pie, mucho menos luchar con el brazo en cabestrillo.
-Ponme a prueba, necio, pero en un combate sólo entre tú y yo. Déjalos de lado a ellos- dijo la joven.
-Ah, no sería muy buen mata-dragones si no matara al dragón… ¿no crees, querida?- se mofó Arghan
-¡Déjame acabar con ella, patrón!- espetó Borioch.
-Tú ocúpate de vigilar al dragón, idiota. Si mueve aunque sólo sea un ala lo atraviesas. Y yo mientras, me ocuparé de la muchacha- y Arghan centró ya toda su atención en Phiore-. Eres un esperpento, niña. Un ser humano criado por dragones- y el hombre escupió al suelo-. Según la Iglesia, te espera el infierno una vez acabe contigo. Ah… pero haré que tu dragón sea un espectador privilegiado de tu caída.
El cazador y la muchacha comenzaron a dar vueltas el uno en torno al otro, estudiándose. Phiore blandía su daga larga, aun a sabiendas que, herida como estaba, sus posibilidades ante tan hábil guerrero eran escasas.
-¿Cómo sabes tanto de mí?- preguntó ella.
-El mejor cazador es aquel que conoce a su presa y sus debilidades. ¿Por qué crees que vine precisamente hacia éste poblado? Sabía bien que acudirías en ayuda de Ingwë… perdón, Ojo de Águila… para buscar ayuda, y que siendo así el dragón esperaría en los alrededores. Sólo cometí un error, infravaloré al arquero. A punto estuvo él sólo de acabar con todos mis hombres, pero me ocupé de él- Phiore contempló de soslayo a Ingwë, y de repente le pareció que parecía más pálido de lo que en él era común. Sin embargo, atenta como debía estar a su enemigo, no pensó mucho en ello- Sé más de ti que tú misma. Sé incluso quienes fueron tus padres, y porqué te abandonaron.
Phiore abrió los ojos cuanto podía.
-¿Interesada?- y Arghan rió bien alto- Quizás te lo susurre al oído antes de que expires. Y tengo más sorpresas para ti.
Henchida de ira, Phiore atacó al fin. Mucho, a pesar de no habérselo confesado a nadie, ni siquiera a Zallan o Ingwë, había pensado en sus orígenes. Muchas noches había tratado de evocar el recuerdo imposible de unos padres que no había conocido más que durante unas escasas semanas, de las que no guardaba recuerdo alguno. Ahora aquello no le importaba ya, no si el precio era la muerte de su hermano y del hombre que amaba, y de cuantos dragones quedaban en el mundo.
Su movimiento fue lento, falto de fuerza y desviado. Arghan no tuvo problemas en evitar el golpe con un simple giro de muñeca de su espada de hueso de dragón. Jugó con la muchacha durante varios embates de ésta, riendo al tiempo que esquivaba o desviaba cada estoque de ella. Con el brazo en cabestrillo, Phiore había perdido en equilibrio y agilidad, habitualmente sus grandes virtudes.
No tenía opción alguna.
Arghan se había cansado, al fin, de jugar. Lanzó un tajo desde abajo, y desarmó a la debilitada muchacha. Un suspiro después, le propinó un fuerte golpe con la empuñadura de la espada de hueso.
Phiore cayó al suelo con un sordo gemido de dolor dar con su peso sobre el brazo herido. Quedó con la boca mordiendo la hierba, y en dirección a Zallan. Y fue al alzar la cabeza cuando sus ojos, verdes como esmeraldas, coincidieron con las doradas pupilas de su hermano.
Levántate, hermana, sintió en su cabeza. Me tienes a tu lado, usa mi ahora escasa fuerza. Acaba con el asesino de nuestros hermanos.
En aquella mirada el dragón le transmitió mucho más que un mensaje. De repente, Phiore se sintió no sólo fuerte, sino más poderosa que nunca. Volvía a sentir a Zallan en su interior, sin embargo con más intensidad que nunca. Verdaderamente, y en virtud no supo de qué, podía decirse que a efectos prácticos ambos eran uno sólo.
Arghan jamás habría esperado aquello, pues se había asegurado bien de herir y debilitar al dragón. Phiore se alzó, y se presentó ante el cazador como si estuviera en plenitud de sus fuerzas, más aún, si acaso. El hombre dudó, fue la primera vez en su vida. La muchacha lo aprovechó entonces, se movió con una ligereza y una seguridad más allá de lo común, esquivando la defensa de Arghan, que ahora parecía moverse con parsimonia. Se coló dejando la espada de hueso a su zurda, y descargó su puño con tanta rabia en el pecho del hombre que hasta Ingwë escuchó cómo se rompían las costillas del cazador. Con un movimiento fugaz, Phiore atrapó la muñeca de Arghan, y tanta fue la fuerza de su mano, que el hombre soltó la espada. De un tirón, la muchacha lanzó al cazador al suelo.
Un suspiro después, Phiore amenazaba a Arghan con la misma Espada de Hueso de Dragón.
-Ahora morirás con la hoja que utilizaste para asesinar a tantos de mis hermanos dragones.
-Oh… ¿de veras que sí, muchacha?- gimió Arghan- ¿Perderás la oportunidad de saber cuáles son tus orígenes?
Phiore sonrió.
-Esa información no merece la muerte de mi hermano. Además, no importa de donde venga, ya no. Los hombres me dieron la espalda. Ahora soy un dragón- sentenció.
Arghan, constreñido de pura rabia, abrió entonces la boca para impartir sus últimas órdenes.
-¡Mata al dragón, Borioch!
La espada de hueso descendió, al tiempo que Zallan gritaba en la mente de Phiore que contuviera su mano. Pero ya era demasiado tarde, la hoja atravesó la garganta del matador de dragones, justo en el mismo instante en que Borioch tomaba impulso para asestar un golpe mortal a Zallan.
-No si yo puedo evitarlo- dijo Ingwë.
El arquero, que había estado forcejeando largo rato con sus ataduras, logró al fin desatarse. Con gran agilidad tomó una pequeña daga que siempre portaba escondida en su bota izquierda, apenas un cortaplumas, y en un suspiro demostró porqué era el mejor tirador del mundo.
El enorme Borioch cayó a plomo, con un puñal perforándole el cuello, sin haber tenido oportunidad de soltar la lanza.
-Todo ha acabado- dijo Phiore.
-Sí…- jadeó Ingwë, que seguía extrañamente tirado en el suelo.
-¡Ayúdalo, Phiore!- bramó entonces Zallan, de nuevo en voz alta, pero con un tono de clara alarma-. Arghan lo ha envenenado.
Phiore se sintió morir, y se lanzó en pos de Ingwë, y al verlo, ahora sí, comprendió la palidez del arquero.
-Oh, no… no por favor…- medio sollozó la muchacha.
Recostó a Ingwë sobre un tocón de pino. El hombre respiraba pesadamente, su piel tenía ahora un matiz grisáceo, poco halagüeño, y sus ojos también verdes, pero de un tono mucho más claro que los de Phiore, parecían velados por una niebla.
-No te preocupes, Phiore… estaba escrito que así debía suceder…- susurró el arquero.
Zallan, al fin libre, se acercó cojeando a causa de su pata rota. Su mirada era de profunda tristeza, lo cual era desconocido en él. Jamás había sentido pena por un humano que no fuera Phiore.
-Traté de advertírtelo, pero fue demasiado tarde- dijo el dragón-. El Brujo le hirió con unos dardos envenenados. Sólo Arghan conocía el antídoto.
-No… os preocupéis tanto… igualmente…- balbuceó Ingwën- no hubierais podido… prepararlo a tiempo…
-No puedes marcharte, Ingwën- y ahora Phiore lloraba a viva voz-. No ahora que al fin sé lo que siento por ti. Te amo.
-Ahh, mi vida, también yo te amo… pero descuida… a pesar de lo que diga la Iglesia, nos encontraremos allí arriba, algún día… además, no hay forma más maravillosa… de morir que contemplando… tus maravillosos ojos verdes…- el arquero tosió- aquellos que me cautivaron desde el primer día…
Phiore se abrazó a él. Lo besó, lo acarició, susurrándole que no se fuera, que se quedara con ella. Pero Ingwën cada vez estaba más débil.
Estaba presto para marchar.
Y, entonces, una de las lágrimas de Phiore, nacida de aquellos ojos verdes, cayó resbalando desde su mejilla. La gota se posó justo en los labios del arquero, colándose en su boca.
La lágrima de un dragón, al menos en espíritu.
Ingwë de repente inspiró una ahogada bocanada de aire, y sintió nueva vida en él. Phiore lo contempló maravillada, el color volvía a su faz, el veneno goteaba desde su nariz, expulsado por su cuerpo en virtud de una fuerza como ninguna otra.
Resultó pues que era cierto. Las lágrimas de un dragón tenían la potestad de sanar a aquellos por las que eran derramadas.
La muchacha abrazó de nuevo a Ingwë, y esta vez reía mientras lloraba. Y el arquero hizo lo propio.
Zallan bramó, esta vez de satisfacción.
***
Apenas necesitó Zallan- y por tanto Phiore-, para recuperarse de su pata rota, pues era natural en los dragones sanar con extraordinaria rapidez. Ahora bien, pasó mucho de ese tiempo sólo en el claro- ya no había peligro-, pues luego de que Ingwë cazara un par de ciervos para que el dragón se alimentara, el arquero y Phiore desaparecieron, “misteriosamente”, durante largos períodos, en especial una vez caída la noche.
A Zallan, que comprendía, no le importó. Ya no.
Luego de la recuperación, se imponía la partida. Phiore ya sabía que Ingwë no les acompañaría, a pesar de los recién admitidos sentimientos entre ambos, y por ello aparecía con rostro triste, aunque decidida a no llorar.
-Tenías razón, Phiore, he estado escondiéndome de lo que soy- le dijo Ingwë, entretanto la abrazaba y se dejaba atrapar por aquellos maravillosos ojos verdes, de donde partiera la lágrima que salvara su vida-. Es hora de que descubra si aún soy valioso para el mundo.
-Ven entonces con nosotros- insistió una vez más la muchacha.
-Dudó que Zallan quiera cargar conmigo- rió el arquero.
Increíblemente, el imponente dragón de negras y brillantes escamas rió con él.
-No, Phiore, tu misión está clara, debes ayudar a tus hermanos- y Ojo de Águila acarició el rostro de la Encantadora de Dragones-. Yo aún tengo que encontrar mi camino. Pero esto no es un adiós. Nos volveremos a encontrar. El mundo es demasiado pequeño para nosotros.
Una vez más, se fundieron en un abrazo, y luego en un apasionado y largo beso. Concluido esto, ella montó sobre Zallan, en aquella silla que confeccionara el propio Ingwë. Éste quedó mirando al dragón.
-Huelga decirlo, Zallan, pero cuida de ella- le pidió el arquero.
-Con mi vida- repuso el reptil alado.
Zallan desplegó sus alas, las batió, levantando una gran ventisca que no obstante Ingwë soportó, pues era fuerte. Se dio impulso con sus patas traseras, y de un salto se elevó.
Era la más fascinante de las escenas: la Encantadora de Dragones, en su maravillosa montura.
Ingwë quedó largo rato plantado en aquel lugar, pensando en los ojos verdes de la mujer que amaba.
Mientras, con el recuerdo de los besos, caricias y momentos de intimidad, Phiore se encaramó a las nubes, libre. A un dragón nada puede retenerlo más que la muerte.
O, tal vez, el amor.


FIN

domingo, 1 de junio de 2008

La Encantadora de Dragones IV

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A pié, Phiore no tardó más que un puñado de minutos en llegar hasta la empalizada. Ya para entonces la conciencia de Zallan era apenas un susurro inapreciable en su cabeza y en el pecho.
Pocos, muy pocos, sabían que entre el dragón y la muchacha había una conexión que sobrepasaba lo sentimental. Era una cuestión que ni uno ni otro comprendían, pero cuando ambos estaban juntos, o cercanos, sencillamente se sentían, más incluso. Como si uno alimentara mágicamente a otro, la presencia de Zallan proporcionaba a Phiore una fuerza que no podía tildarse más que de sobrenatural, y su resistencia a cualquier daño o fatiga se incrementaba hasta lo indecible en un ser humano. Al mismo tiempo, los sentidos de Zallan se veían potenciados con la proximidad de su hermana, siendo por ello el dragón más agudo en percepción de toda su raza.
Pero al mismo tiempo aquella relación íntima tenía también un punto débil: una dolencia en cualquiera de ambos era padecida también por el otro. De hecho, tanto el dragón como la joven sintieron la cercanía de la muerte en tiempos pasados, cuando la pequeña Phiore padeció unas intensas fiebres que la tuvieron al borde de la fatalidad. No resultaba complicado entender pues porqué ambos hermanos no se habían separado prácticamente nunca. En la distancia, ambos se sentían más débiles, más huérfanos.
Aquella ocasión no fue distinta, pero Phiore tenía razón en plantear un plan como aquel. Necesitaban información de primera mano para encontrar a los asesinos de sus hermanos, y quizás también ayuda material, y en Beniam había quien les podía apoyar.
Sin embargo, y aunque Phiore se negaba a reconocerlo, había más motivos para acudir a la ciudad.
La puerta sur de la empalizada estaba abierta, como era común durante el día, aunque también como siempre era vigilada por sendos alabarderos de la guardia local. Ambos vigías estaban allí más como simples adornos que para impedir la entrada a nadie. Pasaban las horas charlando entre ellos, sin apenas prestar atención a quien entraba y quien salía. En consecuencia no repararon en la menuda joven que, envuelta en un manto que le ensombrecía el rostro, se coló entre varios viajeros más.
Caminó entre las calles de tierra sin detenerse, y nadie le prestó mayor atención, ya que era jornada de mercado y la gente prefería fijar su atención en los productos de los tenderetes. Ayudó que la muchacha no solía frecuentar poblados; nadie la conocía, a pesar de que había estado en Beniam en al menos cuatro ocasiones.
Phiore se detuvo al fin frente a una casa de fachada desvencijada, como tantas otras. Tenía un cobertizo abierto de par en par, desde donde se escuchaba el repiqueteo de un martillo, y los cantos de una voz quizás no tan melodiosa como la de un bardo, pero sí de cadencia agradable.
Y varonil.
La joven se adentró en principio decidida, pero una vez dentro del lugar, y al contemplar la escena, se sintió de repente débil, y asaltada por una miríada de dudas. Contuvo un ahogo, y durante unos instantes permaneció en silencio tras una columna de madera, admirando cuanto ocurría frente a ella.
Había un grupo de chiquillos sentados en el centro de la estancia, todos alrededor de un hombre que, entre golpe y golpe de martillo en una pieza de cuero- parecía un jubón a medio tachonar-, recitaba un relato.
-…y yo tomé entonces mi arco, y con la flecha apunté a la mantícora que amenazaba a aquel niño que, recordadlo, podría haber sido cualquiera de vosotros- los muchachitos estaban tan embelesados que miraban con los ojos bien abiertos al curtidor y cuenta-cuentos, sin osar respirar siquiera. Como Phiore-. Un disparo me bastaba para matar a la criatura que, aunque no era malvada por naturaleza, había confundido al pequeño con un intruso. Pero me confié, y entonces me atacaron desde la derecha un par más de aquellas bestias. Me volví y con gran rapidez abatí a una de ellas desde corta distancia, sabiendo no obstante que no lograría recargar el arco a tiempo para acabar con el segundo de mis atacantes. Cuando la criatura se disponía a atacarme, entonces… ¡ZAS!- y los chiquillos saltaron cuando el hombre de cabellos rubios, a la altura del mentón, acompañó su exclamación con un golpe de su martillo sobre la palma de su mano izquierda- Entonces una gran zarpa oscura golpeó a la mantícora que me amenazaba, apartándola de mí, y así pude disparar a la criatura que amenazaba al niño y salvarlo. ¿Y adivináis de quien era aquella zarpa? ¡Sí! ¡De un magnífico dragón oscuro! ¡El más impresionante que pudiérais encontraros!
-Pero los dragones son malvados, lo dice el padre Cabaldo- le interrumpió un niño de tez encarnada.
-Oh, no creáis todo lo que se dice por ahí- rió bien alto el hombre-. Yo os aseguro que los dragones son criaturas magníficas y honorables, incluso.
Phiore ya había oído bastante. A desgana no obstante, salió de su escondrijo en tanto carraspeaba para hacer notar su presencia. Ya antes de ello el hombre la había percibido, pero fue entonces cuando el curtidor posó su miraba directamente en los ojos de Phiore, como siempre hacía. Y como siempre, aunque asombrado, aunque atrapado por el brillo de aquellos ojos, fue el único que logró soportar su glauca mirada sin apartar la vista.
-Vaya...- dijo, y luego se dirigió de nuevo a los muchachos-. Bien, chicos, creo que por hoy ya basta. Tengo visita, pero si venís mañana os contaré cómo es volar a lomos de un dragón. ¡Y ahora a casa, a ayudar a vuestros padres!- les apremió el hombre.
La marabunta de niños se puso en pie y en tropel salieron a la calle, sin apenas reparar en Phiore, que seguía plantada con la mirada fija en el curtidor, así como éste permanecía observándola largamente, como si no creyera que estuviera allí.
-Has vuelto…- dijo el curtidor- Perdona que te mire así, pero sabes que tus ojos… bueno… ya sabes cuanto me alteran- carraspeó- ¿Cómo está Zallan? ¿Sigo cayéndole mal?
Phiore trató de disimular el escalofrío que recorría su piel manteniéndose fría y distante, como acostumbraba a hacer cuando trataba con hombres comunes. Sin embargo... sin embargo aquel no era un hombre corriente.
-Sí- fue la lacónica respuesta de la muchacha a la pregunta del curtidor, y luego cambió de tema-. Un día te buscarás un problema con todos esos cuentos de dragones. Si llegan a oídos de los inquisidores…
-No ocurrirá. La gente del pueblo sabe guardar el secreto. Me aprecian, y los niños más. ¿Sabes que nuestro segundo encuentro es el cuento que más les gusta?- bromeó el hombre
-No es así como yo lo recuerdo. Juraría que aquel día había más de tres mantícoras, y que tú sólo abatiste a muchas antes de que Zallan y yo apareciéramos…- comentó Phiore, permitiéndose algo que no era muy común en ella: una sonrisa.
El hombre la acompañó con una risita.
-Cierto, pero si lo cuento tal y como fue, todos en la aldea tardarían poco en sumar dos y dos… ¿no crees? Así sólo soy un joven curtidor al que le gusta contar cuentos y con un poco de habilidad en el arco.
-Algún día tu pasado saldrá a flote, Ingwë. Eres demasiado valioso para el mundo- adujo Phiore.
-No creo que hayas venido aquí para echarme lisonjas, aunque sean bien recibidas. Dime, Phiore… ¿qué ha ocurrido para que te veas obligada a entrar en una ciudad?- le preguntó él.
-Sí, estás en lo cierto, algo ha pasado…
Y la joven pasó a exponerle cuanto había sucedido. Ingwë escuchó con expresión torva y verdaderamente afligido. Cuando Phiore se puso a temblar, amenazando con derrumbarse al recordar la carnicería perpetrada con Schervilla, el curtidor no dudó un instante. La rodeó con sus brazos, la dejó arrebujarse en su pecho mientras Phiore, que al cabo era una muchacha joven, muy joven, desahogaba sus penas. Ella se dejó llevar, permitió el abrazo y las caricias en su oscura cabellera, porque acaso la muchacha necesitaba descargar todo aquel llanto reprimido. Quería y confiaba en Zallan hasta más allá de la muerte, pero ante el dragón no deseaba mostrarse débil, porque era como reconocer la que por otra parte era su auténtica naturaleza.
Pero con Ingwë era distinto, porque también él lo era. Le llamaba amigo, el único que tenía, porque podía mostrarle esa parte de ella que no se atrevía a poner a los ojos de Zallan. Y, a pesar de las ausencias de Phiore, Ingwë siempre estaba ahí para ella, siempre. No se veían mucho, pero desde que lo conociera había sentido la necesidad de encontrarse con él cada cierto tiempo.
Phiore no tardó mucho en reponerse. Su parte dragona volvió a tomar el control, y de nuevo se mostró dura como el ébano, y fría como un témpano. Ingwë suspiró, pero como amigo aceptó el cambio.
-Perdona esto, Ingwë…
-¿Cuándo aprenderás que no hay nada que perdonar?- y el hombre le apartó un mechón que se le había quedado pegado a la húmeda mejilla.
-¿Me ayudarás a encontrar a esos desgraciados?- preguntó Phiore.
-Conoces la respuesta a esa pregunta- sonrió el curtidor-. Permíteme que tome mi arco y me ponga ropas más adecuadas, y veremos qué podemos hacer.

***

Merced al carisma de Ingwë, y al afecto que le profesaban los aldeanos, ambos indagaron en busca de la presencia de Arghan y sus mata-dragones. Sus pesquisas les llevaron, al fin, a la conclusión de que el grupo de mercenarios no había entrado en el poblado, extremo éste que confirmó las sospechas de la joven.
-Están por los alrededores, Zallan los olió- balbuceó.
-Resulta extraño, muy extraño, que no hayan entrado en la ciudad. Luego de cada caza es costumbre para esa gente fanfarronear en las tabernas y, sobre todo, entregar la prueba de su “hazaña”- dijo en franco tono sarcástico Ingwë- a la primera iglesia que encuentren en su camino. Eso les suele reportar un buen saco de monedas. Es extraño… a no ser que…
El hombre abrió los ojos de repente. Ingwë era inteligente, sagaz e intuitivo, y al fin se había hecho la luz en su mente.
-¿Dónde está Zallan?- preguntó, alarmado.
-En el Bosque de los Pinos…- y entonces Phiore comprendió-. ¡Oh, no! ¡Nos han engañado!
-¡Sí!- y el arquero, curtidor y cuenta-cuentos salió a la carrera, y tras él la joven- ¡Rápido, tengo un caballo en la parte trasera de mi cobertizo!
Montaron ambos en el alazán de Ingwë, un ejemplar robusto, que bien podía portar al hombre y a la chica sin demérito en su cabalgata, al menos durante un buen puñado de leguas. El arquero espoleó con gana al jamelgo, y éste respondió con verdadero ahínco.
Pero, cuando estaban a punto de llegar al Bosque de los Pinos, Phiore lanzó un agudo grito de dolor y cayó del caballo.
-¡Phiore! ¿Qué ocurre?- demandó Ingwë, en tanto bajaba de su montura y tomaba en brazos a la muchacha de verdes ojos.
-¡Lo tienen!- gimió ella- ¡Y lo han herido! ¡Le han roto la pata izquierda!
La mirada de Ingwë reflejó el espanto que sentía en su corazón. Él era el único ser, o al menos así lo creían tanto Phiore como el propio arquero, que conocía aquel secreto. Y ahora veía cómo aquella a quien amaba, aunque jamás se lo hubiera dicho, no podía siquiera mover su brazo zurdo.
-Así no puedes luchar, Phiore. Quédate junto a mi caballo- le pidió, en tanto con dedos diestros y expertos le procuraba un cabestrillo para el brazo con un pañuelo-, yo salvaré a Zallan. No estamos muy lejos de donde me dijiste que se escondía.
-¡No, Ingwë! ¡Es mi hermano! ¡Debo estar a su lado!
-¡Escúchame por una vez en tu vida, maldita sea!- le gritó el hombre, en un tono que jamás había utilizado con ella, mezcla de enfado y preocupación- ¡No estás en condiciones de luchar! Sólo conseguirás estorbarme, y eso no le hará ningún bien a Zallan. A mí no me esperan, puedo sorprenderlos uno a uno desde lejos. Sabes que tengo razón, sabes que soy capaz de hacerlo.
Ahora Phiore lloraba. Sí, sabía que Ingwë era capaz de ello, porque del mismo modo que él conocía su secreto, también la joven tenía en su poder el del arquero. Ingwë era en realidad Ojo de Águila, uno de los héroes humanos más grandes de todos los tiempos; de él se decía que era el Arquero Supremo, pues su habilidad con dicha arma era inigualable. Aunque joven, ya había conocido la guerra, a pesar de que la aborrecía, y por ello se había retirado a un pueblo tan tranquilo como Beniam, donde era un anónimo curtidor y cuenta-cuentos. Pero Phiore sabía la verdad.
Y ahora tenía un doble motivo para el sufrimiento. Por una parte, su hermano, Zallan, con quien había crecido, y a quien se sentía unido por un vínculo como jamás otro; y luego estaba Ingwë, su único amigo, al cual lo unía otro tipo de vínculo, no reconocido por la propia muchacha.
Ahora, viendo el peligro al que se iba a someter por ella, una inusitada claridad le reveló la realidad en su corazón. Ni pudo ni quiso reprimir el impulso.
Lo besó en los labios, y luego del aturdimiento inicial, Ingwë devolvió el gesto con fuerza y pasión.
-Sálvalo, pero vuelve con él- le dijo la joven.
Ojo de Águila sonrió.
-Lo haré.
Un momento después, Ingwë se perdía entre las pináceas.


Concluirá...


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Narración radiofónica de mi relato "Como hadas guerreras"